viernes, 24 de febrero de 2017

LAS DISTINTAS VARAS DE MEDIR

Hace ya unos cuantos años que nos hacíamos una pregunta: ¿Somos todos iguales ante la ley? Pregunta retórica a los ojos de cualquier humano con un mínimo de sensibilidad y sensatez. Hoy día, con tantos procesos en marcha, entre los que destaca el llevado a cabo a la hermana y al cuñado del actual Jefe del Estado, es inevitable refrescar esta pregunta e ir algo más allá del simple comentario y del lamento por el presunto tratamiento discriminatorio.  

A modo de síntesis, el presente artículo comienza situando la proyección social de la ley en el marco de una sarta de mentiras con las que engatusan a una sociedad silente, para, a continuación, señalar la verdadera función de las normas en un sistema como el vigente. Después se define el colectivo encargado de aplicar las leyes y el papel que se les encomienda, de manera que al que de él se sale le cae sin reparos el anatema. Por último, de la manera más gráfica posible, se marcan las diferencias de trato en el proceso entre aquellos que tienen poder y de los que de él carecen.

Dicen los diccionarios que la igualdad es el trato idéntico entre todas las personas, al margen de razas, sexo, clase social y otras circunstancias diferenciadoras, definición que, por cierto, encierra una contradicción en sí misma al admitir que hay clases sociales, es decir, ricos y pobres, dominantes y dominados, patronos y trabajadores, explotadores y explotados, etc. Ni el más osado se atrevería a defender con pruebas o argumentos la existencia de este principio de igualdad en sociedades como la nuestra, en donde, por el contrario, la desigualdad es endémica, y constituye el leitmotiv que engrasa el mecanismo del actual sistema. Una vez anunciado de manera machacona que todos somos iguales ante la ley, intentando hacer bueno el lema de Goebbels, la masa social se convierte en presa del engaño interesado, y lo asume sin rechistar. Nos mienten con eso de la democracia, nos mienten con lo de la representatividad de los políticos (muchos ya nos hemos dado cuenta de que no nos representan), nos mienten con la reforma laboral que, en realidad está destruyendo empleo de calidad en lugar de crearlo, nos mienten en campañas electorales los que nos prometieron que no habría subidas de impuestos, nos mienten, además, con eso de la igualdad ante la ley.
Ahora, como siempre, la ley es un instrumento para someter y reprimir al pueblo llano, limitando sus derechos, en defensa de la propiedad e intereses de la oligarquía y de los estratos privilegiados, entre los que se encuentran los propios políticos. Algunos ingenuos pensadores (H. Kelsen, M. Duverger, M. Hauriou, y otros tantos) han derrochado materia gris en defensa de la estructuración e independencia de la norma, en la creencia, por su parte, de que ésta rige de manera objetiva los “estados democráticos” modernos. Nada más lejos. La ley, como digo, está diseñada para proteger a los que más tienen y para hacer cumplir con sus obligaciones a esa inmensa mayoría que mantiene a los  Estados y a sus instituciones.
En los últimos tiempos, estamos contemplando como la ley se utiliza para destruir el estado de bienestar, conquistado en otros tiempos cuando la correlación de fuerzas entre dominados y dominadores era más favorable a los primeros. Así, vemos como se van restringiendo las prestaciones sociales y los derechos adquiridos. La aplicación de la ley, lejos de ser una fórmula de convivencia entre iguales,  no es otra cosa que el ejercicio del poder contra el que de él carece.
La ley, en suma, es  un instrumento coercitivo puesto en manos de las fuerzas políticas mayoritarias que, como venimos señalando, sirven, a su vez, al poder económico de la mejor forma, con el ánimo de permanecer en el gobierno el mayor tiempo posible.
Las leyes son tan poco precisas, y su cumplimiento está tan focalizado en la dirección de la defensa del poder real,  que encierra una enorme cantidad de fisuras por las cuales el pícaro se cuela para burlarlas. Los poderosos se rodean de “eficaces” asesores fiscales y juristas (despacho de Miguel Roca en el caso de la Infanta) que, conocedores de la ley, de su ambigüedad, de sus incoherencias y de sus contradicciones, burlan la norma en beneficio de sus clientes. Por lo tanto, siempre que sea posible, resulta más rentable incumplir la ley de forma reiterada aunque alguna vez se descubra ese incumplimiento y se tenga que rendir cuentas en los tribunales. 
La aplicación de las normas generadas por el poder político queda reservada a un colectivo, por lo general, de corte conservador en el que el clientelismo y la endogamia son piezas clave de la institución. Aunque nos quieren hacer creer que la ley es inflexible y explícita, no cabe duda de que su imprecisión es tal que, en el campo netamente jurídico, los dictámenes que emiten los jueces, que están bajo el poder de los órganos elegidos de forma poco democrática, encierran una gran carga subjetiva. Las decisiones y las sentencias para un mismo delito pueden ser contrarias según quien sea el que juzga, o aquél que es juzgado. Los jueces son unos simples funcionarios instrumentalizados a los que se les permite que ejerzan su  “poder” siempre y cuando respeten las reglas del juego, que no es otro, como digo, que la protección y la defensa de los intereses de los que más tienen, y los de sus comparsas. En caso contrario, si alguno se declara en rebeldía, se pone en marcha la más deleznable maquinaria que permita expulsar a esa “oveja descarriada” que se atreve a enfrentarse al orden establecido. Los oscuros mecanismos empleados para alcanzar los objetivos nunca serán descubiertos, pero la ejecución de la medida suele ser  de lo más elemental; ejemplo: si Garzón se atreve a burlas las directrices, y arremete contra los corruptos del caso Gürtel (vaya usted a saber lo que hay ahí dentro), pues se  expulsa al juez de la manera más burda, y “santas pascuas”. Otro caso notable es el del juez Elpidio. En esa misma línea de persecución, el magistrado instructor José Castro tuvo que andar con “pies de plomo” porque iban a por él; los medios de comunicación (incluidos los públicos), con esos tertulianos de extrema derecha a la cabeza, llevaron a cabo, en cada caso, una impúdica labor.
Ante la pasividad social, el acoso y las maniobras de carácter político van a más. En estas fechas, los jueces y fiscales más “osados” hacen público que ha habido robos en sus domicilios particulares para apropiarse de documentos relacionados con ciertas causas. En otros casos, amenazas, intimidación o persecución a ellos y a sus familias. Tal vez, si esto sigue así, cualquier día aparezca la cabeza de caballo en la cama de alguno de estos atrevidos. Como resultado de estas acciones están consiguiendo que los jueces moderen al extremo sus sentencias por miedo a ser represaliados, o que el Ministerio Fiscal se convierta en abogado defensor del acusado (caso de la hermana del actual Jefe del Estado). La desactivación social y la indiferencia son tales que, para llevar a cabo sus espurios objetivos, el Gobierno decide cesar a todos aquellos fiscales que resultan incómodos, sin que se mueva un dedo. Visto lo visto, no es difícil concluir en que caminamos a toda velocidad hacia una práctica político-judicial de carácter mafiosa, si es que ya no estamos en él.

Las cárceles están repletas de personas que pertenecen al lumpen urbano, o de aquellos que, de una u otra forma, contestan al sistema. Pocos elementos pertenecientes a las sectores pudientes permanecen en prisión aunque sus desmanes hayan acabado en estafas o robos  de miles de millones. En ningún caso la ley les obliga a devolver lo que han usurpado. “El peso de la ley” tampoco recae sobre quienes, formando parte  de cualquier tipo de gobierno, roban, engañan o, incluso, invaden países con resultado de genocidio.
En el ámbito netamente procesal el tratamiento entre unos y otros casos de delitos, o entre unos y otros delincuentes, es bien diferente. Vaya por delante que no defiendo ni justifico ninguno de los casos a los que me refiero a continuación. Si una persona humilde, acuciada por la necesidad vital de subsistencia, asume el papel de  “mulero”, y ésta es descubierta  en Barajas con droga, es detenida, puesta en manos de los jueces de inmediato, y encarcelada a continuación sin ningún tipo de contemplaciones. Sin embargo, los casos Urdangarín, Gürtel, Púnica, Bankia y tantos otros casos de corrupción, en los que están implicados individuos con más o menos poder, se eternizan. Los implicados son tratados como “presuntos” aunque las pruebas sean evidentes, después pasan por una escala nominal que discurre desde imputados (ahora investigados) a condenados, si es que llegan a serlo en algún momento, pasando por encausados, procesados y toda una retahíla de situaciones que alarga intencionadamente el proceso, con el ánimo de liberarles en cuanto exista el mínimo resquicio legal. La instrucción y los sumarios se hacen interminables mientras los investigados, imputados o encausados campan a sus anchas, con la posibilidad de deshacer entuertos que les pudieran culpabilizar o agravar sus “presuntos” delitos. Si por fin los procesos llegan a término, como es el caso Urdangarín, nunca se establece una relación de justicia entre pena y delito. Por lo general, si es que el “presunto” delincuente no es absuelto, el asunto puede quedar reducido a  una simple sanción pecuniaria o a unos pocos días de arresto: los recursos y, en último término, los indultos, el tercer grado y otras tantas tretas permiten que el tiempo juegue  su papel, y que todo el espectáculo haya quedado limitado, como en tantas ocasiones, a esa ancestral y recurrente fórmula que se conoce como “circo para el pueblo”, retransmitido en directo en sus diferentes fases por radio y TV.
En resumen,  es fácil concluir en que no somos todos iguales ante la ley, aunque, con el engaño como telón de fondo, así lo proclamen las Constituciones, la Declaración Universal de los Derechos Humanos o el sursuncorda.



viernes, 10 de febrero de 2017

TODO SOBRE PODEMOS (II)

Con frecuencia se imponen los sentimientos a la razón, aunque esa confusión nos guíe hacia la frustración, a la indiferencia o, incluso, al ostracismo. Pero la imperfección de esta especie nuestra, a veces, nos hace persistir en ese camino emprendido, o permanecer en una postura tomada de antemano, tal vez por la necesidad de buscar la seguridad de la que se carece y por el miedo a la desconexión con los demás individuos.
Sea el siguiente un claro ejemplo de lo que digo, en un contexto político de rabiosa actualidad. El PSOE es una formación antigua que ahora ofrece su verdadera cara. Ha permanecido en la escena política como una aparente fuerza de “izquierdas”. En estos últimos tiempos, se ha convertido en el baluarte del PP, dándole su apoyo para que gobierne. Además, el partido carece de dirección, hay posturas claramente enfrentadas y una verdadera lucha por el poder y el control del grupo. Sin embargo, el apoyo electoral permanece casi inmutable desde antes de que tuvieran lugar todos estos hechos. Lo razonable sería que, ante tales circunstancias, los resultados de las elecciones generales de 2015 y 2016, en torno al 22%, sufrieran una fuerte bajada. Las pasiones y los vicios en la conducta se imponen a la razón.

El caso de Podemos es algo más complejo. En esta ocasión se cumple una doble condición. Por un lado, ha defraudado a tantas y tantos que confiaban en una nueva formación política que, con sus propuestas iniciales, se alejaba de los enquistados partidos que se han repartido el poder político desde el 78. Eso les proporcionó un enorme ascenso en el terreno electoral, en un corto periodo de tiempo, pero ese crecimiento, casi exponencial, se ha frenado y, es posible que ese apoyo disminuya. Sin embargo, a pesar de todo lo que está ocurriendo, lo que abordaremos con más en detalle después, por razones análogas a lo que ocurre con el PSOE, consolidará un nivel de votos cada vez que nos convoquen a elecciones. Digo esto aunque, a veces, haya podido dudar de su posible desaparición, entendido en un sentido hiperbólico.

Bien es cierto que la aparición de Podemos allá por 2014, removió socialmente los cimientos de una práctica política anquilosada. De estas cosas que ocurren en este tipo de sociedades, marcadas por lo aleatorio, la suerte y la mano de la diosa fortuna, ocurrió que Podemos se convirtió muy rápidamente, como hemos señalado, en una formación con un importante respaldo popular. IU lleva cuarenta años intentando jugar ese papel de representación popular y no lo ha conseguido aunque su presencia ha sido mucho menos “agresiva” que Podemos en su irrupción.
El deseo de cambio de amplios sectores fue el acicate necesario para que prendiera esa llama que cegó a seguidores y detractores, impidiendo que entonces fuéramos capaces de hacer un acertado análisis  sobre la presencia de Podemos, su origen, su trayectoria y su capacidad para llevar a cabo aquello que, inicialmente, proclamaban. Cada día que pasa, con su inacción institucional, con el exceso de palabrería -hasta la extenuación- y sus luchas internas –hasta la sangría dialéctica-, disponemos de muchos más datos para el análisis, ahora que, además, aquel fuego se va convirtiendo en cenizas y ese candor se convierte en una visión más realista.

Podemos surge en un despacho cuyos fundadores son un grupo de jóvenes profesores universitarios en su mayoría contratados, es decir, sin plaza fija. Nada que ver con el nacimiento y composición de formaciones de corte obrerista entre los que destacan el PCE y todos los partidos europeos de análoga ideología. La naturaleza de este grupo da lugar a que gran parte de sus seguidores sean jóvenes, y no tan jóvenes, con un perfil determinado, caracterizados por un alto nivel de cualificación, aunque muchos de los jóvenes se encuentren en una situación laboral precaria.
Tal vez algunas y algunos llegaron a pensar que la trasformación estaba en marcha, ignorando que una trasformación radical, un verdadero cambio es fruto de una revolución a través de la cual se arrebata el poder a los que lo tienen. La historia nos muestra esto que señalo si pensamos en la Revolución Francesa, la Bolchevique o la cubana. Sin embargo, cuando se han intentado cambios desde dentro del sistema se ha fracasado, eliminando de forma radical a los demócratas que lo intentaron. Tales son los casos de Chile y del Frente Popular al final de la Segunda República en España.

En estos días, previos a su asamblea general, los encendidos ataques mutuos y las recíprocas descalificaciones van en aumento. Algo singular, incomprensible y verdaderamente sorprendente sin que sea posible descubrir cuáles son los verdaderos motivos. Pase lo que pase en Vistalegre, el partido ha reventado ya. Ante esta situación cabe preguntar: ¿en esa ruptura han intervenido agentes externos o son ellos mismos los que se han liado a bofetadas, fruto de la torpeza? Cabría pensar que esta clase dominante nuestra, caracterizada por esa mentalidad retrograda y carpetovetónica, se asustara mucho y comenzara a maquinar algún tipo de estratégica para dinamitar, por cualquier medio a esa naciente y novedosa formación. ¿Cabe, pues, la posibilidad de infiltrados para romper Podemos? Parece ingenuo pensar que ellos por su cuenta se empleen de esa manera. Si así fuera es difícil calcular el grado de estupidez de la plantilla dirigente.
Aunque manifestamos algunas dudas, fruto del análisis ya sí que es posible obtener algunas conclusiones. Podemos podrá mantener un cierto apoyo electoral durante bastante tiempo, pero ha perdido la posibilidad de ser el partido más votado, tal como eran sus pretensiones. Por otro lado, aunque consiguiera mayoría suficiente para gobernar, jamás será capaz de trasformar el sistema desde dentro para eliminar la injusticia y la desigualdad, y otorgar fuerza y poder a las clases populares.



sábado, 4 de febrero de 2017

TODO SOBRE PODEMOS (I)

Lo que está ocurriendo ahora entre los cuadros de Podemos no es nuevo. Hace ya casi un año que también se producían dimisiones en la cúpula, abandonos masivos y enfrentamientos entre sus dirigentes. Sospechábamos, ya por entonces, que Podemos, en última instancia, podría ser dinamitado desde dentro (*). A mediados de 2016, manifesté mis dudas acerca del futuro de este grupo: “Podemos se encuentra en la cuerda floja con la duda de si estarían dispuestos a intentar defender unos verdaderos valores anhelados por la izquierda  y convencer con sus propuestas, o de que otros valores son posibles; con la duda de si sus apoyos populares irán en aumento; con la duda  de si, en el corto o medio plazo, pudieran desaparecer de la escena política” (**).
Bien es cierto que en estos días los medios se están “cebando”, al hilo de las peleas entre unos y otros jefes de filas y de las dimisiones de otros y otras. Los daños que todo ello pueda acarrear a esta formación nos hace pensar si esto será estrategia, o, sencillamente, torpeza extrema de los protagonistas de estas acciones. Cabría esperar que todo este tipo de escaramuzas lo hicieran para ocupar a los medios buitres y mantenerse en el candelero. Parece arriesgado porque es muy difícil buscar el equilibrio entre la publicidad y la presencia en las emisoras de radio y TV y los perjuicios que esto les pueda acarrear. Sin embargo, me inclino por la falta de sensatez, por la inmadurez política, por el deseo de protagonismo y, si me apuráis, por la ambición de los dirigentes de este partido.
Sólo les faltaba a los elementos que dirigen esta plutocracia, y a sus serviles protectores, que estos de Podemos se pongan a parir entre ellos. Carnaza para esos medios que constituyen uno de los pilares de este sistema.
En varias ocasiones he manifestado que cuando se barrunta que el poder de quienes lo ostentan puede quebrar, no dudan en tomar medidas desorbitadas y desproporcionas a los efectos que algunos acontecimientos pudieran producir, o algo parecido. Es el caso de la irrupción de Podemos.
Podemos aparece en escena a raíz de las protestas ciudadanas entre las que destaca el movimiento 15M. Una aparición oportuna, u oportunista, del citado grupo constituido en partido político. La evolución de Podemos es más que constatable. Una evolución que más que un lógico proceso de adaptación han sufrido una verdadera metamorfosis, ¿o es que todo ha sido una farsa desde el principio? Quién te ha visto y quién te ve, o la sombra de lo que eras, o lo que decías que eras, parafraseando al insigne Miguel Hernández. 
Las propuestas iniciales encandilaban a amplios sectores sociales lo que propició un rápido crecimiento electoral. Sin embargo, más adelante, comenzaron a divagar pronunciándose como socialdemócratas y, posteriormente, no se definen, ni ideológicamente, ni siquiera políticamente. Lo que si se desprende de sus declaraciones es que asumen el sistema socioeconómico vigente. Apuestan por el crecimiento, señalando que una subida de salarios potenciaría el consumo y, en consecuencia, el crecimiento, tal como lo entiende el capitalismo. No apuestan, por el contrario, por un modelo sostenible, con todo lo que ello conlleva.
Las actuales diferencias internas se centran en la acción institucional, defendido por unos, versus conjugar ésta con la acción en las calles, pero todo se queda en propuestas teóricas. Su presencia en el Parlamento deja mucho que desear para quienes les votaron. Se han dejado arrastrar por los partidos convencionales. Muchos esperábamos acciones más contundentes. Sus 71 diputados podrían dar mucho más de sí, pero la fuerza se les va en discusiones bizantinas entre unos y otros dirigentes.
Cada vez, recurren, con más frecuencia, a las prácticas que llevan a cabo los partidos clásicos: incorporan a sus listas a “famosos” de uno u otro signo, lo que aleja a esta formación de esa vocación popular de la que presumen. La posibilidad de que sus afiliados y adscritos puedan votar a los dirigentes, no deja de ser una simple táctica que desvirtúa un proceso verdaderamente democrático. Por un lado, los candidatos vienen dados, aunque se pueda votar a elementos de varias listas. Por otro, la mayor parte de ellas y ellos son desconocidos para la mayoría de los votantes. Las líneas políticas las definen sus dirigentes. Puedo garantizar que ha habido propuestas desinteresadas de colaboración de personas de talante progresistas, y no han tenido a bien ni siquiera escuchar sus intenciones. Sólo admiten o buscan a gentes conocidas, aunque eso no les aporte gran cosa o, incluso, les perjudique.

La fuerza y el apoyo con el que contaban inicialmente se van desvaneciendo. Hace unos días asistí a una reunión convocada por el grupo municipal, próximo a Podemos, de mi localidad. Los masivos encuentros de tiempos atrás difieren de la raquítica asistencia a esta última reunión.
Aún a pesar de esa actual indefinición, socialmente se les ubica en la izquierda trasformadora, por lo que se ven afectados por la inestabilidad y por el esfuerzo para demostrar que pueden gobernar, algo que no se le exige a los que sirven de barrera de contención del poder real. Si a eso le añadimos las luchas internas y, como consecuencia, el desencanto de sus votantes no estamos ahora en condiciones de augurar un futuro demasiado halagüeño para esta formación, contrariamente a lo que hemos manifestado en otras ocasiones.  
Quiero, finalmente, manifestar mi preocupación por la deriva que pueda tomar, o que ya ha tomado, este grupo. Algo que surgió inyectando fuertes dosis de esperanza a determinados sectores sociales, deseosos de un significativo cambio político, puede dar al traste con esa confianza puesta en una nueva formación que pretendía romper con eso que, ellos mismos, llamaban el régimen del 78. Aunque, muchos pensamos que es fácil ser arrastrados por la ingenuidad, porque romper con este modelo desde dentro, y no ser engullidos por él, es prácticamente imposible.