Por lo que finalmente supimos
aquellos que, ensimismados, dedicábamos el tiempo a nuestros cotidianos
quehaceres, Berzas formaba parte de un sucio “negocio”, y era el encargado de recaudar los donativos
que, más que dádivas, eran la condición
indispensable para poder participar en el obsceno juego del “te concedo tal
obra pública si previamente has pasado por caja”. Berzas formaba parte de una
panda de truhanes que vivían de espaldas a los súbditos de aquel lugar, esos que,
cada día, se esforzaban por llevar algo de sustento a sus casas. Berzas
controlaba los dineros que entraban y salían, para lo cual apuntaba en su
libreta cada uno de los movimientos. Por
lo que más tarde se supo, esa panda de facinerosos recibía periódicamente una suma importante de
dinero. Dinero que no se correspondía con trabajo realizado. Unas entregas
fraudulentas que les cegaban y les impulsaban a pedir cada vez cantidades
mayores. Berzas, debido a los servicios que prestaba a los demás, era un
elemento protegido y mimado, una excelente persona, como los demás le
calificaban. Con un tono balbuceante que le denunciaba, en cierta ocasión,
alguien se atrevió a decir de él: “nadie podrá demostrar que no es inocente”
(fin de la cita). Pero después, como veréis, pasaron de la lisonja al más absoluto
desprecio, algo muy propio de aquellos que los de abajo suelen llamar gentuza,
aunque su ignorancia les ciegue a estos, y elijan a aquellos para dirigirles.
Sin embargo, más tarde que
temprano se descubrió el “pastel”. La codicia ciega y embrutece a quienes
tienen ese afán de enriquecimiento sin límites. Lo que para el pueblo es una
verdadera estafa, la ambición en combinación con las alucinaciones de las perturbadas
mentes de aquellos les hicieron creer que
esos hechos eran normales. Es entonces cuando comenzaron a aparecer grietas, y
sus impúdicos actos salieron a la luz.
Todo comenzó porque surgieron
voces que denunciaban a aquellos que recibían regalos, aunque esto se quedó
pequeño frente a los descubrimientos posteriores.
Corruptores y corruptos formaban
un clan en el que era difícil distinguir a unos de otros. Aquello era un totum revolutum, que los habitantes
visualizaron atónitos en la retrasmisión de una especie de ceremonia nupcial de
uno de un vástago de uno de los mayores
implicado en la trama. Eso era una verdadera “familia” en la que no era fácil
distinguir en cual de ambos bandos se encontraba el más canalla o el más ruin. De
lo primero que los habitantes de por allí se enteraron fue de ciertas
conversaciones entre pares. Perdido ya el pudor, uno (corruptor) le decía a
otro (corrupto): “te quiero un huevo”, a lo que el querido contestaba: “y yo te
quiero más que a mí mismo” (licencia literaria). En otro momento, uno con menos
de cien gramos de cerebelo le pedía al mafioso manjares para cierta celebración
casera. En fin, un escándalo que se hizo público, dando pié a lo que vendría mas tarde, a la parte mollar
de la generalizada corrupción.
En algún momento, alguien se
percató de que el tal Berzas había acumulado una desorbitada cantidad de dinero
que tenía repartido a lo largo y ancho de este planeta. Mucho dinero para haber
sido ahorrado a lo largo de su vida laboral como simple cajero, a pesar de que
estaba bien pagado. Cómo no. Esto ya pasaba a palabras mayores. El pueblo llano
se enteró de que aquel que había llegado a mandamás a través de la mentira, así
como todos sus secuaces, habían recibido cantidades de dinero que Berzas les
suministraba en sobres o en cajas de cigarros-puros. Esto era más gordo que
aquellos hechos en los que se mezclaban los regalos con la gilipollez de los
agraciados.
El cajero repartía, pero se
quedaba con una parte. Era como el diezmo de las cantidades que algunos
corruptores pagaban para recibir los favores de los que disponían ilícitamente
de los dineros públicos, que con tanto esfuerzo los súbditos depositaban en las
arcas de aquel país. ¿Qué digo el diezmo? Eso era más del 10% de lo entregado
porque parecía imposible que en tan corto periodo de tiempo Berzas hubiera acumulado tanta riqueza.
Así que, inevitablemente, Berzas quedo encerrado tras los barrotes de
la prisión de aquel lugar. Al verse en tal situación, no le quedó otra que
“tirar de la manta”. Muchos se lo pedían con ahínco. Fue entonces cuando el
encarcelado hizo pública la relación de aquellos que habían recibido ingentes
cantidades de dinero, burlando las normas legales de aquel país.
A partir de ahí, aquellos que le
protegían comenzaron a repudiarle y a abandonarle como si nunca hubieran tenido
nada que ver con él.
Los que gobernaban, receptores de
esos dineros, seguían mintiendo y negando que tal cosa fuera así. Nadie del
lugar les creía, pero ellos “erre que erre”.
Llegó el cálido estío con esos
días de calima y esas noches de insomnio a causa del sofocante calor. Era un
tiempo de olvido, un tiempo de parálisis. La mayor parte de los cronistas estaban aletargados como los
galápagos lo hacen hasta que llega la primavera. Era como si la corrupción
hubiera sido una pesadilla. Ahora nadie hablaba de Berzas, ni de los demás
beneficiarios, esos de los que habían hinchado sus arcas con el dinero público.
Los pocos voceros que seguían activos intentaban distraer a las gentes, despertando a la “bicha” de un
caluroso verano, tratando un viejo y manido asunto reivindicativo que tiene su
origen en las maniobras de unos ineptos reyes de antaño que eran capaces de
vender su alma al diablo con tal de ocupar la poltrona.
Pero pasado un tiempo, el asunto de
la corrupción comenzó a removerse. El viento otoñal comenzó a despejar las
mentes un tanto abotargadas de la plebe. Otra vez, los comentarios, las
noticias, las crónicas, y un ambiente demasiado enrarecido. Los que mandaban
volvieron de sus vacaciones como si nada hubiera pasado. Sin embargo, aquello
se hacía irrespirable, no cabían más contradicciones entre sus “cuentos” y la
realidad. La presión fue tal que no tuvieron más remedio que huir, que
abandonar sus cargos. Aquellos que se las prometían tan felices haciendo y
deshaciendo a su antojo. Todo aquel tejemaneje sirvió, al menos, para que una
buena parte de los habitantes del lugar, desencantados, desistieran de elegir a
aquellos que se erigen en dirigentes para beneficio personal único y exclusivo.
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