Ya somos de “izquierdas”,
en un mundo de derechas. ¿Seremos capaces de soportar esa tensión? Todo es
posible si lo que llaman izquierda es, sencillamente, la derecha maquillada.
El
actual estado mental e intelectual de esta especie nuestra es tal que tenemos
que expresar ideas, situaciones o hechos, recurriendo a elementales esquemas
para que podamos entendernos. De esta forma, hemos acuñado el binomio
izquierda-derecha para resumir una compleja situación política en el mundo y,
en particular, en nuestras tierras.
El
uso del término izquierda, como digo, es ahora una simplificación. En ella se
encuadran ciertas formaciones políticas que poco tienen que ver con un
verdadero ideario o con un auténtico ejercicio de lo que debería de ser esa
corriente política. Los que incluyen el vocablo izquierda en su definición lo
hacen debido al prejuicio favorable que le conceden amplios sectores de la
ciudadanía.
La izquierda que
soñamos
Hace
ya unos años, encontré una definición de lo que debería ser la izquierda, lo
que suelo llamar: la izquierda real. Una definición integrada en los estatutos
de hace unos años de IU. Literalmente decía el documento que la izquierda
debería luchar por la “superación del
capitalismo y el avance hacia una sociedad sin explotación y sin alienación,
hacia un socialismo concebido como la plena realización de los derechos humanos
y la profundización de la democracia”, Texto que compartía en mis años de militancia,
y que sigo compartiendo.
La
izquierda entendida de manera parecida a lo que hemos definido sólo existe en
el imaginario de algunos hombres y de
algunas mujeres. Esta izquierda no se ha materializado nunca en occidente en
forma de formación política con posibilidades de gobierno. Así que esta falta
de concreción da lugar a multitud de formas de entender la izquierda.
El
término izquierda se ha convertido históricamente en un cajón de sastre donde
cabe todo. Unos y otros se identifican con una izquierda imaginaria aunque casi
nunca se han dedicado a exponer su manera de entenderla. Con seguridad, por esa
condición de irrealidad material, el pensamiento o la percepción de la
izquierda es muy diferente en unos y en otros. Grupos y partidos políticos en
uso de la mentira se autodefinen, sin razón, como de izquierdas, abusando de la
confianza, la ignorancia o la ingenuidad de la mayoría social.
El
PSOE es uno de esos partidos que se incluyen en esa izquierda nominal, diríamos
que, incluso, se ha adueñado del término en estos últimos tiempos, hasta el
punto de que, embargados por la emoción, uno de sus últimos lemas de este
partido rezaba: “somos la izquierda”, aunque tardó poco tiempo en cambiarlo en
aras de ese refrán que dice: “dime de lo que presumes y te diré de lo que
careces”. Si alguien quiere ejercer de izquierdas no necesita anunciarse, sólo
actuar.
El
Partido socialista, en suma, nunca se ha comportado como un partido de
izquierdas, entendida ésta tal como pensamos algunos. El PSOE es un grupo que
forma parte del juego político determinado por la oligarquía para mantener el actual statu
quo.
El cambio de gobierno
La
rápida derrota del corrompido complejo creado en torno al partido político que
ha estado gobernando los últimos seis años y medio ha dado lugar a una
marcada confusión social, acentuada por los medios de comunicación, actual
escaparate y guía de una ciudadanía maleable, forzada a ver cadenas de TV u oír
emisoras de radio en manos de los que se encuentran al otro lado de los
intereses de las clases trabajadoras. Ahora, aunque han pasado unos pocos días,
es tiempo suficiente para preguntamos: ¿Cómo el pueblo ha podido soportar durante todo este tiempo a
una panda de gentuza como la que formaba el Gobierno de Rajoy, empezando por él
mismo? Individuos incultos, anclados en la caverna. Visto, ahora, desde esa
pequeña distancia, nos damos cuentas que han sido la auténtica continuidad de
la Dictadura. Ciertos sectores de la sociedad se han alegrado del cambio de
esta primavera del dieciocho, aunque
hay que señalar que con más temor que entusiasmo.
Llegado
el momento, como he dado a entender, el Gobierno del PP era insostenible. La
corrupción generalizada, los casos pendientes que serán juzgados y la primera
sentencia de la Gürtel, como detonante, han dado al traste con la permanencia
del partido conservador. Por lo tanto, era obligatorio tomar una decisión.
¿Habrá tenido algo que ver el poder económico en el reciente cambio? ¿Y la
Unión Europea? Si así fuera, habrá que entender que han optado por Sánchez en
detrimento de Rivera. De lo que sí hay muestras evidentes es de que, en esta
tercera etapa de gobierno, como en las dos anteriores, el IBEX, y lo que
representa, se muestra complaciente.
Por el lado positivo, esta es la primera vez tendremos un Presidente de Gobierno que habla otros idiomas, así
como la mayoría de los Ministros nombrados. Así será más fácil comunicarse en
la UE. Un equipo renovado con personas mayoritariamente más dinámicas frente al
estancado del PP.
Sin
embargo, a pesar de las múltiples alabanzas al nuevo Gobierno, las políticas de
“izquierdas” que podamos esperar del PSOE se resumirán, en el mejor de los
casos, en una serie de gestos (ya ha
comenzado, nombrando a 2/3 de Ministras) para contentar a ciertos movimientos
reivindicativos, pero su política
económica será la de siempre: la defensa de los intereses de los ricos. Esto
se va confirmando conforme vamos conociendo algo más de los perfiles e
ideología de los nuevos ministros. La nueva ministra de economía, por ejemplo,
es aplaudida por Ana Botín y goza de la aprobación de la UE.
Por
otro lado, el nombramiento de Grande-Marlaska, un juez marcadamente
conservador, nos hace dudar de la política que se llevará a cabo desde el
Ministerio del Interior. En una situación de inestabilidad, marcada por la
desigualdad, es conveniente, desde el poder, mantener, de una u otra manera,
las medidas represivas impuestas por el PP.
¿Qué nos espera en el
terreno netamente político?
El
PSOE, al menos en su definición, camina contracorriente en un espacio europeo
diferente a la reciente situación que se ha producido en este país nuestro. Los
partidos socialistas o socialdemócratas que han gobernado desde la segunda
guerra mundial han ido perdiendo fuerza o han desaparecido como es el caso de
Italia. En la mayor parte de los países de Europa dominan las corrientes más
conservadoras. En algunos países con la participación en los gobiernos de
fuerzas de corte fascista.
Hasta
ahora todo daba a entender que en España el recambio del PP sería protagonizado
por Ciudadanos, pero la operación a la que hemos asistido contradice esa idea.
Algo hay que ha dado lugar a este giro, aunque no está todo el pescado vendido,
por eso digo que quienes preferimos esta opción lo vemos con más temor que
entusiasmo. Todo dependerá de lo que ocurra en los próximos meses. Tal vez, ese
nuevo partido, C’s, no ofrezca todavía todas las garantías que se desean para
la deseada estabilidad aunque, por mucho que se empeñen, y gobierne quien
gobierne, será efímera. Tal vez crean
que su posición política, la de Ciudadanos, sea exageradamente extremista.
Quizás su líder no muestre la madurez política que se requiere.
El
futuro del PP depende de algunas variables. Por una parte, será definitivo el
devenir de los procesos judiciales en marcha y de los nuevos que pudieran
aparecer. Por otra, dependerá de la manera de reorganizarse, si es que lo
consiguen. Pero lo más determinante es su rivalidad con Ciudadanos. Si en algún
momento el poder real retoma sus primitivas intenciones de derivar el voto
hacia C’s, el PP puede quedar reducido a un grupo testimonial.
Tal
y como están las cosas, las expectativas de Podemos se resumen a su apoyo al
PSOE y, en el mejor de los casos, a su participación en el gobierno, todo esto si
es que los socialistas consiguen ser el partido más votado o, entre ambos,
superan a lo que se conoce como fuerzas de la “izquierda”.
Pero
lo que sí está garantizado es un largo periodo de “volatilidad” como
consecuencia del agotamiento del actual modelo político y de la ausencia de
soluciones a las contradicciones del sistema capitalista.
Tras
el análisis, pasados unos días, y aplacada esa euforia en las líneas
progresistas, sobre todo por la expulsión del partido corrupto, es legítimo que
podamos concluir con aquella vieja sentencia popular de que “todo es mentira”.
Desearíamos que esa mentira cada vez encontrara menos acomodo en nuestra
sociedad.
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