lunes, 28 de enero de 2019

DESMONTANDO EL AMOR


Si habláramos de sentir calor, todo el mundo entendería que en el entorno hay un cierto nivel de temperatura, aunque la sensibilidad de cada cual al calor difiera. El calor es una sensación concreta y medible mediante la temperatura. Sin embargo, hay palabras que se emplean con demasiada frecuencia sin reparar en su significado. Términos tales como amor y felicidad se usan a menudo, a modo de cajón de sastre, por el beneficio que proporcionan al discurso o al comentario.
En estos tiempos que corren a sobresaltos y entre tinieblas, quienes desean un mundo mejor, recurren al “amor” como el mejor remedio para salvar la hecatombe hacia la que nos dirigimos por un camino errático. E. Fromm, hace ya más de 60 años, decía aquello de que el amor, frente al poder y la sumisión, es la única pasión que satisface la necesidad que siente el hombre de unirse con el mundo y de tener al mismo tiempo una sensación de integridad e individualidad.
Pero el amor –definido, en los diccionarios, como conjunto de sentimientos- es un término ambiguo a falta de análisis y de descubrir lo que se esconde detrás cuando se utiliza en tan variadas ocasiones.
Lo que se llama amor entre miembros de una pareja puede ser, en realidad, atracción, deseo o admiración, sentimientos que pueden ser mutuos o asimétricos. La parte más espiritual de esa relación es el deseo de bienestar del otro. Un claro ejemplo lo constituye la búsqueda del placer máximo de la otra parte en una relación genital, aunque no siempre es así. En muchos casos, pues, los sentimientos son asimétricos y, entonces, pueden aparecer esas nocivas pasiones de poder y sumisión, lo que suele acabar en fracaso. Ese cúmulo de pasiones y sentimientos puede dar lugar a otros nefastos, tales como el deseo de posesión, los celos y, como consecuencia, el mal trato y la agresión.

En el caso de ese “amor” hacia descendientes es, en realidad, protección, cariño y ternura. En algunos casos el cariño es recíproco.

La Revolución burguesa de 1789 no ensalzaba el amor como uno de los valores fundamentales. En realidad, proclama la igualdad como meta de la especie y de fraternidad como herramienta para luchar de forma solidaria. Aunque, como hemos visto, el acontecimiento solo sirvió para que los ricos cambiaran de nombre.
El fracaso de todas las intentonas de transformación hacia mejor es una constante histórica, lo que pone de manifiesto que no todos los miembros de la especie piensan igual y que no existe un sentimiento común que nos conduzca hacia ese mundo ideal, a esa arcadia, que sólo existe en la mente de algunos.

La amistad también es uno de esos términos llamados a revisión o análisis. La búsqueda de afecto,  y la gratuidad de la conexión, permiten que la mayoría de esta especie nuestra, sobre todo los sectores sociales pseudointelectuales, presuman de tener muchos amigas y amigos, sin reparar en los sentimientos en juego que liguen un vínculo profundo y sincero entre especímenes.  Pero, ¿es posible una fraternal y desinteresada amistad?

El amor, por la ambigüedad del término, nunca puede ser un elemento de unión entre individuos de la especie. Siento discrepar, aquí y ahora, con mi admirado E. Fromm, después de haberle citado varias veces y de haber tomado como referencia su visión sobre lo que él considera las tres grandes pasiones de la especie: el poder, la sumisión y el amor.

Pero ¿entonces, qué posibilidades hay de llegar a unas auténticas relaciones sociales más humanas? A mi juicio pocas, y cada vez más alejadas de ese mundo soñado por algunos. El sistema capitalista es un nefasto caldo de cultivo para avanzar hacia la superación de la especie. Pero no somos capaces de transformarlo. En consecuencia, se establece una especie de círculo vicioso: el estado intelectual y la ausencia de capacidad revolucionaria de los individuos no permite el cambio, por lo que la permanencia del actual sistema potencia la ausencia de los valores que permitieran la transformación.
Por lo tanto, en una imaginaria, inviable hoy por hoy, sociedad más avanzada, alejada de un sistema como el vigente, la persona se encontraría realizada en un trabajo elegido, sintiéndose libre y útil. Liberarse de la enajenación, de la desigualdad, de la rivalidad y de las tensiones potenciaría el respeto, la solidaridad (ayuda y colaboración) y la fraternidad (relación de igual a igual). Actitudes y sentimientos más que suficientes para convivir de una manera más razonable.


No hay comentarios:

Publicar un comentario