Hace unos días, en el autobús, vi a un
joven leyendo unos papeles que tenían toda la pinta de lo que se conoce como
“apuntes”. Pensé: este tiene hoy un examen. La práctica habitual: el profesor o
la profesora expone un asunto, los alumnos toman apuntes y, más adelante, les
examinan de esa parte. Luego eso que se ha aprendido, sin una aplicación
práctica, se olvida. Lo único que queda es un aprobado o un suspenso. Si el
resultado es positivo el aprobado vale para toda la vida.
En un
programa de TV decían algo así como “todo está en los libros”. Eso, junto a la
permanente promoción de la lectura, determinan una manera de formación raquítica,
aceptada por una sociedad ignorante. Una forma integrada en un sistema de
carácter capitalista y coherente con la desigualdad, la explotación, la
enajenación, etc.
Es
desesperante, después de haberle dedicado gran parte de tu vida a la docencia y
al estudio de los modelos educativos, observar con estupefacción como
transcurre la vida educativa en todos los niveles, cuanto más alto peor.
Las
habilidades del pensamiento y el conocimiento son como la trama y la urdimbre
de un telar. La urdimbre es sólida y soporta a la trama que se va montando
sobre la urdimbre. La trama sin la urdimbre se desmorona, se deshace. Así
ocurre con los conocimientos netos, que se olvidan con rapidez, por lo que no
aportan nada al desarrollo intelectual.
Así que
tenemos que conformarnos con la dotación intelectual que traigamos de “serie”,
con mucho cuidado de que, por unos u otros motivos, no nos la jibaricen, algo
que suele pasar.
Hace algún tiempo, bastante, tenía dudas
sobre la posibilidad de coexistencia de un nuevo modelo educativo, que mejorara
la actual situación, con el vigente sistema socioeconómico. Adelanto que
después de un periodo de observación, de reflexión y de análisis esas dudas se
han disipado por completo. En el marco de ese mar de dudas, comprobaba, y sigo
comprobando ahora, que son evidentes las grandes contradicciones entre la
actual forma de enseñanza y lo que el sistema solicita de la sociedad: “(…)
el encorsetamiento del actual modelo no puede resistir por mucho más tiempo. La
necesidad de formar a los ciudadanos para que intervengan en un mundo cada vez
más complejo y sofisticado en cuanto a la producción, al consumo y a la
interrelación social, la falta de interés del alumnado en un medio que cada vez
les resulta más distante y extraño respecto del resto de sus actividades, el
creciente desencanto y desmotivación del profesorado y el desencuentro entre
las familias de los alumnos y los docentes ponen en evidencia las
contradicciones del sistema. Por lo tanto, con la anuencia del actual
sistema o en confrontación con él, será imprescindible, mejor antes que
después, abordar nuevas formas y nuevas prácticas que permitan un mejor y más
completo desarrollo intelectual. (…)”. En consecuencia, mi pronóstico se
basaba en que la mejora de la práctica educativa se produciría por efecto de
esas contradicciones, independientemente de otros factores: (…) “el cambio
que se requiere solo podrá sobrevenir como consecuencia de las contradicciones
que se generan en el propio sistema (…). Sabiendo que: (…) en la
actualidad el sistema potencia un modelo de corte netamente transmisivo del
saber, siendo consciente de que pierde potencial humano e intelectual en la
producción (…). Ya por último, en el capítulo de las posibles soluciones
apuntaba que: (…) solo caben dos soluciones frente a la situación actual de
la práctica educativa: o camina a este ritmo hasta su degeneración total (lo
que no sería del todo malo desde una óptica de progreso) o tiene que producirse
algún cambio que permita su permanencia en el marco del actual sistema (…).
He aquí mi mayor error de entonces, pensar que puede haber cambios sustanciales
o transformaciones importantes en educación en el marco del actual sistema. La
esperanza de un cambio provocado desde dentro del sistema vendría a ser la
consecuencia de la desesperanza de un cambio global, a medio y corto plazo, del
sistema socioeconómico, pensando, además, que una mejor manera de formar a
hombres y mujeres pudiera ser la puerta a una nueva etapa que de manera
progresiva influyera sobre las demás estructuras que mantienen con vida al
sistema actual. Ahora, con algún dato más, y un mayor tiempo de reflexión, me
atrevo a decir con rotundidad que no son posibles cambios aislados de cualquiera
de las estructuras que sustentan al sistema, a saber: el modelo político, la
función de los medios de comunicación (que hoy se emplean sólo para alienar) y
el modelo educativo y cultural, así como la propia organización productiva y
social. El cambio debe de ser global y simultaneo; en consecuencia, las
propuestas que aquí se hagan tendrían verdadero significado y eficacia en el
marco de un sistema distinto. La historia y la propia experiencia avalan lo que
digo, reformas y más reformas desde las administraciones no han variado en lo
más mínimo la práctica docente. Con la LOGSE, ley de 1990, se hizo un intento
para cambiar, al menos, la forma de presentar los procesos de aprendizaje.
Después de un cierto periodo de confusión en las aulas, las aguas volvieron a
su primitivo cauce, cauce primitivo, ineficaz, anquilosado y arcaico. El
profesorado se ha erigido en un “rodillo” que aplasta cualquier intento de
mejora. Pero, ¿por qué ocurre esto?, ¿por qué todo este colectivo no se
moviliza para adquirir una profesionalidad de la que carece?, ¿cuáles son las
verdaderas razones? El profesorado, como tantos otros colectivos, como la
sociedad en su conjunto, está enajenado, conducido. En el terreno laboral, sus
“propios actos se convierten para él [para el(la) profesor(a)] en una fuerza
extraña, situada sobre él y contra él, en vez de ser gobernada por él” (K.
Marx, el Capital). Se trabaja al dictado, aplicando programas definidos por
otros sin que él o ella intervengan, los órganos de control de las administraciones
se encargan de presionar para que esto sea así, las editoriales hacen el resto.
A ellos(as) les resulta cómodo seguir esta regla. Las consecuencias son
evidentes, entran en clara contradicción, su trabajo se convierte en algo
rutinario que les viene impuesto, pero esa extrañeza se les vuelve en contra
generando una repulsión por el alumnado e, incluso, por la tarea en sí misma.
Por otra parte, el alejamiento entre sus acciones y sus sentimientos, su
energía particular y su personal aportación, provoca un evidente rechazo de una
amplia mayoría de los receptores de un mensaje absurdo, frío e impersonal. Por
lo tanto, un colectivo enajenado de su propia función, de su trabajo, no puede
influir de manera positiva para formar a los jóvenes y niños en libertad, no
propician el desarrollo intelectual al que el género humano podría tener
alcance. Su función, instrumentalizada por el poder, se convierte en una tarea
de represión, angustia y reproductor de la enajenación en la que ellos están
embebidos. ¿Por qué otros colectivos progresan en su trabajo, adaptándose al
cambio tecnológico, y adquieren o desarrollan capacidades a lo largo de su vida
laboral?, ¿cómo interviene el sistema para que la práctica educativa sea como
es y se mantenga? Pocas personas escapan de las condiciones alienantes que el
sistema impone, tanto en el terreno laboral como en lo cotidiano. Sin embargo,
existe una nota diferencial entre ciertos grupos de profesionales y los
profesores, de tal manera que esos grupos, como por ejemplo los ingenieros, los
abogados, los arquitectos evolucionan y adquieren verdadera profesionalidad a
lo largo de su actividad laboral aunque su trabajo y su energía vital esté al
servicio del poder o condicionado por el dinero. Es bien sabido que los
profesionales de los niveles altos de cualificación proceden, por lo general,
de las escuelas técnicas o de las facultades universitarias, es bien sabido que
el paso por estos centros es un mal que irremediablemente hay que sufrir, pero
que no forma en capacidades generales ni profesionales. La formación superior,
como el resto de los niveles, forma parte de la absurda e ineficaz práctica
educativa con el agravante de que ésta tiene una enorme influencia en las
etapas más elementales. Quizás dando razones de cómo interviene el sistema en
los colectivos docentes demos respuesta a las dos preguntas anteriores. Además
de la enajenación general de la que escapan pocos en sociedades como la
nuestra, el sistema se encarga de hacer de los docentes un colectivo
inmovilista y falto de profesionalidad actuando de la siguiente forma:
• “Desregula” la tarea de enseñar
permitiendo ejercer como tal y legitimando a cualquiera que haya alcanzado un
determinado nivel formativo. He ahí las múltiples academias y la infinidad de
“profesores particulares”.
• Las administraciones carecen de
organismos que se encarguen del estudio de nuevas formas de aprendizaje. Se limitan
a cambiar los programas y poco más, nunca entran en el fondo del asunto,
ofreciendo nuevas formas, estrategias o nuevos modelos de aprendizaje.
• El acceso a la enseñanza pública es
relativamente sencillo en todos los niveles.
• Se legitima y valora en positivo la
acción transmisora del saber.
• La enseñanza es la salida laboral, casi
exclusiva, de un gran número de carreras universitarias. Hay una selección
natural de manera que la enseñanza es un refugio para quienes no pueden optar a
otras tareas.
• Por lo general, los docentes no conocen
ningún otro tipo de trabajo, pasando directamente de la universidad, donde adquieren
todos los vicios que arrastrarán toda su vida laboral, al aula como profesores.
• El trabajo es individual y autónomo. No
existen estructuras profesionales que permitan la organización y promoción
profesional. Las únicas exigencias, tal como hemos señalado antes, son de
carácter burocrático que nada tienen que ver con la labor técnica o la eficacia
y aplicación en la neta tarea educativa.
Diremos, para consuelo de algunas(os) con
talante más conservador, que muchos de los males que aquejan a los docentes son
comunes a otros tantos colectivos integrados en las administraciones: jueces y
fiscales, técnicos superiores de la administración, inspectores e interventores
fiscales, etc. Merece una especial consideración lo que ellos mismos
autodefinen como “clase política” en donde no existe ni la más elemental medida
de la eficacia de su función. Donde lo único que se les exige es el “brazo de
madera” para levantarlo a petición del jefe de grupo. En este caso, el
sometimiento y la enajenación de su función vienen a ser compensadas con una
vida cómoda y una situación de privilegio haciendo bueno el dicho de “dame pan
y llámame tonto”.
Nota: Los párrafos en letra cursiva están
extraídos de otros documentos anteriores de mi propia cosecha:
• “Un nuevo modelo educativo para la
superación de un sistema socioeconómico en crisis” (enero 2008).
• “Crítica a la actual práctica docente y
directrices para la elaboración de un nuevo modelo” (Cuadernos de Pedagogía,
septiembre 2008)
• “Hacia una verdadera tecnología
educativa como herramienta para la transformación del actual modelo”
(intervención en el ciclo Complejidad y modelo pedagógico).
• “El desarrollo del proceso de
aprendizaje en el aula: aplicación del diseño” (intervención en el ciclo
Complejidad y modelo pedagógico).
El gobierno de España cuenta con un ministerio específico de universidades. Es parte de la evidente multiplicación innecesaria de departamentos para proporcionar puestos suficientes a los numerosos políticos de la coalición en el poder. Actualmente estoy destinado en otro de estos ministerios que podrían considerarse como redundantes. No obstante, la universidad tiene una relevancia social tan importante que bien merecería la pena su gasto, si realmente sirviese para reforzar la educación superior. No quiero entrar a valorar la política en materia universitaria, sólo compartir mi experiencia de los estudios que he realizado en dos universidades públicas españolas.
ResponderEliminarEn la primera me encontré con la implantación de un nuevo plan de estudios. Los profesores se encargaron de mentalizarnos del terrible cambio que nos tocaba y de lo maravilloso que era el plan previo. Nos dijeron que tendríamos carencias en las asignaturas de base. Lógicamente, interioricé esos mensajes. En varias asignaturas tuve profesores nefastos, por ello preparé a conciencia los contenidos por mi cuenta. En una saqué matrícula de honor, en otra a penas aprobé porque el profesor impuso su propio examen, no permitiendo que nadie innovara más allá de su patético repertorio. Eso si, fomentaba copiar libremente a todo el que quería en los exámenes, algo a lo que yo me negué. Aquel profesor resultó ser miembro de una conocida organización religiosa. En ese centro universitario había otro catedrático de la misma organización, que se dedicaba a reclutar alumnos para su aparente causa justa y solidaria. Muchos de esos reclutas acabaron en puestos bien remunerados de organismos internacionales. Los que yo conocí personalmente, habían sido alumnos que no resaltaban por su brillantez, sino por su docilidad.
En la otra universidad comencé una segunda carrera a distancia, mientras la compaginaba con mi trabajo de funcionario. No vi mucha diferencia de nivel respecto a la universidad presencial. Creo que esta opción es buena para gente con recursos modestos, o para aquellos que no vivan en una ciudad con universidad y no quieran desplazarse. Me habría gustado encontrar una universidad más justa, humana y seria. Pero esta institución no deja de ser un reflejo de la sociedad. Los profesores corregían los exámenes al bulto y los contenidos impartidos eran deficientes. Ante este panorama recomiendo acabar los estudios cuanto antes, para tener un título con el que optar a un puesto de trabajo por oposición. Quien quiera aprender, que lea y reflexione por su cuenta. Un título universitario abre puertas, pero nada mas. Las mías ya las tenía abiertas, por lo que decidí no continuar esos estudios complementarios tras haber acabado el primer semestre con todo aprobado. Donde no hay justicia, es peligroso tener razón.