Esta
especie nuestra camina de la mano de pasiones, sentimientos, emociones y
sensaciones, algunas o algunos reales, pero otras u otros ficticias o ficticios. La razón,
en un estado incipiente, está limitada, en su empleo, tanto en calidad como
cantidad. El poder, la sumisión, el miedo y la inseguridad son el engrase de un
estado de dominio y de desigualdad. Sin embargo, otros estados son inventados
con el fin de mantener un nivel de primitivismo que subyace bajo esa realidad
vital de siempre y, particularmente, de ahora. De entre todos ellos sobresalen
el amor y la felicidad. Son ilusiones que tratan de enmascarar la cruda
realidad. Al amor ya lo hemos tratado anteriormente: “Desmontando el amor”.
Es ahora el momento de tratar, brevemente, la felicidad.
La
mayoría de las definiciones encontradas, coinciden en que la felicidad es un
“estado de ánimo”, y lo identifican, a veces, con la satisfacción, porque no
han encontrado una definición precisa. ¡Claro!, porque no es posible definir
algo que no existe o nunca se ha sentido realmente. Los diccionarios, son tan
ambiguos aquí como en tantos otros casos.
La
felicidad es una ficción sin referencia, cuyo límite nominal iría cambiando en
función del grado de satisfacción. Además, ese deseo se frustra porque esa felicidad ficticia nunca se alcanza, ya que en paralelo a ese
deseo de felicidad le acompaña la sensación de insatisfacción por no llegar nunca
a esa meta volátil.
Si
asumiéramos que la felicidad fuera un sentimiento real, concluiríamos, en
términos matemáticos, en que es una magnitud derivada. Es decir, para mantener
un valor estable de felicidad, la satisfacción debería ser creciente. A una
magnitud creciente linealmente le corresponde una derivada constante.
Tal
vez esa sea la razón por la que existe el afán de enriquecimiento, la codicia.
En búsqueda de la felicidad, nunca se alcanza el límite de riqueza deseado
porque cuando se llega a un cierto nivel se busca otro superior.
Microrrelato: En busca de la felicidad
Érase una vez una mujer
o un hombre, qué más da, que gozaba de grandes ingresos sin grandes esfuerzos
ni físicos, ni intelectuales, pero se resistía a contribuir con arreglo a las
normas marcadas por el Estado, por lo que utilizaba todas las trampas a su
alcance, asesorada o asesorado por sinvergüenzas que también buscaban el
enriquecimiento fácil. Era la manera al uso de buscar la felicidad. Ahora tengo
1000, creía estar satisfecho, pero quiero tener más para ser feliz, se decía a
sí mismo. Nunca encontraba la forma de frenar esa carrera, marcada por la
avaricia, porque no era feliz. ¿Estaría, al menos, satisfecho? Aparecen aquí todas
las dudas.
Ese desenfreno por
acumular más y más le acarreó una ceguera que le apartó de la realidad, de las
más elementales normas cívicas. Pero un día apareció el miedo al posible
castigo que podría sobrevenir. Y llegó el día. Los agentes encargados de pedir
responsabilidades le “pillaron”. Después del correspondiente proceso a través
del que se le pidieron que aclarase sus cuentas, perdió todas esas riquezas que
él creía que le llevarían a esa felicidad que nunca consiguió, se hundió en la
más absoluta depresión, en esa profunda tristeza que puso fin a esos días que
su ambición le alejaron de una vida placentera entre pares.
Moraleja: En ocasiones
ocurre que buscando aquello que anhelas termina por destruirte.
La
búsqueda de esa felicidad que no llega encierra una carga de egoísmo,
equiparable al deseo de acumulación, al de la obtención de riqueza, de fama.
Todo lo contrario al deseo de una sociedad solidaria y fraternal. El estéril
esfuerzo por alcanzar esa meta destierra el fomento de la conciencia personal y
colectiva. La felicidad, como la esperanza en la salvación, proclamada por las
religiones, son metas inalcanzables, pero ofrecidas a una especie persuadida.
Lejos
de la imaginación, de la fantasía, de la manipulación, un estado de ánimo
placentero sería posible desde una perspectiva muy diferente a la propuesta por
las clases dominantes. Por una parte, se debería buscar el bienestar colectivo.
Por otra, en lo personal, sería suficiente con encontrar la tranquilidad y la satisfacción por
la cordial relación social, por el trabajo realizado en beneficio de la
colectividad, por gozar de unos beneficios prestados por el Estado, etc. ¿Cómo
es posible ser “feliz” con tanta desigualdad, con tanta miseria, junto a otros
mundos de opulencia, de riqueza innecesaria?
(*)Pasiones, sentimientos, emociones y
sensaciones.
En
esa ambigüedad lexicográfica y falta de concreción de los diccionarios al uso,
incluido el de la RAE, es difícil distinguir con claridad cada una de esas
acciones o estados a los que nos hemos referido. He aquí un intento de
aclaración:
-Pasión es una acción duradera que pone
de manifiesto determinados comportamientos con el prójimo. Ejemplos: poder,
sumisión, entrega, cariño.
-Sentimiento, es un estado profundo que
se proyecta en las conductas en relación con los demás, con las otras especies
y con el medio natural.
-Emoción es una acción temporal causada
por algún hecho ajeno a uno mismo.
-Sensación forma parte de la intuición,
de lo que se pueda intuir, pero sin que se manifieste con nitidez.
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