Para
evitar interpretaciones erróneas, quiero señalar de antemano que, tanto aquí
como en el escrito anterior del Blog, la intención no es criticar al actual
Gobierno. Tampoco se trata de alinearme con las medidas que está tomando
porque, como diré a continuación, hay confusión en algunos asuntos.
Un
Gobierno aturdido, como yo, aunque está dando la cara permanentemente en un
contexto político nefasto. El problema, si lo aceptamos tal como nos lo
presentan, desborda la pelea política nacional y nacionalista. Sin embargo, los
partidos de la oposición aprovechan la ocasión para, torpemente, triturar al
Gobierno, mostrando la cara más reaccionaria e irresponsable. Las declaraciones
de algunos de sus dirigentes rezuman fascismo, lo que a ciertos sectores
sociales nos producen escalofríos. Todo ello acompañado de ignorancia y
necedad. Cuando alguien tiene estos comportamientos es porque responden a ese perfil
de reaccionario, fascista e irresponsable -tal vez- por esa ignorancia y esa necedad.
Imprecisiones
Asistimos
aquí, como en el resto del planeta, a una situación excepcional que la mayoría
de los seres vivientes no hemos conocido jamás. Se han dictado normas
y se dan instrucciones e, incluso, se utilizan medidas represivas para obligar
a su cumplimiento. Sin embargo, existen imprecisiones e incongruencias, tal vez
por lo novedoso del caso.
Con
respecto a las mascarillas existe una gran confusión en su uso. A pesar de
que los expertos señalan que su empleo es para proteger a los demás, el
ciudadano se la coloca para protegerse él. Aquí el miedo juega un importante
papel. Las informaciones de los medios de comunicación abundan en esa
confusión. Por otro lado, hay un embrollo en cuanto a la variedad y a la de su
eficacia y tiempos de vigencia de cada modelo. Con los guantes ocurre algo similar,
aunque de nuevo los expertos niegan su eficacia como barrera de
protección.
En
cuanto al confinamiento el asunto es más complejo. Medidas demasiado rígidas
para salir de casa, aunque vivas en una zona despoblada. Lo lógico es regularlo
en función de la densidad de población y del sentido común. Sin embargo, quedan
fisuras que desvirtúan la instrucción general. Se puede salir a comprar
víveres, se puede acceder a las farmacias, asistencia a mayores, se puede sacar
a las mascotas. ¿Quién puede limitar este tipo de salidas? Tal vez recurrir a
la responsabilidad de cada cual, teniendo
en cuenta el estado mental de las mayorías ciudadanas, sea una
irresponsabilidad.
Ahora
van a poder salir, con ciertos límites, los menores acompañados, pero esto
puede dar lugar a un desorden en el que se conjugue el miedo con la
irresponsabilidad y la picaresca.
TV basura. Manipulación
y engaño
El
confinamiento favorece estar pegado a los aparatos de televisión. Una adicción
que viene de tiempos anteriores, aunque los individuos no quieren reconocer que
ven en exceso las diferentes cadenas. Hace algún tiempo, un amigo mío, en un
encuentro casual, me contó sus actividades, ahora en época de jubilación. Es
ingeniero y ha sido catedrático en su vida laboral. Me dijo que veía demasiado
tiempo la televisión. Su valentía no es habitual. La gente no quiere reconocer
la realidad. Claro, no es lo mismo la influencia que ejerce este medio en unos
casos que en otros.
La
televisión, ya lo he dicho en variadas ocasiones, en un potente instrumento de
manipulación y engaño. Hace algún tiempo limitábamos la expresión de TV basura
a los canales de Mediaset, en particular a ciertos programas de Telecinco.
Ahora, sin reparos, podemos decir que toda la televisión, pública o privada es
Basura. Se salva algún programa de la 2 de TVE, aunque esto se haya convertido
en un tópico.
En
esa tendencia a tomar una posición, o la contraria (el enfrentamiento futbolero
es el patrón), la gente clasifica las cadenas, de una manera burda, en
izquierdas o derechas. Más concretamente, los opositores al progreso y la
igualdad y de débil capacidad mental, dicen que La Sexta, por ejemplo, es de
izquierdas. Craso error, ese canal, como Antena 3, es decir, A3media es del
grupo Planeta, rojos de toda la vida. La Sexta es tan manipuladora como las
demás, o peor. Algunos programas, bajo una piel de cordero encierran un gigantesco
coronavirus (los lobos son tan nobles como los corderos). El Intermedio es un
caso concreto. Su presentador no oculta que es millonario, y los millonarios
defienden los intereses de los su casta.
Los
que aparecen en pantalla (presentadores, colaboradores, tertulianos) se
convierten en protagonistas, y se incorporan a los sectores mejor remunerados.
Ello se debe a la función que desempeñan. Cuanto más vulgar y chabacano mejor para
la cadena, y mejor remunerados ellos, conforme a la Ley de la Instrumentalización
(*). Para las tertulias, deben hacer un casting para elegir a los de nivel
intelectual más bajo. Unos con talante reaccionario y un grado de brutalidad
superior. Su voz unos tonos más altos que el de la otra parte. Los otros,
tímidos, sumisos y temerosos. Estos pierden siempre. Total, un grupito que
transita de cadena en cadena, haciendo caja.
Otras crisis
En
consecuencia, además de la crisis sanitaria, que deseamos que sea temporal, contamos con otras, y sus efectos, más duraderas: la política,
la social y, en suma, la intelectual y la psicológica, así como la proyección
de ambas sobre lo social o, lo que es lo mismo, sobre las relaciones humanas. Crisis
que condicionan los comportamientos de nuestros conciudadanos, que permiten que
los poderes manipulen a su antojo a las masas mediante los potentes instrumentos
que ellos mismos controlan, que posibilitan que se asuman una serie de
contravalores impuestos y que impiden, en suma, el progreso y el desarrollo
hacia estadios superiores del pensamiento y de las relaciones sociales.
Quizás,
la del Covid 19, y las que posiblemente vengan, tenga que ver con las otras crisis.
En
una entrevista concedida recientemente a un periódico de ámbito nacional, Alain
Touraine dice que, en política, no hay nada ni por arriba, ni por abajo. Se
sorprende por la falta de liderazgo del Presidente de EEUU y señala que en
Europa “hoy no hay nada”.
¿Y
por abajo?, le preguntan. “No existe un movimiento populista, lo que hay es un derrumbe
de lo que, en la sociedad industrial, creaba un sentido: el movimiento obrero.
Es decir, hoy no hay ni actores sociales, ni políticos, ni mundiales ni
nacionales ni de clase”, responde.
Unos
políticos de baja talla y una sociedad asustada y sumisa, dispuesta a obedecer
y hacer lo que se les manda a sus individuos. Estos son los mimbres de
sociedades en decadencia.
Crisis intelectual
Decimos
que existe una crisis intelectual y,
además, que ha sido una constante a lo largo de la historia porque, entre otras
razones, habiéndose dado condiciones extremas de explotación, las sociedades no
han sido capaces de dar un paso definitivo para transformar el actual sistema,
para pasar de los intereses espontáneos inmediatos, conquistados, a veces, a
través de la lucha, a los intereses de clase. Tal vez sea esa la causa última
por la cual las transformaciones anunciadas o esperadas en los últimos 150 años
no se hayan producido. Quizás, desde un punto de vista netamente biológico, el
nivel intelectual medio de nuestra especie, en contra de esa racionalidad que
se nos supone, no sea aún suficiente para entender lo que acontece y para
superar situaciones de explotación y sometimiento, o para luchar por el logro
de cotas de progreso y de igualdad.
Pero
lo que también es cierto es que en la actualidad hay un enorme desequilibrio
intelectual y moral entre unas minorías y las grandes masas, que la clase
dominante cuenta con ello y que a lo largo del tiempo ha impedido, con todos
los medios a su alcance, la superación del estado de inferioridad racional de esas
mayorías y ha potenciado la desigualdad, la venganza, la guerra, la envidia, la
insolidaridad, la ambición, el miedo, bien asumidos por una población vacía
ahora de contenido mental y moral, y receptiva a cualquier incentivo que le
permita distraerse de sus angustias y de su cruda y triste realidad. La
existencia de esas minorías pensantes, exentas de la influencia maligna de los
que controlan el sistema, es lo que nos da ánimos para creer que antes o
después la mayor parte del género humano alcanzará cotas suficientes de
entendimiento y autonomía intelectual.
Crisis psicológica
Desde
un punto de vista netamente psicológico,
la mayoría de los seres humanos viven en permanente crisis porque aún no han alcanzado
el adecuado nivel de independencia, de integridad y de libertad. Su frágil
estado emocional y la necesidad de encontrar
soluciones siempre nuevas para las contradicciones de su existencia (Fromm,
1971) les lleva a adoptar alguna de estas dos soluciones: la sumisión o el poder.
En ambos casos se pone de manifiesto una precaria salud mental. Mediante la
sumisión el individuo se somete a los designios de otra persona, de un grupo o
institución o de un dios. La otra manera de vencer el aislamiento es la
contraria, es decir, adquiriendo poder para trascender de su existencia
individual a través del dominio. Este último tipo de manifestación lo estamos observando
a diario en terrenos tales como la economía, la política, etc.
El
sistema capitalista se aprovecha de esa falta de estabilidad emocional, de independencia
y de seguridad en uno mismo para mantener el estado de cosas que benefician a
quienes tienen el control. El acoplamiento de esos dos estados, sumisión y
poder, es el engranaje que permite sostener el sistema, pero ese sostenimiento es
artificial porque se basa en el permanente mantenimiento de esas dos pasiones
que hacen del colectivo una sociedad carente de salud mental, y se apoya en el
engaño y en la enajenación de una gran mayoría. Ante la presión constante que
este sistema ejerce sobre las masas, y la ausencia de alternativas, cada vez
son más frecuentes los casos de violencia y muerte que ponen de manifiesto los
más primitivos instintos de esta especie nuestra.
Futuro incierto
Aunque
vivimos en un mundo con grandes desigualdades a nivel planetario e internas en
cada país, hemos estado viviendo en una situación de tranquilidad, de reposo,
asumiendo esas diferencias y adaptándonos a las circunstancias, pero ahora todo
ha saltado por los aires dando lugar a un estado nuevo de represión e
incertidumbre del que, de momento, solo sufrimos ese confinamiento que nos
permite a muchos seguir asistiendo a los centros de alimentación y mantener el
mismo ritmo de comidas, aunque ya hay grandes capas que se resienten y tienen
dificultades para comer y abordar otros gastos. Sin embargo, lo más duro vendrá
después para todos. El modelo basado en el consumo, la desigualdad y la
rentabilidad nunca más volverá a ser como era antes. Tendremos que cambiar
nuestra escala de valores, si es que los encontramos por alguna parte.
Aquellos
que se dedican a analizar la trayectoria de la humanidad y, en particular, el
actual sistema socioeconómico, auguran un futuro poco halagüeño con crisis más
frecuentes, si no hay cambios en profundidad. Algunos señalan que la actual
crisis vírica tiene algo que ver con el maltrato medioambiental y que en la
siguiente década pueden aparecer nuevas epidemias, aparte de otras de carácter
económico y social. Incluso se han atrevido a decir, en alguna ocasión, que o desaparece
este capitalismo salvaje o desaparece la especie.
A
mi entender, la recuperación de la crisis que vivimos, y que se acentuará de
forma notable, pasa por la nacionalización de amplios sectores de la economía,
por la intervención de grandes capitales, recuperar el dinero nacional de las offshore
y de las cuentas en el extranjero y no pagar la deuda soberana.
A
lo largo de los siglos XIX, XX y de lo que va de este, no ha cuajado ninguna
alternativa al actual sistema, pero el capitalismo no es eterno y, como dice el
materialismo histórico, lleva en sí mismo el germen de la autodestrucción. Los
cambios, imprescindibles, se pueden llevar a cabo de una forma ordenada o al
estilo Mad Max.
(*)
La ley de la instrumentalización. A
cada individuo o a cada grupo social le corresponde una asignación monetaria, o
una recompensa, que es función de la posibilidad de instrumentalización que el
sistema puede hacer de él para alienar o adormecer o, en suma, para mantener o
incrementar la situación de desigualdad entre ricos y pobres.
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