El pasado día 19 de enero, festividad de San Canuto, visité un Videoblog de El País,
donde un afamado periodista comenta, casi a diario, la actualidad política. Mi
capacidad de asombro se desbordó al observar que la publicidad previa al
comentario era esa charla de café en la que algunos dirigentes del PP hacen una
especie de acto de contrición, algo absolutamente esperpéntico porque se trata
de una actuación preparada, aunque ellos lo hacen como si se tratara de una
conversación improvisada, pero se les ve el plumero.
A
continuación de la publicidad, aparece
el periodista con su breve comentario en el que critica, como en tantas
ocasiones, al partido del Gobierno. La contradicción publicidad-crítica me
produjo un estado emocional mezcla de asombro y alucinación, a pesar de que no
celebré la festividad del día tal como se merece.
Mi
respuesta no fue otra que la de hacer un correcto comentario con arreglo a las
normas que el propio Videoblog establece. Los comentarios están sometidos a
control. El mío fue censurado a pesar de no haber empleado expresiones
ofensivas, ni altisonantes (no lo puedo reproducir porque, como señalo, no fue
publicado y, en consecuencia, el texto se pierde).
En
otra ocasión, me ocurrió algo parecido, si cabe más escandaloso. Habitualmente
publicaba mis artículos en Nueva Tribuna, http://www.nuevatribuna.es/opinion/autor/000430/antonio-jose-gil-padilla,
revista digital dirigida por individuos adscritos a los sindicatos
mayoritarios. Próximo a una convocatoria de huelga les envié un artículo
crítico con los convocantes y con la convocatoria: http://ajgilpadilla.blogspot.com.es/2012/03/la-huelga-10-la-huelga-100.html.
El
escrito fue censurado y, a partir de ese momento, no admitieron ningún otro
texto mío.
La
libertad de expresión es una entelequia, un simple enunciado, una parodia que
es manejada por todo aquel que tiene el poder de control.
La
libertad de expresión es un instrumento propagandístico, por lo general, en
manos de los regímenes más progresistas. De esta manera, durante el complejo desarrollo
constitucional del siglo XIX, la libertad de expresión era un “derecho” de
quita y pon. Las constituciones más liberales la recogían, las más
conservadoras la eliminaban.
El
derecho a expresarse libremente, sea cual sea el ámbito en el que se aplica,
siempre tiene sus límites, se trate de entornos más o menos progresistas. Los
grandes medios de comunicación, siempre en manos del poder económico o
político, son el principal filtro de la expresión libre. En países como este
nuestro, en estos tiempos que corren, son habituales las críticas
insustanciales a instituciones, o la burla fácil de personas con fama, pero
nunca será pública una crítica al sistema socioeconómico establecido que mine
sus fundamentos o cuestione sus acciones. ¿Cuántas ideas o propuestas válidas
en la búsqueda de un mundo mejor se habrán quedado en la cuneta? Por fortuna,
las nuevas tecnologías y las grandes redes abren nuevas formas de comunicación
y expresión difícilmente perseguibles, a pesar del empeño que los lacayos del
poder ponen en ello.
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