Embargado
por la mayor de las ingenuidades, Pablo se levantó una mañana, decidido a
contactar con Juan Carlos, un moderno político, adscrito a uno de estos grupos
que llaman emergentes. Juan Carlos era un absoluto desconocido hasta hace muy
poco tiempo; ahora es una persona famosa que aparece en los medios de
comunicación, interviene en mítines, en suma, es un político de moda. Ni corto,
ni con pereza Pablo se empleó, haciendo uso de las nuevas tecnologías. Un
mensaje en una de esas redes sociales sería una buena manera de abordar el
asunto, pensó. ¿Qué pretendía Pablo con este contacto?: No buscaba otra cosa
que aportar algunas ideas que pudieran ayudar a plantear una mejor estrategia
política a los de ese partido de nuevo cuño, al que pertenece Juan Carlos. Así
quedó la cosa.
Serían
las siete de la tarde de ese mismo día cuando Pablo, plácidamente, tomaba una
cerveza en un local acondicionado de la Gran Vía madrileña para combatir, en la
medida de lo posible, los calores del estío que este año está castigando
severamente a la meseta. La diosa de la casualidad hizo que, justo por allí,
pasara Juan Carlos, el mismo Juan Carlos destinatario del mensaje enviado por
la mañana. Dicen las reglas de la probabilística que la coincidencia de dos
hechos de esta naturaleza (mensaje y encuentro), en tan corto periodo de tiempo,
es prácticamente nula. Pero así fue.
Pablo
no terminaba de distinguir la realidad de lo imaginario, pero por si, de
verdad, se trataba de una imagen real, saltó del asiento como si éste
dispusiera de un resorte impulsor. ¡Juan Carlos!, ¡Juan Carlos!, gritaba Pablo,
y Juan Carlos se detuvo: era él. Pablo se presentó, improvisando un currículo personal, comprimido en unos 20 segundos. “Oye Juan Carlos, que casualidad, esta misma
mañana te he enviado un mensaje en el que te pedía una entrevista”, le dijo
Pablo. “¿Quién será este individuo?” debió pensar Juan Carlos, mientras miraba
de reojo los mensajes que le enviaban por el teléfono móvil. Una breve
conversación, un tanto atropellada por parte de Pablo, terminó con una “larga
cambiada” del interceptado. “Mira, dijo Juan Carlos, estamos desbordados, no
podemos atender a todas las peticiones”, es una de las frases entresacadas de
ese eventual encuentro. Pablo se quedó bastante decepcionado, con un cierto
sentimiento de frustración y una enorme sensación de ridículo. “¿Qué necesidad
tengo yo de exponerme de esta manera?”, pensó Pablo mientras se retiraba
lentamente del punto de encuentro. Pero de todo se aprende.
De
este breve relato se deprenden una moraleja y alguna que otra reflexión.
Moraleja: sobre la
miseria de la condición humana. Para entablar contacto
con otra persona es imprescindible encontrarse, al menos, en la misma onda, con el mismo
nivel de popularidad o fama. Se desprecia cualquier propuesta de quienes no
cumplan esta condición. ¡Cuánto talento se desaprovechará por esa acusada
pobreza intelectual de esta especie nuestra! Imaginemos que a Juan Carlos le
hubiera pedido una entrevista, por ejemplo, el lingüista Noam Chomsky. No
habría puesto ninguna pega, es más, se habría sentido orgulloso.
Reflexiones:
-Hay
dos formas de intervenir social y políticamente. Una: de forma solidaria con
los más débiles sin esperar recompensa alguna. Otra: intervenir demagógicamente
en busca de beneficio personal o de grupo.
De
aquí surgen algunas preguntas:¿No será una actitud mesiánica reivindicar
mejores condiciones de vida para otros que lo están pasando peor que los
propios actores? ¿Cuál es el grado de eficacia de la acción desinteresada de
aquellos que no sufren las mayores miserias de este sistema?
-El
hecho de convertir la acción ciudadana en un partido político rompe la conexión
con la ciudadanía y sus agentes se integran en el sistema, aceptando el modelo político
y las formas impuestos por aquél.
Nota:
Esta pequeña historia se podría presentar como un relato de ficción, pero, los
hechos descritos, también pudieran haber
trascurrido tal como se narran, ajustándose, de forma rigurosa, a la
realidad. El tal Juan Carlos bien podría ser Juan Carlos Monedero, y Pablo un
ciudadano de bien sin otras pretensiones que ayudar a quiénes, al parecer, no
lo merecen.
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