Hasta donde alcanza la memoria, la especie
humana ha estado dividida en clases, que yo clasificaría en dos grandes bloques
diferentes, dependiendo de la época de su existencia, Patricios y plebeyos, Señores
y siervos, Reyes y súbditos, Patrones y trabajadores. La desigualdad es, tal
vez, la mayor de las ruindades de esta especie, dejando a un lado la esclavitud
o la guerra y su crueldad, quizás, por ese deseo de poder que entraña esa
desigualdad de querer ser dominador de tierras y personas, sin reparar en la
muerte y la destrucción.
Remitiéndonos a tiempos más recientes, a
partir de las Revoluciones de mediados del siglo XIX, la estratificación social
era la de propietarios de los medios de producción y obreros que trabajaban con
esos medios, pero sin ser suyos. Para abreviar, la sociedad se dividía en
explotadores y explotados, dejando a parte el clero, que siempre ha estado del
lado del poder. Durante bastante tiempo, sobre todo en el sector industrial,
los trabajadores eran consciente de su situación y tenían conciencia de
clase. No tanto los trabajadores de “cuello blanco” (Técnicos y otros
sectores) a pesar de estar sometidos al mismo grado de explotación o de ser
utilizados como “esbirros” de los trabajadores de categorías más bajas. Esa
conciencia ha dado lugar a rebeldías en forma de huelgas y manifestaciones consiguiendo
mejoras salariales y de condiciones de trabajo. La lucha de la clase obrera dio
lugar a la creación de partidos y sindicatos en los que los trabajadores se
organizaban. Las ideologías eran tan fuertes que muchos perdieron la vida o
sufrieron cárcel y persecución por la defensa de los intereses colectivos.
La Revolución Industrial dio lugar a la
creación de una clase poderosa que se hizo con el poder económico, derrotando
al feudalismo a través de las Revoluciones burguesas del siglo XIX y comienzos
del XX. De esta forma, aparece un nuevo sistema conocido como Capitalismo.
Es en ese periodo donde se producen las luchas de la clase trabajadora, pero no
tienen el poder revolucionario como para derrotar a un sistema injusto con potente
capacidad de adaptación a los nuevos tiempos.
El desarrollo tecnológico genera una
creciente superproducción y, en consecuencia, una reducción de mano de obra
productiva. En consecuencia, es necesario hacer consumidores a grandes masas.
Así aparece el consumo como una herramienta necesaria para el sostenimiento
del sistema. La pérdida de grandes concentraciones y el acceso al consumo de
los trabajadores genera la pérdida de conciencia de clases y, por lo tanto, la
lucha de la clase obrera. Hoy día nadie se siente obrero, aunque la capacidad
adquisitiva media de la mayoría sea menor que la de otros tiempos. Se rompe
cierta homogeneidad de tiempos atrás. Ahora existe una enorme desigualdad entre
los recursos de unos y otros trabajadores. Por lo tanto, y alejados de todos
los tópicos, hoy podemos dividir a las sociedades de los países desarrollados
en ricos y pobres.
El sistema capitalista ha adquirido vida
propia y ha infundido en la mayoría sentimientos como la ambición sin límites que
ha calado, pasando a la categoría de normal. Eso ha dado lugar a la disculpa, si no a la envidia, de los
descerebrados que acumulan riquezas que podrían salvar la pobreza de muchos
Estados.
Los ricos de ahora, rompiendo con las
clásicas reglas de la economía, son aquellas familias, sea cual sea su
naturaleza, sin ambición, que viven holgadamente y tienen reservas para cubrir todas
sus necesidades, sin tener que esperar los ingresos de forma inmediata para
seguir con su ritmo de vida. Por el contrario, los pobres son aquellos que
viven agobiados con las dudas de si llegarán a final de mes. Aquellos jóvenes,
y no tan jóvenes, que tienen grandes dificultades para adquirir una vivienda. A
parte de quienes tienen que vivir de la caridad en condiciones infrahumanas.
Esta nueva clasificación desprecia y
desclasifica a quienes acumulan sumas astronómicas que rompen con los
principios democráticos y humanos de igualdad. Incluimos aquí a quienes viven
de las rentas como la mayor de las miserias de esta especie. Les sitúa en la
franja más baja de la capacidad intelectual, próxima a la irracionalidad más
extrema. Algunas especies animales acumulan con el ánimo de mantener la
subsistencia, cosa que se aleja de la codicia incontrolada de aquellos que intentan
relacionarse patológicamente con el mundo. Esta forma de buscar la unión con
los demás, a través del poder, así como con la sumisión, según E.
Fromm, están llamados a la derrota. Pierden su integridad y les hace
dependiente de los demás. Yo, en estas líneas, les considero parte de una subespecie
de tarados que nada tienen en común con aquellos que deseamos unas sociedades
más justas, democráticas y con mayor igualdad. A estos, arrastrados por las
reglas del sistema, se suman deportistas y cómicos que acumulan grandes sumas y
tratan de multiplicarlas en lugar de repartir su patrimonio con quien han sido
los culpables de sus riquezas, a quienes han sido “aborregados”.
Todos los intentos de cambio de un sistema
injusto y cruel, hasta el momento, han fracasado, y no se vislumbre la posibilidad de
hacerlo en el corto y medio plazo. La capacidad intelectual de la especie no da
para más.
En cuanto a la razón, como facultad natural
de la especie, me atrevo a distinguir a quienes tienen la capacidad de pensar,
críticos con el sistema y con ideario propio, de quienes viven enajenados sin
esa capacidad de enfrentamiento y tolerantes con las pautas que el sistema
impone. Lo que, a mi modo de ver, en estos tiempos, aparecen dos subespecies en
lo que se conoce como homo sapiens: pensantes y no pensantes. Las causas
por las que se establece esta clasificación, en torno al mayor o menor
desarrollo intelectual, se centran en:
la carga genética de cada cual, la ineficacia del sistema educativo, la
influencia de las religiones y la presión del propio sistema.
Por último, a modo de conclusión pensamos
que la actual especie no tiene recursos intelectuales para superar el
capitalismo, ni la desigualdad. En esta contradicción entre el capitalismo y el
agotamiento del planeta estamos abocados al desastre.
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