martes, 7 de octubre de 2014

EL DICCIONARIO SE QUEDA CORTO

Había un tiempo, no demasiado remoto, en el que bastaba con repetir un término para confirmar su autenticidad. De esta forma se decía, por ejemplo, eso es una democracia, democracia; o de verdad, de verdad, para afirmar que algo era cierto. Otras veces era necesario añadir algún apelativo para darle credibilidad al concepto: esto es una democracia real, se decía. En ambos casos, el emisor quedaba satisfecho con el mensaje trasmitido, y para el receptor era suficiente porque entendía el significado de lo que aquel quería decirle.
Pero hoy día la situación socioeconómica y política es tal (imposible describirla con precisión) que para definirla necesitamos inventar nuevos términos y llenarlos de contenido: el idioma nacido de las glosas emilianenses, con el que nos manejamos para las cosas vulgares, se ha quedad corto.
Esto se nota cuando esos “sabios” de la opinión intentan definir lo que está ocurriendo con asuntos tales como la corrupción, la manera de gobernar, etc. Al pueblo llano también le cuesta expresarse cuando protestan (con razón) por las estafas, por las mentiras, por el abandono de los gobernantes. Se les nota que quisieran decir algo distinto, algo más fuerte, cuando intentan calificar a los actores de tanta obscenidad. Lo siento, yo tampoco soy capaz de utilizar otros términos, o ¿tal vez no existen?
La cosa va más allá de la desigualdad creciente, de la corrupción generalizada, del desgobierno de los políticos. Los epítetos añadidos tampoco completan la correcta definición de lo que nos está ocurriendo. El diccionario se agota ante tanta impudicia, ante tanto desatino, ante tanto sufrimiento, ante tanta injusticia.
Un término recurrente para unos y otros es la indignación en sus variadas formas gramaticales: indignarse, indignados, etc. Pero indignarse, que significa enfadarse, es una nimiedad emocional ante lo que la mayor parte de la sociedad, sobre todo algunos sectores, está padeciendo, está sintiendo.
Hoy día nadie reconoce como democracia esto que tenemos, aunque se repita el término cuando se invoca. A nadie se le ocurre, salvo a los que viven de la mentira, identificar este esperpento conocido como alternancia con una democracia real. Una práctica que comienza a dejar de ser útil, incluso, para aquellos  que lo emplean como estrategia para mantener su poder. 

Necesitamos nuevos términos para definir, con plenitud y precisión, lo que están haciendo los directivos de entidades financieras,  los políticos, los responsables de los medios de comunicación. Necesitamos nuevos términos para el insulto, para expresar lo que va más allá de la rebeldía, la indiferencia, la sumisión o el miedo. Todas estas palabras se quedan cortas ante el sentimiento o el sufrimiento de los individuos de esta sociedad. Llamarle a los que están abusando, por la inacción de la mayoría sufriente, corruptos, mentirosos, basura, despojos humano o hijos de puta se queda demasiado corto.

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