Cuando se
desconoce la realidad, cuando la realidad se quiere camuflar o cuando no se
sabe hacer otra cosa se recurre a los tópicos, a las etiquetas o a la
simplificación. Esto es lo que está pasando ahora en este tipo de sociedades en
las que se ha roto la dinámica de una forma de convivencia caracterizada por el
enfrentamiento, más o menos manifiesto, entre clases antagónicas, aunque capaz
de mantener durante las últimas décadas un determinado ritmo que otorgaba a la
ciudadanía una cierta seguridad vital y laboral. El sistema capitalista, en su
más pura esencia, se ha caracterizado por la búsqueda de beneficios de los
patronos, pero durante bastante tiempo el crecimiento económico, aunque con una
enorme desigualdad, generaba bienestar para amplios sectores sociales. En esa
dinámica hay que incorporar la lucha de los sectores menos favorecidos, es
decir, de la clase trabajadora, cuya acción reivindicativa ha influido de
manera notable en la consecución de las mejoras de carácter salarial. Por
cierto, los momentos de reivindicación, con resultados más eficaces, han tenido
lugar cuando las condiciones de vida han dejado un espacio para pensar, para
complotar, una vez satisfechas las necesidades básicas.
Debido a que,
por una serie de circunstancias, los sectores productivos ya no generan
el beneficio deseado, hecho que ha tenido lugar en otras ocasiones, el mundo
capitalista ha entrado en una enloquecida fase que está generando
desconcierto e inseguridad generalizada, a la vez que una nueva forma de
distribución de la riqueza, en detrimento de los más débiles. Por un lado, el
capital busca otras formas de revalorización en las que es el propio dinero el
que genera dinero en un proceso endogámico sin que sepamos cuál será el
resultado final. La burbuja dineraria se va hinchando sin que, de momento,
seamos capaces de aventurar el aguante de su envase. Por otro lado, aparecen
nuevas bolsas de pobreza, incrementándose de esta manera la desigualdad entre
unos y otros sectores de la población. La situación anterior de bonanza para
los asalariados ha desactivado por completo a los que aún mantienen un cierto
nivel de bienestar, si bien estos grupos desconocen que el deterioro social
avanza como un tsunami que va
invadiendo día a día a las diferentes capas que configuran la sociedad: primero
fue el incremento del paro, luego los recortes blandos, ahora la subida de
impuestos, mañana... El objetivo es, tal como hemos señalado en otras
ocasiones, destruir por completo eso que conocemos como estado de bienestar.
Tal vez sólo sean motivos de carácter psicológico los que se esconden tras esta
meta o, siendo más realistas, quizás vean en el sector de los servicios
públicos un nuevo espacio para obtener ganancias mediante su absoluta
privatización.
Es esta una
situación difícilmente digerible para los individuos que ahora deambulamos por
estos lugares del planeta que nos obliga a la reducción al absurdo, recurriendo
a buscar un nombre con el que nos podamos entender, aunque no sepamos encontrar
las causas o los efectos finales del fenómeno. Ese nombre es el de
"crisis" con todos los apelativos que, tanto a unos como a otros, se
nos antoje: crisis inmobiliaria, crisis financiera, crisis especulativa o
crisis económica. Es esta última forma la que se ha estandarizado; es el nombre
con el que supuestos expertos se entienden, es el nombre que resuena hasta la
saciedad en todos los medios de comunicación, es el nombre con el que amansan a
la población civil.
Las crisis de
las últimas décadas, con un carácter coyuntural, se han resuelto de forma más o
menos satisfactoria porque no afectaban al núcleo del sistema. Pero ahora es
diferente. Esto no es una crisis de superproducción, en el sentido de lo que
ilustres pensadores han definido y caracterizado. Esto es el agotamiento del
propio sistema porque con las actuales y salvajes formas de enriquecimiento, y
con otras limitaciones impuestas por en propio entorno natural, no es posible
mantener un continuo crecimiento económico que permita vivir dignamente a la
mayoría de la sociedad, tal como ha ocurrido en los últimos tiempos. Hay
argumentos más que sobrados para saber que, de seguir así, no habrá nunca
trabajo remunerado para todos, que la fuerza de trabajo ahora es menos
necesaria, que el paro irá en aumento gobierne quien gobierne. Existen muchas
semejanzas entre la actual situación y la que tuvo lugar a lo largo de las
décadas de los años veinte y treinta del siglo XX, pero el análisis comparado
entre un caso y otro desborda el espacio disponible en un breve artículo como
éste. Sólo señalar que deseamos que la resolución de esta nueva situación no
sea la misma que a la que se recurrió para poner un final definitivo a lo que
se conoció como la “gran depresión” (La
guerra).
Los avances en tecnología, y las
mejoras progresivas en las condiciones de vida nos han hecho más débiles y más
vulnerables a cualquier contingencia que nos detraiga de nuestro ritmo de
vida. Otras generaciones anteriores y
otros pueblos han subsistido y subsisten en medio de la escasez e, incluso, de
la miseria porque sus necesidades básicas eran o son muy inferiores a las de quienes
poblamos hoy día estos países de occidente. Por otro lado, disponían o disponen
de recursos para mantener esa elemental forma de vida, pero los individuos de
sociedades como esta nuestra somos incapaces, o tenemos escasas posibilidades,
de subsistir en núcleos urbanos totalmente dependientes de todo tipo de
suministros.
A esta debilidad frente a
cualquier tipo de contingencia hay que añadir la progresiva pérdida de poder
popular frente al incremento de poder de las clases dominantes. En la
actualidad este omnímodo poder se ha objetivado, adquiriendo, en apariencia, formas impersonales, aunque detrás de esos mercados especulativos, convertidos en
nuevos dioses amenazantes, están las grandes fortunas y sus gestores.
Se hace más
vigente que nunca la "ley de la codicia" según la cual el afán de
enriquecimiento es mayor cuanto más se tiene, dando lugar a una espiral de
ganancia y de locura. La trayectoria de la humanidad en las últimas décadas ha
eclipsado las mentes, y ha desubicado a la clase trabajadora. Ha desaparecido
la izquierda antisistema (capitalista), no contamos con ningún agente que sea
capaz de ofrecer una alternativa sólida y firme. No sabemos la que nos espera a
medio y largo plazo, pero esto es lo que hay.
(Publicado en Nueva Tribuna el 12 de enero de 2012)
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