Cada verano me gusta
escribir un corto escrito en forma de cuento, inspirado en algún hecho lejano
¿o no? Por lo tanto, hay que entenderlo como ajeno, ¿o no?, a la realidad que
vivimos. La realidad, a veces, suele ser más increíble que el mero fruto de la
imaginación. El 2020 da de sí para un largo relato, pero ya se me ha adelantado
el autor de “El resplandor” y tantos textos del mismo género. En un ingenioso
texto de una de mis camisetas reza: “2020 written by Stephen King”.
Érase
un extraño lugar en el que un sanguinario dictador veía que llegaba el final de
sus días, el final de la represión a un pueblo temeroso por todo el castigo
recibido durante tanto tiempo. Fue entonces cuando comenzó la búsqueda de
alguien que le sustituyera para seguir gobernando, bajo la misma tiranía, a esa
sociedad sometida. Como él se consideraba investido “por la gracia de dios”,
quería congraciare con la divinidad para ser bien recibido en ese cielo
inventado, ofreciendo a ese dios algún gobernante que fuera de su agrado.
Miró
a un lado y a otro, y se dio cuenta de que, después de haber destruido la vida
democrática de un país, además, había interrumpido un proceso sucesorio en el
que unos sustituyen a otros por el simple hecho de haber nacido en cierta
familia. Una forma de poder cuya única forma de legitimación es la tradición.
Una práctica irracional y medieval, pero admitida por los individuos
convertidos en súbditos. No encontraba nada, y sus secuaces le decían: “no te
preocupes, nosotros seremos fieles seguidores de tu tarea de exterminio”. Pero
a él mismo le parecían demasiado crueles sus lacayos, y el temor al infierno le
forzó a seguir en esa búsqueda por otros mundos.
Buscó
en lugares próximos y encontró al hijo de aquél que debería ocupar su lugar,
tal vez con mano menos cruel que la suya.
Al
fin murió el dictador. Una especie de paripé dio continuidad a los poderosos
que había creado el dictador. Un estado en forma de monarquía en manos de un
inexperto. Un pelele que se sometería a los deseos de los más ricos, al que
coronaron como rey. La resistencia de los que lucharon contra el sanguinario se
esfumó, fueron absorbidos porque sus dirigentes pactaron con el aparente nuevo
régimen.
Así
comenzó una nueva etapa no exenta de amenazas por aquellos restos de tiempos
pasados. Muchos atribuían esa buena nueva al sucesor, al rey impuesto. Un rey
adiestrado por el dictador, procedente de una dinastía monárquica, pero pobres
como ratas.
Fue
tal la propaganda de aquellos pregoneros de la mentira que el pueblo llano lo
aceptó como mandamás, hasta el punto que nadie se manifestó en contra cuando se
hicieron leyes para que nunca pudiera ser juzgado, hiciera lo que hiciera. Reminiscencias
de ese vínculo con lo divino. Ante esta impunidad él pensó en un dicho que
rondaba por esos lugares: ¡Ancha es Castilla!
Aquel
de lenguaje impreciso y abobado en la expresión se puso en manos de los ricos
del lugar a cambio de las indemnizaciones que iría recibiendo. “Tú consigue
contratos en lejanos países, y tendrás tu recompensa”, le decían. De esta
manera, acumuló una gran fortuna. Para camuflar toda esa riqueza, y eludir a
los recaudadores de su reinado, se lo llevaba a otros lugares.
Los
súbditos conocían los tejemanejes de su rey, pero callaban y no hacían nada
para denunciarle. A esa exagerada ambición se unía su afición por el sexo,
cayendo, a una edad madura, en la lascivia. Con tanto dinero acumulado se permitía
pagar a toda una legión de cortesanas, atraídas más por el dinero que por el
atractivo personal del personaje.
La
impunidad y la ausencia de protesta popular le cegaron y le arrastraron a cometer
una serie de desmanes tan abundantes que alarmaron, incluso, a los más
pudientes del lugar, hasta el punto de que estos le dieron un toque. Fue
entonces cuando el pueblo comenzó a despertar y darse cuenta de lo que tenían.
Después de hacer público algunos de sus desatinos se inició el declive de su
reinado, de tal manera que le llevaría a
la abdicación. Allí estaba su vástago
para sustituirle con esa irracional forma de sucesión, más propia de tiempos muy,
muy remotos. Así que negando aquel dicho de “a rey muerto, rey puesto”, se
originó una situación confusa, extraña y, hasta, ridícula: dos reyes y dos
reinas en vida.
Todos
vivían en la opulencia: palacios, riquezas, servicios, etc. No tenían ninguna
necesidad de violar la ley. Esa ley diseñada para protegerles a ellos y
castigar a los súbditos. Pero lo hicieron. Fue tal el escándalo, que el sucesor
renunció a la herencia del padre, sin darse cuenta que lo esencial de la herencia es la sucesión en la corona. Pero él
siguió en su puesto. Se hizo un lío, pero, como cuentan, ahí siguió. Claro, el
nivel intelectual medio de los protagonistas y de sus asesores no daba mucho
más de sí. Dijo eso y se quedó tan ancho. Sabía que esto era un trágala para el
pueblo, y que no sería necesaria la fuerza contra una sociedad manipulable y,
por entonces, dormida, aturdida y navegando a la deriva en un mar de
incertidumbre.
Pero
no quedó ahí la cosa. Un día se despertó la población con la noticia de que ese
prócer, ese salvador de la patria, ese que todo lo hacía pensando en lo demás,
en ese pueblo redimido, se había fugado. Un simple edicto de su sucesor
anunciaba que su padre, al que tildaban de emérito, se había ido. No se sabía
dónde. La gente impasible esperaba, día tras día, que le dijeran el lugar de
destino. Así que un buen día, después de múltiples especulaciones, de que si
estaba en un sitio o en otro, se enteraron de que se había ido a un lugar amigo
(de él) en el que los Derechos Humanos brillaban por su ausencia. Era ese lugar cuyos jefes le ayudaron a hacerse multimillonario.
Se cerraba el círculo.
A
pesar de ello, nadie garantizaba que aquél no regresara una vez pasada la
tormenta de verano, ya que fue en plena canícula cuando ocurrieron estos
últimos acontecimientos de fuga clandestina.
Cuentan
aquellos y aquellas que lo vivieron que la sangre no llegó al rio. Pasó el
tiempo, los desmanes no fueron juzgados, el viejo rey pasó los pocos años que
le quedaban de vida en lugares lejanos, el pueblo se olvidó de él. El sucesor
siguió en su puesto, aunque muy tocado por toda la triste historia que
arrastraba.
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