El 20 de noviembre de 2011, con
el adelanto de unos meses, se celebran elecciones generales. Cumpliéndose todos
los pronósticos, el PP obtiene una holgada
mayoría absoluta. El PSOE, como era de esperar, se derrumba, e IU mejora considerablemente su
posición parlamentaria. Otros grupos de corte amarillista también consiguen
elevar el número de diputados. Los nacionalistas se mantienen, e irrumpe una nueva
fuerza política: Amaiur, formada por organizaciones de la izquierda abertzale del País Vasco.
El PP se presenta como el
salvador de todos los males con un programa en el que anuncia que acabará con
el paro, que no subirá los impuestos y que no habrá recortes. Con estas
mentiras consigue engañar a una masa ingenua a la vez que ignorante, además de
conseguir los votos de los incondicionales ligados a la iglesia católica o a
las ideas del Régimen anterior.
Si bien es cierto que los
anteriores gobiernos socialistas iniciaron el camino marcado por los mercados,
también lo es que intentaron contener las medidas que se solicitaban desde la
UE. Sin embargo, los del PP, con el
miserable Rajoy a la cabeza, se han lanzado a tumba abierta haciendo todo lo
contrario de lo que decían, como era de esperar.
Ya advertíamos algunos antes de
la convocatoria que la victoria de ese grupo tan reaccionario supondría un
importante retroceso para las clases populares, pero la tozudez, y a veces la
falta de luces de algunos, en ese empeño de ser fieles a un ideario que ellos
consideran próximo a su pensamiento, dispersaron el voto de la izquierda real,
dejando el camino expedito a los del PP. Le resulta muy difícil entender a la
ciudadanía que es necesario apoyar a una fuerza política de corte moderado,
como lo es el PSOE, hasta que otra alternativa
más progresista tenga la suficiente fuerza como para intervenir en las tareas
de gobierno. Más pronto que tarde hemos comprobado que la presencia de IU en el
Parlamento es irrelevante. Que ese apoyo electoral que ha tenido sólo ha
servido para que unos cuantos más vivan del cuento. Por otro lado, el grupo
abertzale vasco tampoco ha satisfecho las expectativas que algunos habíamos
depositado en ellos. Es una vergüenza que en estos precisos momentos el
Parlamento esté tomado por la policía para impedir que ese “pueblo soberano”
que ha votado se acerque a él, y vergonzoso también que los diputados que se
consideran de izquierdas se escondan bajo ese blindaje.
Desde la óptica netamente
socioeconómica la situación sufre un progresivo deterioro a lo largo de las
tres últimas décadas, hasta llegar a nuestros días. La explosión inmobiliaria de comienzos de siglo supuso un
crecimiento artificial que vino luego a incrementar bruscamente esa deriva
hacia la inestabilidad y la pérdida de lo que se conoce como estado de bienestar. Es como si se
tratara de los últimos coletazos de un sistema que se ahoga en sus propias
contradicciones. Las tesis de K. Marx están ahora más vigentes que nunca. La
riqueza se encuentra en manos de unos pocos. El desarrollo tecnológico y la
búsqueda de mayor productividad conllevan la disminución de fuerza de trabajo.
En esa carrera por incrementar las ganancias, la actividad productiva es
sustituida por la especulación y el mercado del dinero. La juventud no
encuentra trabajo y, cuando lo tiene, la precariedad y los bajos salarios
constituyen la tónica general. El acceso a una vivienda se hace ahora casi
imposible para ellos. Todo esto empobrece a la clase trabajadora, de manera que
cada vez son más las capas sociales que se ven afectadas. De este estado
general de pobreza sólo se salvan algunas castas
que son protegidas por el poder real. Los políticos forman una barrera de
contención para los poderosos. Los medios de comunicación intoxican y distraen
a la masa. Los deportes y los deportistas constituyen el opio de la modernidad.
Todos ellos son instrumentalizados en
beneficio de la clase dominante. Todos ellos se libran de ese deterioro social
que afecta a las clases populares.
En los ocho meses de gobierno del
PP los recortes que comenzaron con el gobierno de Zapatero se han multiplicado
y los impuestos han sufrido un importante incremento. El paro no sólo no se ha
reducido, sino que ha aumentado, y los pronósticos no son nada halagüeños; se
espera que el número de parados sea de seis millones al final de este año 2012.
¿Cómo está reaccionando la
población frente a la situación que padecemos? Las clases populares han
ido perdiendo de manera progresiva ese
espíritu rebelde de los años setenta hasta
llegar en la actualidad a la indiferencia
y a la perdida absoluta de conciencia. Sin embargo, la presión que estamos
sufriendo es fuerte, de manera que, en el futuro, puede ocurrir cualquier cosa.
Pienso
que los poderosos y sus gestores están jugando con fuego. De momento, los actos
llevados a cabo (manifestaciones, huelgas, etc.) no están produciendo efecto
alguno, pero llegado el momento, los individuos se verán obligados a realizar
acciones de mayor calado, habrá cada vez más agitación social que influirá en
la vida de todos: ricos y pobres. El poder político, que ya es fuertemente
cuestionado por amplios sectores, resultará inservible para contener a la masa
y mantener la “paz social”, función que ahora tiene encomendada. Pero ante la actual
ausencia de un agente
transformador que organice las revueltas, la
agitación social sólo puede convertirse en confusión y desorden con todas las
consecuencias que ello pueda acarrear.
De los actuales partidos
políticos de la oposición poco podemos esperar. Tal como estamos comprobando,
la política, como institución endogámica, se ha convertido, tal como hemos
señalado anteriormente, en una pugna entre rivales con el único propósito de
acceder al poder y vivir de ello. Se han esfumado los grupos revolucionarios
con consistencia que podrían ofrecer alternativas al sistema capitalista. El
derrumbe de la URSS
ha supuesto un antes y un después en la correlación de fuerzas en los estados
capitalistas. Los Partidos Comunistas de occidente han ido perdiendo fuerza
revolucionaria hasta integrarse plenamente en el actual sistema. Lo mismo ha
ocurrido con los sindicatos.
Aparecen movimientos de
oposición, pero sin la firmeza que se requiere para combatir contra un sistema
que se agota, pero que se resiste a su desaparición.
La ausencia de ideas entre
aquellos que pueden ser oídos es una realidad. Los “intelectuales” se venden
por un plato de lentejas y prefieren
convertirse en tertulianos en lugar de crear una corriente de pensamiento
crítico o de encabezar esas revueltas callejeras. Los potentes medios de
comunicación se encargan de filtrar
cualquier iniciativa que ponga en cuestión el modelo político o el sistema, por
muy tocado del ala que se encuentre. Todo ello nos sitúa en un tiempo de
incertidumbre e inestabilidad como nunca se había vivido en estos últimos
sesenta y tantos años que me ha tocado vivir. La actual situación nos puede
devolver a una sociedad de corte feudal semejante a la vivida en épocas
pasadas, sometiéndonos y aceptando la miseria y el hambre, o revelarnos
eficazmente contra la injusticia y el abuso, y luchar para conquistar un fututo
mejor que este tiempo que vivimos y que vamos dejando atrás. Todo depende del
despertar de la sociedad para que recupere la conciencia y actúe de manera
contundente y organizada en contra de todo lo que nos está pasando ahora. Faltan elementos para hacer un
pronóstico certero.