martes, 12 de marzo de 2019

LO QUE NOS ESPERA



Puede que lo que ocurra en abril y mayo, los resultados electorales, nos sorprenda, pero casi seguro que no. Hay varias formas de enunciar este escrito: el expuesto en el título, “¡La que nos espera!” o “¿Lo que nos espera?”
Con la interrogación albergo la esperanza de que haya una mínima reacción de la masa y podamos avanzar hacia posiciones de progreso. Esta es la versión optimista, frente a la otra, la pesimista, con ese enunciado de “¡La que nos espera!”, en la creencia generalizada de que sea la alianza de extrema derecha, de los tres grupos neofascistas, la que nos lleve a posiciones del tardofranquismo.
Reconozco que esta versión última está impregnada de ese pesimismo histórico, producto de la trayectoria política de los dos últimos siglos en los que se han ido alternando levantamientos militares con revueltas populares, en el marco de monarquías débiles de ida y vuelta. En ambos casos el ejército ha sido, casi siempre, el protagonista de los cambios.
Trienio liberal, Década ominosa, Bienio progresista, La Gloriosa, Proclamación de la I República, Dictadura de Manuel Pavía, Dictadura de Primo de Rivera y “Dictablanda” de Berenguer, II República o derrocamientos y restauraciones monárquicas, son hechos y períodos que pueblan el siglo XIX y parte del XX, con el colofón de la sangrienta y criminal Dictadura del 36. Si se cuantifican los periodos progresistas concluiremos en aquello de “qué poco dura lo bueno”.
 Esta trayectoria ha ido fraguando un sentimiento de frustración y de perdedores en los sectores más avanzados políticamente y, de manera más acentuada, en la masa. Por eso, ahora, ante los oscuros nubarrones, se piensa en clave de derrota y de políticas de extrema derecha de corte fascista como si fuera Vox el grupo hegemónico que obtendría mayoría suficiente como para gobernar.  
Además, la ausencia de práctica democrática durante tanto tiempo, propicia que en las urnas se decida por proximidad ideológica y no por intereses, en el marco de una sociedad masivamente ignorante. Ideología fascista heredada de la anterior dictadura, que en esta última etapa de cuarenta y tantos años no se ha conseguido disipar. Por eso, cada vez que se convocan elecciones aparece el fantasma de la involución, no sin razones ya que esta derecha española mantiene fuertes vínculos con la Dictadura, como hemos podido comprobar en los periodos en los que han gobernado Aznar o Rajoy, etapas en los que se ha conjugado la corrupción con los recortes de derechos y libertades. Ahora, la amenaza viene de la mano de dos “yupis”, manipulados desde el poder económico, alentados por ese grupo emergente como salido de un huevo de dinosaurio encontrado en la caverna.

A toda esa historia de represión y miedo hay que añadir la mentira y la impostura de los gobiernos socialistas, con especial atención a ese primer periodo de 14 años en el que un amplio sector social puso todas las esperanzas de cambio y progreso. En estos momentos da asco escuchar a aquellos que tuvieron cargos de responsabilidad. Elementos despreciables que no merecen ser nombrados. Una vez enriquecidos, deben pasar al más absoluto ostracismo.  

Los sectores sociales intelectualmente más avanzados, desencantados, van abandonando este modelo político y se van incorporando a la abstención, lo que, se dice, perjudica a las izquierdas parlamentarias. Ellos, sus dirigentes, sabrán. Si quisieran recuperarles sería necesario ofrecer propuestas más “agresivas” con el actual sistema, y convencer de que se llevarían a cabo. Pero parece que esto no va a ocurrir, por lo que, volviendo a la cabecera, puede ocurrir que la yuxtaposición de las tres derechas, o extremas derechas, puedan formar gobierno. Aunque lo más probable es que no se pueda obtener mayoría ni por un lado, ni por el otro, lo que abundaría en esa ambigüedad que ya venimos observando desde el 2015. Tal como señalé hace unos cuantos años, los grupos nacionalistas, hoy separatistas en su mayoría, podrían jugar un papel esencial en esa formación de alianzas para alcanzar la mayoría absoluta en el parlamento. Pero se pierden en quimeras, y su empeño en una pelea imposible de ganar, les enredan y les aleja de las políticas de ámbito estatal.
Sea lo que sea en lo que se pueda concluir, incluso en nuevas convocatorias, la realidad es el fracaso de un modelo obsoleto, alejado de lo que requiere la actividad productiva, del desarrollo tecnológico y de la organización social que permita progresar con un mínimo de sensatez.