jueves, 28 de noviembre de 2019

LA CONDICIÓN “HUMANA” EN EL MARCO DEL SISTEMA CAPITALISTA


Desde tiempos muy remotos, desde el Paleolítico, cuando algunos primates fueron capaces de construir sus propias herramientas para la subsistencia, esta especie nuestra es tildada de “Humana” para distinguirla de otras intelectualmente inferiores, pero este apelativo es revisable a tenor de los comportamientos que ha mantenido a lo largo de toda esa larga historia evolutiva. La etimología asocia humano a hombre, o a homo, tal como la ciencia ha establecido para diferenciarnos de esas otras tantas especies. Más tarde el término humano ha adquirido otros significados que atribuyen a la especie unos valores demasiado ambiciosos desde nuestro punto de vista, valores que cuestionamos desde el comienzo, y que trataremos de justificar a continuación.
Desde aquel “Homo habilis” hasta nuestros días, el desarrollo tecnológico ha sido impresionante. Desde los rudos instrumentos de caza hasta este mundo de la cibernética y la informática, pasando por todo el proceso industrializador, el progreso es indiscutible.
Pero no podemos decir lo mismo de su evolución social, de la relación entre iguales por naturaleza o de la relación con el medio natural que nos ha permitido llegar hasta donde nos encontramos ahora. Desde hace bastante tiempo, hasta donde alcanza nuestro conocimiento del mundo que se conoce como civilizado, nuestra especie se ha caracterizado por ese afán de dominio de unos sobre otros, ese afán de poder o de sumisión en relación recíproca una con otra pasión. La esclavitud de la época antigua, y más reciente en el mundo anglosajón, es un claro signo de desigualdad radical entre unos y otros, y que pone de manifiesto esos ancestrales instintos inherentes al reino animal, más que a lo que concebimos como humano. La tiranía de la etapa feudal da continuidad a esos comportamientos salvajes. Por último, el inicio del mercantilismo, el comienzo de la industrialización y del capitalismo en su más pura esencia, mantienen esas relaciones de poder y dominio, y dan lugar a una tanda de contravalores que poco o nada tienen que ver con en esa acepción maquillada de la condición humana que se nos quiere atribuir en nuestros días.
A la venganza, al enfrentamiento armado y a la desigualdad, que son una constante a lo largo de la historia, el sistema de explotación capitalista añade contravalores tales como la codicia, la ambición, el individualismo y la envidia. Por otra parte, el sistema, con todos los medios a su alcance, ha conseguido, en estas últimas décadas,  desactivar a la sociedad, que en tiempos atrás se enfrentaba a la explotación, y llevarla hacia la indiferencia y a la ausencia total de conciencia social. Y en el terreno netamente intelectual se aprecia la pérdida progresiva de capacidades tales como la comprensión, el análisis y la resistencia al engaño. Estos son rasgos característicos de esta etapa, lo que denota una deriva poco optimista de cara a futuras generaciones.
En general, todo este bagaje de vicios innatos o adquiridos, antiguos o nuevos, configuran una sociedad formada por amplias capas afectadas por estos defectos, lo que nos lleva a la conclusión, en una primera aproximación, de que esta especie nuestra está carente de ese atributo diferencial de seres racionales o especie humana en el amplio sentido de ciudadanos que son capaces de convivir en igualdad y fraternidad.
Puede ser que tengamos la facultad de concebir los rasgos de la dimensión humana, pero que seamos incapaces de ejercer como tal. Es lo mismo que ocurre con la perfección y lo infinito, que se tiene conciencia de ello, pero los individuos se sienten incapaces de ejercer de esta manera. Parafraseando a Feuerbach, se crea, en este caso, un “dios” que cumpla esa condición de lo perfecto y la eternidad.
Por estas razones pensamos que es difícil avanzar hacia modelos sociales diferentes a los actuales. Tal vez determinadas experiencias se hayan adelantado a su tiempo, lo que les ha llevado, antes o después, al fracaso.