Se
dice que nuestra especie es la única que es consciente de su propia existencia
y de su relación con el entorno, pero: ¿hasta dónde alcanza ese conocimiento?
Ser consciente de tu propio ser, de tu existencia es algo tan elemental como la ambigua e incompleta definición del término. Limitar la conciencia a ese
sencillo reconocimiento existencial nos sitúa en la frontera con otras especies
que forman parte de ese amplio grupo de los primates, porque también dicen que
algunos monos se reconocen cuando se miran en un espejo.
La
conciencia es una variable, por lo que, aunque con dificultad, sería posible elaborar
una amplia taxonomía de hombres y mujeres con diferentes niveles de ella. Bien
entendido que tener un nivel mayor o menor de conciencia no exime de derechos u
obligaciones a todos y cada uno de los que nos agrupamos en sociedades como la
nuestra, o en otras diferentes.
La
conciencia individual se va desarrollando a lo largo de la vida. De niño no se
tiene noción del principio o fin de la existencia de uno mismo, por ejemplo.
Poco a poco la persona va adquiriendo el conocimiento sobre su existencia y el
papel que juega en su entorno familiar y social. Por alguna causa, a la que
luego haremos referencia, el desarrollo
de la conciencia toma uno u otro camino, o adquiere una dimensión más o menos
amplia.
Es
muy complicado conocer con exactitud el nivel de consciencia de cada uno de los
individuos que configuran una sociedad. Cuando se habla de ello no queda más
remedio que referirse al nivel medio, o nivel de conciencia de la mayoría. Sin
embargo, no todos nos encontramos en ese gran grupo, o en ese grado medio de
consciencia. Es conveniente destacar que una parte relevante de la humanidad se
desmarca de la mediocridad, escapando de las garras de los que nos dominan y
marcan la pauta que a ellos les interesa mediante los mecanismos e instrumentos
en su poder.
Aquellos
que dominan se aprovechan de la superstición y del miedo de la inmensa mayoría
para conducirles por el camino que les marquen. Así las cosas, podemos
establecer, grosso modo, dos niveles diferentes de consciencia. Por un
lado, las masas que se impregnan de la ideología dominante, se dejan llevar por
los que otros deciden y, por lo tanto, son víctimas del engaño. Por otro, y
este, a mi entender, es un grupo bastante heterogéneo, son aquellos a los que
ya hemos hecho referencia y que son capaces de pensar por ellos mismos, y son
conscientes, aunque en distintos grados, de la realidad en sus múltiples
dimensiones.
K.
Marx decía que “no
es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la
conciencia" (La ideología alemana). Estamos completamente de acuerdo con la
segunda parte. El actual sistema de explotación capitalista no sólo marca el
desigual reparto de la riqueza, sino que determina la escala de valores, y
permite que los que dominan impongan su ideología. De esta manera, esa mayoría
social se encuentra alienada. Se deja conducir y no son capaces de cuestionar
el sistema que les margina y les explota.
Sin
embargo, no estamos de acuerdo, en su totalidad, con la primera parte: “no es
la conciencia la que determina la vida”. De ser
así, estaríamos condenados a vivir en un único modelo a perpetuidad. Si
bien es cierto que esa inmensa mayoría nunca será capaz de indagar o buscar
nuevos modelos y nuevas actuaciones, aquellos con un grado de conciencia mayor han
intervenido, o podrían seguir interviniendo, para iniciar nuevos caminos, nuevas
vías hacia una forma de vida más racional. Pero es indiscutible que sin la
intervención de la mayoría cualquier cambio es imposible, a pesar de que
surgiera un agente transformador
formado por aquellos con mayor nivel de conciencia.
Bien
es cierto que, examinando la historia, nunca se ha consolidado una situación
socioeconómica, cultural y política acorde con el pensamiento y el deseo de los
que buscan, o han buscado, un mundo más humano y más racional. El único hito
histórico lo marca la Revolución
Bolchevique. Pero, por unas u otras circunstancias, hemos
asistido al derrumbe de lo podría haber sido otra forma de vida. Después del
examen de la historia no tenemos más remedio que concluir en que la causa final
de nuestra errática trayectoria es la inmadurez
de una gran parte de los individuos que conforman esta especie nuestra.
Inmadurez intelectual que es el origen de esa ausencia de conciencia, prueba
inequívoca de que, en su mayoría, no estamos aún preparados para vivir en armonía
e igualdad, y con respeto al medio en el que nos movemos.
En
lo concreto, diremos que, bajo la presión del poder real, para esa mayoría social
pasan inadvertidas situaciones que determinan esta forma de vida, por lo que se
hace complicado iniciar un cambio de rumbo. Son hechos que se asumen sin la
menor discusión, aunque perjudiquen notablemente a los más débiles. El rechazo
a la actual situación debería comenzar por tomar conciencia de hechos que tanto
daño están haciendo, como, por ejemplo, son: a) lo que llaman iniciativa
privada que se traduce en que el trabajo está en manos de unos cuantos que
buscan su propio beneficio; b) que el poder político es una barrera de
contención para proteger al poder real, es decir, las transformaciones no vendrán
dadas por el cambio político; c) que, en consecuencia, la actual práctica democrática
es sencillamente una estrategia del poder real para contentar y calmar a las
masas.
A
pesar de ello, ante la injusta e irracional situación vivida ahora en países
como el nuestro, se vislumbra un rayo de esperanza que se centra en el rechazo
al actual modelo político. La abstención va en aumento año tras año. Eso no es
todo, pero algo es algo.
No solamente hay que abstenerse en los procesos electorales, hay que luchar dia a dia, hay que organizarse en una resistencia al sistema y todo ello nos lleva a que hay que exponerse. Necesitamos organizarnos como lo haría un país bajo una ocupación utilizando los medios que tuviéramos a nuestro alcance.
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