En estos tiempos de
incertidumbre, en estos tiempos de empobrecimiento progresivo de la clase
trabajadora, proliferan oportunistas y falsos profetas que hacen sus
pronósticos sin ningún tipo de argumentos. Un oportunismo impúdico cuyo fin
principal es la venta de libros o la aparición en los medios de comunicación,
cobrando, para contarnos las calamidades que nos esperan detrás de la esquina,
o las promesas de una pronta recuperación. Pero, como digo, sin argumentos o
razones que den un mínimo de credibilidad a sus anuncios sobre el futuro. La
improvisación y la superficialidad sustituyen al rigor y a la profundización en
los hechos a través del análisis. Por otro lado, ninguno de ellos aporta
soluciones válidas que puedan remediar ese negro futuro que algunos dibujan, o
las bondades que otros prometen. Soluciones que pudieran ser posibles o
imposibles, debido, en este último caso, a la deformación que la sociedad ha
sufrido como consecuencia de una trayectoria de dominio de unos sobre otros, de
poder concentrado en los que se han erigido en tiranos. En el mejor de los
casos, sus exposiciones se limitan a manejar una serie de datos macroeconómicos
relativos a la deuda, al número de parados, etc., siempre en el marco del
actual sistema socioeconómico.
Hay opiniones banales e
imprecisas para todos los gustos: “los pobres cada vez lo serán más sin
esperanza de recuperación a largo plazo”, “la recuperación vendrá pero no se
sabe cuando”, algunos se atreven, incluso, a dar alguna fecha. Los miembros de
los gobiernos de turno dicen que esto ya está superado, pensando, únicamente,
en las futuras convocatorias electorales. Pero, en cualquiera de los casos, la
falta de razonamiento es notoria.
Todo se limita a comentar lo que se
conoce como “crisis económica”, nadie de esos que aparecen con asiduidad en los
medios nos dice que el actual sistema, el sistema capitalista que ha
“funcionado” de tal manera durante 150 años, está agotado.
Hechos que demuestran que el sistema está agotado
“Se ha
roto su propia dinámica, los sectores productivos (pilar de la economía
capitalista) ya no generan el enriquecimiento deseado, teniendo que recurrir a
oscuras recetas tales como lo que se conoce ahora por economía financiera
(eufemismo de economía especulativa), a la corrupción que se va instalando en
los ámbitos de poder sin que nadie pueda remediarlo o a la evasión de capitales
a paraísos fiscales para eludir tributar. Por otra parte, los mercados se
saturan cada vez con mayor rapidez, teniendo que buscar otros basados en
productos y servicios cada vez más superfluos. Y no sólo el sistema se agota
por el debilitamiento de la acción productiva y por la aplicación de esas
nefastas fórmulas emergentes de enriquecimiento, sino además: porque las
instituciones políticas cada
vez son menos creíbles; porque no se sabe que hacer con la educación; porque
cada vez es más difícil encontrar nuevos opios para adormecer. A lo largo del
declive, los artífices de este sistema han destruido todos los valores que en
otros tiempos estaban vigentes; esos valores han sido sustituidos por
contravalores que nos devuelven a la caverna, haciéndonos insensibles ante la
injusticia y la desigualdad en el límite de la sinrazón.
Pero, sobre todo, la continuidad del sistema, tal cual, se hace
insostenible por su necesidad de crecimiento permanente e ilimitado en un
entorno natural limitado” (http://www.bubok.es/libros/193055/EN-LOS-LIMITES-DE-LA-IRRACIONALIDAD-analisis-del-actual-sistema-socioeconomico,
pág. 29-30).
Sólo a partir de estos hechos
(hechos indiscutibles) es posible inferir lo que puede ir sucediendo de manera
progresiva, tomando como referencia lo que ya estamos observando respecto, por
ejemplo, a lo que se conoce como “estado de bienestar” de las clases populares,
centrado en el empleo estable, la sanidad y la enseñanza públicas y las
coberturas sociales por desempleo o jubilación.
El origen del estado de bienestar, y las causas de su final
Ese estado de bienestar del que
ha “gozado” una buena parte de la sociedad ha tenido lugar en el punto álgido
de la actividad productiva, por el exceso de ganancia de la clase dominante,
llevando a cabo una serie de concesiones que permitían mantener a los patronos
la necesaria estabilidad para poder seguir enriqueciéndose, y, además, mejorar
la formación y salvaguardar la salud de los trabajadores, tratándoles a estos
como pura mercancía. No nos engañemos, el esfuerzo e, incluso, el sacrificio de
los más luchadores han obtenido un rendimiento limitado, sin despreciar de
forma rotunda su eficacia.
Ahora las rentas del capital se
obtienen de diferente manera. Por un lado, las empresas que más dinero facturan
en el mundo son las que guardan relación con las nuevas tecnologías: Microsoft,
Google, Facebook, operadores de servicios telefónicos, etc. Estas no están
necesitadas de grandes plantillas de empleados, y, además, los que allí
trabajan suelen ser de alta cualificación. Por otro, el dinero acumulado, como consecuencia de las
ganancias de tiempos pasados, ha dado lugar a una economía del dinero, a una
economía financiera o especulativa. Esto, junto a otros factores a los que
hemos hecho alusión anteriormente, ha dado lugar a una drástica reducción de la
fuerza del trabajo. Los capitalistas modernos facturan enormes masas de dinero
con una reducida mano de obra. Además el mercado especulativo, basado en el
simple movimiento del dinero, tampoco requiere de muchos empleados. Por si
fuera poco, las grandes corporaciones de la actividad productiva han sustituido
mano de obra por sistemas automáticos. En la cuneta quedan todas las medianas y
pequeñas empresas-satélite de las grandes compañías. Por lo tanto, estos
sectores, junto a la masa trabajadora por cuenta ajena son las víctimas de esta
deriva del actual sistema, sin olvidar al pequeño comercio que merma sus ventas
por la progresiva reducción del poder adquisitivo de una significativa parte de
la sociedad.
Los Estados de occidente han
adquirido un tamaño enorme como consecuencia del crecimiento económico de las
últimas décadas. Los impuestos obtenidos de una clase trabajadora estable y
bien remunerada permitían ampliar servicios y prestaciones a los más
necesitados. Servicios como la sanidad y la enseñanza cuyo efecto tenía una
proyección directa sobre quienes lo financiaban.
Ahora, cuando el sistema se va
trasformando, y el capital no requiere apenas fuerza de trabajo, no es necesario
mantener esos servicios porque a los poderosos no les importa la salud y la
formación de amplios sectores que antes tenían fácil acceso a ellos.
Círculos viciosos en forma de contradicciones
Así, el círculo se cierra. La
mano de obra deja de ser mercancía necesaria para enriquecerse, por lo que
tampoco son necesarios esos servicios públicos que eran prestados a grandes
capas sociales. De momento, el sistema aún necesita el complejo aparato
político que le permita transitar hacia otra forma de organización social.
Nos encontramos pues en una etapa
de transición, en un proceso en el que van quedando desprotegidos los económicamente
más débiles, pero, como tal proceso, es difícil saber de antemano hasta donde
llegará el tsunami.
De momento, aunque con ciertas
limitaciones, algunos sectores sociales mantienen el poder adquisitivo que les
permite seguir adelante. Los impuestos de los que aún tienen trabajo permiten
mantener los servicios aunque en condiciones cada vez más precarias y, en
algunos casos, en vías de privatización.
Los Estados se mantienen ahora
artificialmente con un nivel de endeudamiento enorme y creciente. Una parte
importante de esa economía del dinero
se basa en la obtención de rentabilidad a través de la deuda pública. La deuda pública de los Estados está en manos de la
propiedad privada. Curioso, la riqueza está en manos de unos cuantos, cuando
los Estados se han empobrecido. Esta es una “burbuja” que va engrosando año
tras año. Gran parte de los presupuestos generales se reserva para abonar los
intereses de esa deuda. De momento los ricos se conforman con recibir los
jugosos intereses, pero, ¿qué puede pasar si el nivel de endeudamiento llegue a
ser tal que sea imposible recuperar el nominal? Esto es algo imprevisible. Son
ahora los ciudadanos de a pie los que están sufriendo las consecuencias de ese
desmedido endeudamiento con recortes e incremento de los impuestos para
intentar frenar esa deuda. Pero aquí nos encontramos con otro círculo vicioso,
o pescadilla que se muerde la cola. El paro creciente reduce los ingresos al
Estado. Por otro lado, los recortes y la
subida de impuestos a la clase trabajadora reducen el consumo y, en
consecuencia, los ingresos del comercio.
Por lo tanto, la deuda pública, de
momento, tiene que seguir creciendo.
La intención del poder, como se
deduce de lo dicho, es desmostar el “estado de bienestar”. En ello están, como
siervos útiles, los políticos que nos gobiernan. La reducción del endeudamiento
vendrá dado, a medio o largo plazo, si
definitivamente acaban con los servicios públicos del Estado. De nuevo aparece
otra contradicción: Si la deuda se frena, los ricos dejarán de ganar una parte
importante de sus beneficios, lo que les obligará a buscar nuevos nichos para
seguir en esa estúpida dinámica de acumulación. Pero si ya no necesitan la
fuerza de trabajo, ni el consumo masivo para obtener ganancias, y la deuda
pública se reduce: ¿qué les quedará para seguir enriqueciéndose?
Por eso, ante tanta
contradicción, ante esa irracional trayectoria, el futuro se presenta incierto.
Nadie puede aventurar ahora en qué quedaré definitivamente esto a medio o largo
plazo. Lo que debe quedar claro es que los hechos demuestran que se trata de un
agotamiento progresivo del actual sistema socioeconómico, y no de una simple crisis
económica. Frente a esta situación, no conviene despreciar reacciones de una
parte de la ciudadanía que opten por revelarse ante tanto desatino. Lo que
ocurre es que, hoy por hoy, no hay fuerza alguna que pueda canalizar la posible
protesta, lo que nos deja con esa sensación de incertidumbre y desasosiego.
Por ahora, la sociedad en su
conjunto es incapaz de reaccionar. Se dejan embaucar por políticos que atentan,
incluso, contra sus propios intereses. Los programas basura de TV siguen
acaparando índices de audiencia desproporcionados; con las retransmisiones
deportivas (que también puede ser considerado TV basura) ocurre lo mismo. No
somos capaces de frenar esta deriva, y los actos de protesta que se llevan a
cabo no surten efecto alguno, no se consigue desviar el rumbo que marcan los
peones del poder real. La mayoría social sigue imbuida y engañada por los
artífices encargados de desmontar la organización social anterior. Siguen
creyendo en una falsa democracia que sólo sirve para empobrecerles e, incluso,
para destruirles. Como decía J. Saramago: “si
el poder real es el poder económico, que hacemos hablando de democracia”.
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