Es complicado desligar la trayectoria de un solo partido en
el maremagno político en el que nos encontramos en el amplio ámbito europeo. Es
complicado mantener la frialdad en una situación como la que tenemos en nuestro
país, en la que uno se encuentra viviendo indignado y desmoralizado. Un espacio,
este nuestro, donde el conjunto de los que detentan los diferentes poderes se
asemeja más a una red mafiosa que a lo que deberían ser las instituciones de un Estado moderno y democrático. Un lodazal
en el que se combinan la corrupción de unos y la ignorancia de otros,
impidiéndose, así, que esta especie nuestra se desarrolle en aras de la razón y
la ética.
Estado general:
los socialistas en el panorama político europeo
Haciéndonos creer que se trataba de posiciones antagónicas, se nos presentaban,
con carácter casi universal, dos opciones que se autoubicaban: una en la
derecha (con reparos) y la otra en la izquierda (también con reparos). La derecha se identifica con lo que se ha convenido en llamar eufemísticamente:
neoliberalismo; la izquierda electoral del pasado ha presumido de ser socialdemócrata. Sin
embargo, neoliberalismo y
socialdemocracia son, en la actualidad, las dos caras de la misma moneda. Y como tal se han
comportado. Lo demuestran los actos de ambas formaciones en la defensa de
los mismos intereses: los de los ricos, habiendo hecho los socialistas, de vez
en cuando, alguna concesión a las clases populares, aprobando leyes
insustanciales que no atajaron nunca los verdaderos problemas de los de abajo.
Pero cuando ha sido necesario hacer recortes en las condiciones de vida y en
los derechos de los ciudadanos, no les ha temblado el pulso. Véase el caso de
la modificación del artículo 135 de la Constitución española. Es una burda
manera de engañar a una población que en estos momentos soporta todo lo que se
le presenta a través de los medios de comunicación como tótem sagrado de la
modernidad.
No cabe duda de que los “socialistas” hayan sido parte y
culpa de la situación en la que nos encontramos, una situación caracterizada
por una economía agónica, una política viciada, y una sociedad congelada. En
una entrevista reciente a J. Anguita,
declaraba éste que sin una reacción del pueblo esto no tiene posibilidades de
cambio. “Sin que la ciudadanía se movilice, este país no tiene solución
alguna”. “U os mojáis, o esto no tiene
remedio, pensad en vuestros hijos y en vuestros nietos”. De otra manera,
“Lloraremos como Boabdil”. Comparto,
como no podría ser de otra manera, el diagnóstico y los deseos de Julio, pero discrepo en las
propuestas. Las movilizaciones al uso parece que restan poco poder a los de
arriba. Las movilizaciones de los ciudadanos que ahora se llevan a cabo no les
dan miedo. Las acciones políticas tales como las sesiones de control al Gobierno
y las comisiones parlamentarias son absolutamente ineficaces, lo que pone al
descubierto la debilidad de este tipo de democracias. Las denuncias en los
medios de comunicación tampoco resuelven nada, por el contrario suelen poner el
cierre a los asuntos más y menos graves. Por desgracia, las soluciones no son
fáciles, teniendo en cuenta el extremo al que hemos llegado. Sólo señalar que
los escasos cambios que podemos encontrar rastreando la historia han tenido
lugar cuando los movimientos se han fraguado en la clandestinidad para,
después, llevar a cabo una auténtica revolución,
unas con más éxito que otras.
Las movilizaciones, las protestas, las sesiones de control,
etc., son una concesión de la
oligarquía, protegida por un poder político alejado de la ciudadanía, aunque
los ciudadanos voten a determinados partidos, porque son víctimas del engaño y
de la demagogia de unos y de su propia ignorancia. A veces se vota, incluso, a
grupos que defenestran a los que les han votado, a veces nos hacemos (se hacen)
cómplices de la corrupción. Uno de estos
grupos a quienes votan de forma irracional en nuestro país es al PSOE. A pesar
de esa situación de decrepitud, a pesar de su apoyo al Gobierno del PP, las
encuestas, a lo que luego volveremos, les siguen concediendo un
desproporcionado apoyo.
La evolución de los
socialistas en Europa
Volviendo a la citada entrevista a Julio Anguita el entrevistador le preguntaba
algo así: ¿por qué está dividida la izquierda? Dando a entender que el PSOE
formaba parte de esa posición política, a lo que Anguita respondió: ¿quién ha
dicho que el PSOE es izquierda? Más o menos. En otros países, la reacción del
electorado ya es evidente. En Grecia el PASOK quedó relegado a la última
posición en las elecciones de enero de 2015 con un 4,7% de votos. En estos días
es el PS francés el que ha ocupado el cuarto lugar en las primarias con un
6,36%. Tengamos en cuenta que los socialistas han gobernado durante mucho tiempo
en estos países, siendo entonces el grupo más votado. Sin embargo, España es un país singular. Con
un PSOE dividido, sin ideología, sin propuestas, sin liderazgo, con golpes de mano cuarteleros, sigue
apareciendo en las recientes encuestas oficiales (del CIS) en segundo lugar con
un 20% de apoyo. Es tan inconcebible que sospecho que los datos están
manipulados. Yo no me los creo. Esa es mi válvula de escape, así evito apelar
al suicidio.
En otros países, tal como hemos mostrado, el declive de los
partidos socialistas o, en general, de la Socialdemocracia, como a algunos les
gusta autodefinirse, es un hecho. Y no sólo en Grecia y Francia, también en
Reino Unido, Italia, Suecia, Polonia, etc. Ya son, al menos, 15 países en los
cuales los socialistas han pasado a ser una fuerza irrelevante.
Ante tal situación nos hemos de preguntar: ¿a qué es debido
ese declive en gran número de países de la UE? ¿A qué se debe la peculiaridad
patria?
Rastreando bibliografía para documentarme,
sorprendentemente, he encontrado multitud de artículos coincidentes en el
título: “El declive de la Socialdemocracia” y otros enunciados semejantes.
Coincido con el enunciado, pero no con los argumentos que esgrimen algunos para
justificar ese declive. Es fundamentalmente por esta razón por la que me atrevo
a aportar mi visión, basada fundamentalmente en la observación de la evolución
de estos grupos y en el análisis de su verdadera naturaleza.
Ya le he dedicado algunos escritos, pero, como en otros
casos, el asunto parece inagotable. De entre todas las referencias destacan don
artículos: “El PSOE y sus problemas”, en diciembre de 2014 y “Tras la muerte
del PSOE” de diciembre de 2016.
En los países políticamente más avanzados los ciudadanos han tardado, pero
han comprobado que los partidos socialistas ya no actúan como alternativa a las
políticas neoliberales, ya que, como he señalado, ambas organizaciones
defienden los mismos intereses. La vieja estrategia de la alternancia ha tocado
fondo.
La socialdemocracia jugó un papel importante en defensa de
la clase trabajadora durante el siglo XIX, cuando ofrecía la mejora de las
condiciones de trabajo por la vía pacífica y reformista, en una situación de
penuria de las clases populares. Estrategia política legítima y rival de otras
que se ofrecían más activas en su época. Pero, poco a poco, ha ido perdiendo sus
verdaderas señas de identidad hasta que, transcurridos unos cien años, su ideario
se ha ido desdibujando para convertirse en una propuesta netamente
electoralista, aprovechándose de la historia y mintiendo a las masas que se han
dejado engatusar. Volvemos a recordar a H. Ibsen en “El enemigo del pueblo”
cuando nos anuncia que el pueblo se equivoca y tarda más de 30 años en darse
cuenta del error. En Europa ya ha llegado ese momento en el que la ciudadanía
ha detectado que este tipo de democracia es una estrategia del poder y los partidos mal
llamados socialistas son, o han sido, un puntal fundamental de ese montaje.
El PSOE como caso
peculiar
El PSOE inició sus andanzas, tras la Dictadura,
capitalizando la lucha y el desgaste que el Partido Comunista llevó a cabo durante
tantos años. El atraso socioeconómico y político de nuestro país, el miedo y
las ansias de cambio proporcionaron un inmerecido triunfo electoral a los
socialistas en 1982. La demagogia, el engaño, la ingenuidad y la ignorancia les
han permitido gobernar más años de los merecidos. La falta de cultura
política, consecuencia del ajetreado siglo XIX y las dictaduras del XX, han
hecho del electorado patrio un bloque refractario, por lo que, aún, los dos
partidos antiguos (PP y PSOE) siguen contando con un apoyo mayoritario a pesar
de la corrupción de unos y la descomposición de otros.
Sin embargo, el futuro de los socialistas aquí, en este
país nuestro, recordando al tonadillero Antonio Molina, es muy oscuro. Lo
siento por sus fieles militantes de base y por sus devotos seguidores. Sus
dirigentes, en un deseo de mantener su situación de privilegio, como si se
tratara de un niño que no quiere que le quiten el juguete para ir a dormir, se
mueven en un espacio onírico del que no quieren despertar. Pero la sensatez
anuncia que, a pesar de esta inercia del cuerpo electoral, jamás conseguirán
ser el grupo más votado en las elecciones generales. Tienen un verdadero
problema. Ya no pueden presumir de ser la izquierda. Su futuro real, su
subsistencia, alejado de los delirios y del autoengaño, pasa por convertirse en
el asistente del Partido Popular.
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