domingo, 17 de mayo de 2020

PROTESTAS FASCISTAS(*)



Dejad que ladren esos fascistas. Son pocos. Dejad a los ignorantes que ladren. Sus pancartas piden la dimisión del Gobierno. Un objetivo, hoy por hoy, inalcanzable mediante los medios que emplean. Además, sus representantes en el Congreso no pueden hacerlo tampoco. Son pocos en ambos casos. Dejadles, porque cuando no se alcanza el objetivo, hoy imposible, las acciones que se llevan a cabo decaen por su propio peso, por su ineficacia, por cansancio. Pero eso lo ignoran porque no han tenido que luchar nunca, como otros si lo han hecho por causas justas. No tienen rodaje. Su posición social suele ser heredada. Son la escoria. Una pena tener que compartir tiempo con esta gentuza. Pero la historia mantiene a sectores intelectualmente superiores que son la llama que puede llevar a esta especie a posiciones de igualdad y progreso, o por lo menos intentarlo.
Se envuelven en banderas. Una bandera con origen en una monarquía importada, adoptada por una sangrienta dictadura y, luego, por una débil democracia. Una bandera antipopular, apropiada por los sectores más reaccionarios. No soy amigo de la utilización fetichista y patriotera de signos y símbolos tales como himnos o banderas. Sólo reconozco aquellas que ha blandido el pueblo oprimido para reivindicar la igualdad y la justicia. Los morados pendones comuneros, el rojo de la sangre vertida, la bandera tricolor de una República asfixiada. Esta bandera en la que se esconde esa miseria social no es mi bandera.

Patriotas de pacotilla que sólo defienden sus intereses. Enemigos del pueblo. Un verdadero patriota es quien contempla su país en toda su extensión y busca el bienestar de la mayoría. Individuos torpes, cuyo narcisismo raya en la demencia (patología de la normalidad, E. Fromm) si es que no son psicópatas declarados. Necesitan la liturgia y la confesión para ocultar la ausencia de sensatez y su incapacidad intelectual. Son esos que creen que las clases sociales es un hecho natural.
Existe un núcleo de esta estirpe, que no salen a la calle con las cacerolas, tienen a los teloneros que lo hacen por ellos, pero sin el actor prrincipal. No he visto, ni me lo imagino, a los dueños de Zara, Mercadona, Telefónica ni a consejeros de bancos. Ellos resuelven sus problemas de manera más oculta y más eficaz. Estos nuevos manifestadores son, básicamente, gentes acomodadas en el que se mezclan herederos, rentistas, pequeños empresarios ambiciosos y profesionales bien pagados. Luego están los tontos pobres que se dejan arrastrar por los otros.

Son fieles herederos de esa ideología (siendo generoso en la consideración de ideología) de la España de la carroña, de la reacción, de la oposición al progreso. De los que han estado poniendo palos en la rueda a lo largo de toda nuestra triste historia. El Siglo XIX y XX están cargados de cambios y sobresaltos con la complicidad del ejército, ahogando cualquier atisbo de democracia. El colofón lo pone el sangriento golpe fascista del general Franco y sus 40 años de Dictadura. Una frágil democracia fue incapaz de parar esa fiebre golpista que no se frenó hasta que un impostor pactó con el poder, mintiendo a una ingenua mayoría que, con esas ansias de cambio, creyó a un sinvergüenza.

¿Qué va a conseguir esta gente? Nada. No son demócratas, nunca lo han sido, pero es que ni se saben las reglas básicas. No saben que el Gobierno lo elige el Parlamento, y puede cesar al finalizar la legislatura o a través de una Moción de censura. Un Gobierno no cesa porque unos gualtrapas salgan a la calle aporreando las cacerolas y envueltos en banderas. Entonces, ¿qué sentido tiene esta protesta de palo?: ninguno.
  
(*) Fascismo. Actitud autoritaria y antidemocrática. (3ª acepción del diccionario de la RAE)

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