Puede
que lo que ocurra en abril y mayo, los resultados electorales, nos sorprenda,
pero casi seguro que no. Hay varias formas de enunciar este escrito: el
expuesto en el título, “¡La que nos espera!” o “¿Lo que nos espera?”
Con
la interrogación albergo la esperanza de que haya una mínima reacción de la
masa y podamos avanzar hacia posiciones de progreso. Esta es la versión
optimista, frente a la otra, la pesimista, con ese enunciado de “¡La que nos
espera!”, en la creencia generalizada de que sea la alianza de extrema derecha,
de los tres grupos neofascistas, la que nos lleve a posiciones del
tardofranquismo.
Reconozco
que esta versión última está impregnada de ese pesimismo histórico, producto de
la trayectoria política de los dos últimos siglos en los que se han ido
alternando levantamientos militares con revueltas populares, en el marco de
monarquías débiles de ida y vuelta. En ambos casos el ejército ha sido, casi
siempre, el protagonista de los cambios.
Trienio
liberal, Década ominosa, Bienio progresista, La Gloriosa, Proclamación de la I
República, Dictadura de Manuel Pavía, Dictadura de Primo de Rivera y “Dictablanda”
de Berenguer, II República o derrocamientos y restauraciones monárquicas, son
hechos y períodos que pueblan el siglo XIX y parte del XX, con el colofón de la
sangrienta y criminal Dictadura del 36. Si se cuantifican los periodos
progresistas concluiremos en aquello de “qué poco dura lo bueno”.
Esta trayectoria ha ido fraguando un
sentimiento de frustración y de perdedores en los sectores más avanzados
políticamente y, de manera más acentuada, en la masa. Por eso, ahora, ante los
oscuros nubarrones, se piensa en clave de derrota y de políticas de extrema
derecha de corte fascista como si fuera Vox el grupo hegemónico que obtendría
mayoría suficiente como para gobernar.
Además,
la ausencia de práctica democrática durante tanto tiempo, propicia que en las
urnas se decida por proximidad ideológica y no por intereses, en el marco de
una sociedad masivamente ignorante. Ideología fascista heredada de la anterior dictadura, que en esta última etapa de cuarenta y tantos años no se ha conseguido disipar. Por
eso, cada vez que se convocan elecciones aparece el fantasma de la involución,
no sin razones ya que esta derecha española mantiene fuertes vínculos con la
Dictadura, como hemos podido comprobar en los periodos en los que han gobernado
Aznar o Rajoy, etapas en los que se ha conjugado la corrupción con los recortes
de derechos y libertades. Ahora, la amenaza viene de la mano de dos “yupis”, manipulados
desde el poder económico, alentados por ese grupo emergente como salido de un
huevo de dinosaurio encontrado en la caverna.
A
toda esa historia de represión y miedo hay que añadir la mentira y la impostura
de los gobiernos socialistas, con especial atención a ese primer periodo de 14
años en el que un amplio sector social puso todas las esperanzas de cambio y
progreso. En estos momentos da asco escuchar a aquellos que tuvieron cargos de
responsabilidad. Elementos despreciables que no merecen ser nombrados. Una vez
enriquecidos, deben pasar al más absoluto ostracismo.
Los
sectores sociales intelectualmente más avanzados, desencantados, van abandonando
este modelo político y se van incorporando a la abstención, lo que, se dice, perjudica a las izquierdas parlamentarias. Ellos, sus dirigentes, sabrán. Si
quisieran recuperarles sería necesario ofrecer propuestas más “agresivas” con
el actual sistema, y convencer de que se llevarían a cabo. Pero parece que esto
no va a ocurrir, por lo que, volviendo a la cabecera, puede ocurrir que la yuxtaposición
de las tres derechas, o extremas derechas, puedan formar gobierno. Aunque lo
más probable es que no se pueda obtener mayoría ni por un lado, ni por el otro,
lo que abundaría en esa ambigüedad que ya venimos observando desde el 2015. Tal
como señalé hace unos cuantos años, los grupos nacionalistas, hoy separatistas
en su mayoría, podrían jugar un papel esencial en esa formación de alianzas
para alcanzar la mayoría absoluta en el parlamento. Pero se pierden en
quimeras, y su empeño en una pelea imposible de ganar, les enredan y les aleja
de las políticas de ámbito estatal.
Sea
lo que sea en lo que se pueda concluir, incluso en nuevas convocatorias, la
realidad es el fracaso de un modelo obsoleto, alejado de lo que requiere la
actividad productiva, del desarrollo tecnológico y de la organización social
que permita progresar con un mínimo de sensatez.
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