Para
todos aquellos o todas aquellas que tengan a bien acceder a este escrito, es
conveniente indicarles, previamente, que mi posición política e ideológica se
encuentra en las antípodas de los actuales gobernantes, del partido que lo
sustenta y, en particular, de la política educativa del actual ministro de
educación, empeñado, contra viento y marea, en destruir lo público y defender,
sin ningún tipo de pudor, los intereses de los centros privados.
Pero
hecha esta salvedad, es necesario analizar en profundidad la definición y
desarrollo de la vigente práctica educativa, alejada de lo que debería ser un verdadero
modelo que definiera, de una manera científica, los diferentes procesos de aprendizaje,
así como su aplicación.
En
estos días, la discusión se centra en los estudios posteriores a la secundaria.
Después de un intento de aproximación a los planes de Bolonia, surge una nueva
polémica por la flexibilización de los tiempos para alcanzar la titulación. Primero,
las carreras de tres y cinco años desaparecieron formalmente dando paso a lo
que se denomina Grado, con una duración de cuatro años, salvo excepciones. Pero,
ahora, un Gobierno, con pocas posibilidades de permanencia una vez finalizada
la actual legislatura, decide por Decreto que los Grados se pueden impartir en
tres o en cuatro años, a voluntad de las
autoridades de cada Universidad. Eso sí, los Máster de postgrado podrán tener
una duración de uno o dos años.
Los
Másters, antes y después de esta última decisión de un ministro inepto, son un
negocio para las Universidades privadas, pero también para las públicas, y un
fraude para todos los alumnos que los cursan.
Ante
esta nueva situación, aprobada con fecha 30 de enero de 2015 en Consejo de
Ministros, aparecen las quejas de los sectores, supuestamente, más
progresistas. Los alumnos protestan porque dicen que sus estudios se encarecen.
La sociedad en su conjunto, salvo honrosas excepciones, cree que, ahora, para
completar la formación es imprescindible cursar un Máster. El esquema antiguo de
los cinco años ha dejado una huella indeleble. Así si el Grado es de cuatro
años, habrá que hacer un Máster de un año, pero si es de tres, el postgrado
tendrá que ser de dos. En cualquier caso la suma es de cinco cursos. La
vinculación entre Grados y Másters es un verdadero galimatías. En algunos casos
dicen que son cursos de especialización, en otros son más generalistas que el propio
Grado: caso de las ingenierías, por ejemplo.
Las
quejas y las reivindicaciones se sitúan en el terreno netamente económico y político,
lo que no deja de ser interesante, pero nadie, salvo excepciones, se preocupa
de la parte mollar del asunto, o sea del valor y contenido de la formación.
Si tuviéramos que resumir en una sola palabra la anterior o presente formación
universitaria diríamos, sin dudarlo, que es una mierda, término un tanto escatológico pero de lo más expresivo. Si
quisiéramos afinar un poco más, diríamos, por un lado, que este sector
educativo nunca ha profesionalizado a los titulados que han estado perdiendo el
tiempo en las aulas; por otro, es, como los otros sectores educativos, un
instrumento para que la ciudadanía sea obediente y se someta al poder sin poner
obstáculos, para que los individuos formen parte del engranaje social sin
subvertir el rol que el poder asigna a cada cual, como ocurre en el resto de
países capitalistas.
Un
Estado verdaderamente democrático debería preocuparse de la educación,
definiendo eficaces procesos de aprendizaje, en el marco de una tecnología educativa, para alcanzar el
verdadero desarrollo intelectual de los ciudadanos, pero esto solamente sería
posible en un entorno socioeconómico sin clases, ausente de la exagerada
desigualdad entre ricos y pobres.
Nota:
Hablando del valor de los Másters, cuyo coste, dicho sea de paso, es abusivo, un familiar muy cercano, de nacionalidad norteamericana, ha cursado en la Universidad
Complutense de Madrid el MBA (Máster in Business Administration) con un coste
próximo a los 5.000€. A la hora de volver a su país ni se ha molestado en solicitar
el título. Un fraude, una vergüenza, y un descrédito de nuestras instituciones
educativas para el resto del mundo.
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