martes, 7 de abril de 2020

CORONAVIRUS, PARANOIA Y... A RESISTIR

¿Qué clase de personas necesita nuestra sociedad? 
Necesita hombres y mujeres que cooperen sin rozamientos en grandes grupos, que deseen consumir cada vez más, y cuyos gustos estén estandarizados y fácilmente puedan ser influidos y previstos.
Necesita hombres que se sientan libres e independientes, no sometidos a ninguna autoridad, a ningún principio, a ninguna conciencia; pero que quieran ser mandados, hacer lo que se espera de ellos y adaptarse sin fricciones al mecanismo social. (E. Fromm)

El conocido como coronavirus es uno de esos tantos microorganismos que nos complican la vida sin que nadie haya descubierto con precisión su razón de ser, si es que hay alguna. Nadie nos ha contado por qué esta vez se han tomado las medidas que han dado un giro radical a nuestra habitual forma de vida. El miedo y la paranoia, en su acepción más vulgar, se han adueñado de las mayorías. Las sociedades han sido adiestradas para ser receptivas a los mensajes que vienen desde arriba. La actual incertidumbre extrema da pie a todo tipo de conjeturas.

Escribo desde la confusión, una confusión que apareció a mediados de marzo, y va en aumento. La machacona información de unos medios de comunicación sensacionalistas, y al servicios del poder, por exceso, nos ha aburrido y, en consecuencia, algunos hemos abandonado la batalla y nos hemos retirado a los “cuarteles de invierno”, allí donde no quieren que estemos, allí donde no se aplaude, ni se canta una copla conservadora convertida en himno. Una canción que determina el comportamiento que algunos quieren que sigamos. “Resistiré”, dice. Un canto de sumisión, cuando lo que deberíamos es desobedecer ante la sinrazón, ante el engaño continuado. Es un momento ideal para la subversión, para pedir explicaciones de esto y de tantas otras cosas, pero ya nos tienen domados, somos carne de cañón. Si hay que quedarse recluido, pues nos quedamos, si hay que aplaudir se aplaude y si hay que cantar se canta desde las ventanas. El problema, real o creado, se le presenta al pueblo por la vía emocional, como ya se ha hecho en otras ocasiones (independentismo catalán, por ejemplo) porque es la dimensión humana más frágil, y más manipulable. No se trata el asunto por la vía intelectual, explicando el alcance real, con la verdad por delante. A la ciudadanía se le trata como discapacitada: seguir los mensajes, asustando a los individuos de forma permanente y profusamente mediante todos los medios a su alcance. El objetivo es infundir y difundir el miedo, lo que potencia el egoísmo, el individualismo (al estar aislado) y aparentar una ñoña y falsa solidaridad con eso de los aplausos por las ventanas.

Por otra parte, como en otras ocasiones, aparecen los ricos y falsos filántropos que, auto erigiéndose en ídolos (casi dioses), muestran su imagen para recaudar dinero. Otras veces donan algunas migajas, cantidades ridículas comparadas con sus fortunas. Si de verdad quieren hacer una buena labor deberían remunerar correctamente a sus empleados, si es que los tuvieran, cumplir legalmente con la hacienda pública, donar su patrimonio al completo y ajustar sus ingresos a una cantidad monetaria suficiente para sus gastos, y desestimar la acumulación como práctica propia del capitalismo.

Casi siempre hablamos de “ellos”, de los que controlan y dirigen el rumbo del planeta. Solemos hablar del poder real. No sabemos exactamente quienes son, pero existir, existen. Los políticos, los jueces, los medios de comunicación, son las caras visibles, pero su poder es derivado, dependientes todos de ese poder oculto. 

Nos han llevado a una situación inédita de la que será complicado salir. Por si fuera poco el adiestramiento previo, ahí está la represión policial y, además, todas las cadenas de TV, volcándose en esa tarea aleccionadora, aunque, es curioso, pero en los programas en directo, como burlándose de la gente, no cumplen con las normas que ellos mismos recomiendan. Es cierto que las calles están vacías. Alguna persona que otra con un perro, otras con una bolsa. Algunas con mascarillas de colores y formas diferentes, pero otras al descubierto por completo.

Ahí estamos, pero aunque sea complicado, en algún momento habrá que salir. ¿Cómo lo haremos? Inevitablemente las relaciones sociales serán diferentes, y costará tiempo volver a los comportamientos anteriores. ¿Qué será de los espectáculos más o menos masivos? Diremos adiós a salas de cine, teatros, etc., durante una larga temporada, sobre todo si hay repuntes del virus.

En el campo económico, y por lo tanto vital, el futuro es impredecible. Anterior a la situación de parálisis, la incertidumbre ya era un hecho: un sistema agotado y estancado, basado en el consumo masivo y en la rentabilidad. En crisis como la actual se observa con mayor nitidez las miserias del sistema, la injusta desigualdad y la absurda acumulación de riqueza, frente a la pobreza de amplias capas sociales. Lo que no cabe duda es que surgirá un nuevo paradigma que se materializará en una mayor desigualdad o, poco probable, en un modelo más racional, más humano, con respeto al medio natural.

En ese terreno de la conjetura, cabría pensar que esta situación de paro y confinamiento podría ser un ensayo para someter al pueblo a medidas más severas y de mayor alcance, una vez comprobado que se somete sin fricción a las directrices marcadas desde arriba. ¿No había otra forma de abordar el problema con una participación activa de los ciudadanos, en lugar de optar por el aislamiento? ¿Puede ser éste el camino hacia algo parecido a la distopía de Huxley?

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