Había
un tiempo, no demasiado remoto, en el que bastaba con repetir un término para
confirmar su autenticidad. De esta forma se decía, por ejemplo, eso es una
democracia, democracia; o de verdad, de verdad, para afirmar que algo era
cierto. Otras veces era necesario añadir algún apelativo para darle
credibilidad al concepto: esto es una democracia real, se decía. En ambos
casos, el emisor quedaba satisfecho con el mensaje trasmitido, y para el receptor
era suficiente porque entendía el significado de lo que aquel quería decirle.
Pero
hoy día la situación socioeconómica y política es tal (imposible describirla
con precisión) que para definirla necesitamos inventar nuevos términos y
llenarlos de contenido: el idioma nacido de las glosas emilianenses, con el que
nos manejamos para las cosas vulgares, se ha quedad corto.
Esto
se nota cuando esos “sabios” de la opinión intentan definir lo que está
ocurriendo con asuntos tales como la corrupción, la manera de gobernar, etc. Al
pueblo llano también le cuesta expresarse cuando protestan (con razón) por las
estafas, por las mentiras, por el abandono de los gobernantes. Se les nota que
quisieran decir algo distinto, algo más fuerte, cuando intentan calificar a los
actores de tanta obscenidad. Lo siento, yo tampoco soy capaz de utilizar otros
términos, o ¿tal vez no existen?
La
cosa va más allá de la desigualdad creciente, de la corrupción generalizada,
del desgobierno de los políticos. Los epítetos añadidos tampoco completan la
correcta definición de lo que nos está ocurriendo. El diccionario se agota ante
tanta impudicia, ante tanto desatino, ante tanto sufrimiento, ante tanta
injusticia.
Un
término recurrente para unos y otros es la indignación
en sus variadas formas gramaticales: indignarse, indignados, etc. Pero
indignarse, que significa enfadarse, es una nimiedad emocional ante lo que la
mayor parte de la sociedad, sobre todo algunos sectores, está padeciendo, está
sintiendo.
Hoy
día nadie reconoce como democracia esto que tenemos, aunque se repita el término cuando se invoca. A nadie se le ocurre, salvo a los que viven de la mentira,
identificar este esperpento conocido como alternancia con una democracia real. Una
práctica que comienza a dejar de ser útil, incluso, para aquellos que lo emplean como estrategia para mantener
su poder.
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