En
este país, de una u otra medida en el resto de nuestro entorno, estamos
asistiendo en los últimos tiempos a unas subidas incontroladas de los precios
de la alimentación y de suministros tales como la energía eléctrica y los
combustibles fósiles. Los Gobiernos se limitan a proporcionar unos datos, por
cierto, bastante confusos. Los ciudadanos asistimos atónitos a los mercados al
observar que algo que el día anterior costaba 2 euros hoy vale 4. Y esto no es
exageración. Esto es real, comprobado por un servidor que asiste, con
frecuencia, a esos mercados.
En
este sistema, que de manera eufemística se conoce como neoliberalismo, se conservan
las esencias del capitalismo más cruento: la explotación o la apropiación del
trabajo de otros y la acumulación de capital. En la actualidad la explotación
feroz se produce en otras latitudes diferentes a lo que se conoce como países
desarrollados. A ellos, a los supuestos países “ricos”, se les reserva para el
consumo. La deslocalización con salarios de miseria en países del hemisferio
sur y el desarrollo tecnológico ha dado lugar a la acumulación de dinero y al
consumo masivo a diferentes niveles en la clase trabajadora. Hoy día no es
suficiente con la apropiación del trabajo de otros, es imprescindible el
consumo de toda la sociedad, como hemos dicho, a diferentes niveles. La
desigualdad es una propiedad básica en el actual sistema capitalista, de manera
que, en la actualidad, ha alcanzado cotas inimaginables, tanto entre unos
países y otros, como en el interior de cada estado. Al mismo ritmo avanza el desmadre
y el descontrol político y social sobre las distintas capas de la sociedad con
diferentes poderes adquisitivos, de manera que las alteraciones en los precios
afectan de distinta manera a unos y a otros.
Esa
desigualdad en la propia clase trabajadora, que no vive del trabajo de otros,
más la pequeña burguesía industrial y comercial, ha dado lugar a la
acumulación, excedente de los gastos propios del consumo. Dinero que por la
dinámica propia del modelo es invertida en propiedades ajenas a la vivienda
habitual, con lo que se convierten en rentistas, en una sociedad en la que
muchos, fruto de esa desigualdad galopante, no tienen ni para la vivienda
habitual. Otros, invadidos por la avaricia, entran en el juego de las entidades
bancarias e invierten en productos financieros, saliendo, en ocasiones,
trasquilados. Así, aparecen esos negocios piramidales como, por ejemplo,
Forum filatélico, Preferentes, etc., alimentados por la torpeza y la codicia de
esos pequeños ahorradores. Lo más reciente es eso de las criptomonedas,
sin que sepamos en que acabará todo ese movimiento.
En
esa cadena de explotación, apropiación del trabajo de otros, conversión de las
mayorías en consumidoras, venta de productos fraudulentos como los señalados,
etc., han recurrido, ahora, a la apropiación de esos
recursos acumulados, inmóviles, en los bancos. Han encontrado una nueva beta. Con
falsas escusas se ha iniciado una escalada desproporcionada e incierta de
productos alimenticios y suministros. Algunas economías domesticas aún no se
resienten, pero quienes llegan con apuros a final de mes cada vez lo tienen
peor y tienen que recurrir a hacer ajustes en sus dietas. La idea es la de
volver a los inicios: asignar el salario justo para la alimentación de la prole,
elevando, ahora, los precios y manteniendo los salarios.
Por
último, nos preguntaremos de donde arrancan estas iniciativas, las de subir los
precios de esta manera. Alguna vez hemos dicho que este sistema socioeconómico
es un monstruo que ha tomado vida propia, de manera que marca una conducta que
impregna a todas las capas sociales. El sistema absorbe a todas las
instituciones políticas y sindicales. Los que cuestionan esta desigual forma de
vida son una insignificante minoría, incapaz de generar el más elemental cambio
de rumbo. No obstante, estas iniciativas parten de todas o de algunas de las instituciones
colocadas ad hoc: Bancos internacionales, FMI, Unión Europea, Reserva
Federal, etc., etc.
El
sistema está agotado, pero no hay recambio. Esta especie no da más de sí.
Seguiremos navegando en este mar de profunda desigualdad en la incertidumbre y
el desasosiego hasta que esto se haga del todo insostenible. Alguien dijo, y
muchos hemos aceptado, que el capitalismo lleva consigo el germen de la
autodestrucción.
El sistema está agotado y los recambios han fracasado. ¿Nos hemos preguntado por qué fracasaron? ¿No se pueden plantear otros? ¿Es tan ínútil la especie humana que no es capaz de encontrr una alternativa a un sistema agotado?
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