Dicen que en ese lugar -donde la mayoría, por unas u otras razones, estaba jodida- se consolidó definitivamente la división entre clases privilegiadas y clases no privilegiadas. Las estratagemas de los que siempre estuvieron por encima habían dado resultado. Las doctrinas religiosas inventadas, que a lo largo de la historia habían sido un instrumento de engaño, sumisión y sometimiento de los más débiles, eran hábilmente manejadas para hacer más extensiva, si cabe, la ignorancia y, como consecuencia, la aceptación de los hechos, por muy impúdicos que estos fueran. Con todo, las reglas del juego impuestas por el poder funcionaban a la perfección: cada uno en su sitio con la aceptación y la resignación de todos los individuos del lugar. La hipocresía y la demagogia eran otros elementos más mediante los cuales engatusaban al pueblo llano.
Las clases privilegiadas gozaban de todos los parabienes que proporcionaba el progreso. Las clases no privilegiadas, carentes de lo necesario para vivir dignamente, como corresponde a los seres humanos, permanecían impasibles, aceptando cuantas medidas restrictivas se les ocurriera a los de arriba para vivir ellos mejor.
Como suele ocurrir en unas circunstancias como en las que allí se vivía, los poderosos actuaban sin ningún temor, hacían y deshacían a su antojo hasta llegar al abuso. “Estos imbéciles no se enteran”, comentaban entre ellos cuando llevaban a cabo cualquier tipo de fechorías o extravagancias.
Cierto día, uno de los mandamases del lugar -bueno aquel a quien los que tenían más dinero habían colocado, con carácter de solemnidad, como una especie de figura primitiva- se marchó de incógnito a la caza de grandes fieras a otro lejano lugar. Nunca se supo con quién fue, ni quiénes corrieron con los gastos de esa expedición; pero, mire usted por donde, sufrió un percance por el que vino a dar con los pocos huesos sanos que le quedaban en tierra.
Pronto los pregoneros y los charlatanes –que, por el sucio papel antisocial que llevaban a cabo, gozaban de grandes privilegios- difundieron la noticia por cada uno de los rincones. No tuvieron más remedio que hacerlo, aunque minimizando el acontecimiento, porque el asunto era tan feo que de haber dicho la verdad corrían el riesgo de que se tambalease todo el tinglado que tenían montado. Hubo opiniones para todos los gustos, pero, como digo, siempre ocultando esos datos más relevantes, o todo aquello que, por elemental, estaba en las mentes de la mayoría. El asunto fue tan escandaloso que el protagonista se vio obligado a dar una explicación, y a manifestar su arrepentimiento, señalando que no lo volvería a hacer. Pero, ¿por qué hizo esto? ¿Era verdadero arrepentimiento, o lo que pretendía era simplemente salvaguardar los intereses de su casta? Más bien parecía lo segundo.
Esa acción de fingido arrepentimiento supuso una válvula de escape para las otras clases privilegiadas que angustiadas estaban esperando ardientemente algún signo para justificar al batidor de fieras. Enseguida los políticos se lanzaron a decir que el error cometido quedaba saldado por esas declaraciones del cazador. Los pregoneros y los charlatanes del lugar dijeron lo mismo. Nadie fue más allá para decir abiertamente que esa fechoría colmaba el rosario de desatinos y corruptelas cometidas en su entorno, por lo que, en buena lógica, algunos pensaban que debería dejar su puesto de calanchín y dejar paso a otros cuyo poder emanara del pueblo, permitiendo que la condición de los individuos cambiara de súbdito a ciudadano, y así poder iniciar un nuevo camino de dignidad y progreso.
Unos y otros privilegiados, sin demasiados esfuerzos, fueron capaces de tranquilizar a una mayoría de esos súbditos embebidos por la práctica del engaño, y ubicados en el limbo de los ingenuos. Sin embargo, hubo otros que no tragaron con el cuento, pero a esos no les quedaba más recurso que la rabia contenida y la resignación.
Moraleja: Abre los ojos a la realidad engañosa que nos envuelve. No votes a políticos incompetentes que sólo miran por sus propios intereses, ni hagas caso de los que te engañan a través de los medios de comunicación. Reivindica la III República como régimen basado en la razón y abraza el lema: “Ni dioses, ni reyes, ni tribunos”.
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