martes, 6 de diciembre de 2022

DEMOCRACIA

Desde la ingenuidad, en mayo de 2011, distinguía entre democracia representativa y democracia participativa, apostando por esta última, en la creencia de que militando en posiciones políticas de progreso podríamos lograr un mundo mejor. Creía en la ley del trinquete de I. Wallerstein. No sé si estaba entonces plenamente convencido de que ese  proceso de avance de progreso sería superior al posible retroceso, pero hoy no lo pienso.

La democracia, esta democracia, es una estrategia que se ha convertido ahora en el parapeto político de un sistema injusto tras el cual toda actuación se legitima por el mero hecho de estar encuadrado en lo que no es otra cosa que una mera fachada para mantener la mansedumbre de las masas y para contener cualquier intento de rebeldía. De esta forma hemos llegado a donde estamos. Este es un sistema al que le va mejor un gobierno conservador, reaccionario, es decir, que no crea en la democracia. Pero que admite gobiernos que aprueben medidas que favorezcan, con moderación, a los de abajo, como es el caso en el que estamos ahora, pero que deje indemne el sistema de desigualdad.

Cuando, en este país, se dan situaciones políticas como la actual aparece, entre sus pobladores, ese pesimismo generalizado de que esto durará poco y pronto gobernará lo que llamamos derecha de forma estable. Además, la oligarquía busca formas más reaccionarias que refuercen a esa derecha con aparente imagen moderada. De esta manera crearon esa formación que llamaron Ciudadanos, pero ante el fracaso, han recurrido directamente a reforzar al fascismo que en España se materializa en Vox, aunque no permitirán que sea más que un apoyo al PP, ya que un gobierno abiertamente fascista podría generar un revuelo que fuera más allá de un simple apoyo a la conocida izquierda moderada.

 En ese juego verbal de izquierda-derecha, hay que decir que los partidos que se sitúan en esa banda de progresía moderada sí que respetan las reglas democráticas, porque sus militantes y votantes creen en la democracia, aunque deberían ser conscientes, sobre todo los votantes, que jamás se logrará una verdadera sociedad democrática manteniendo las estructuras actuales. Así, cuando gobierna el sector reaccionario, se respetan las reglas del juego y se hace una oposición constructiva. Sin embargo, cuando son los grupos más progresistas los que gobiernan no ocurre lo mismo. La oposición actual, el PP, se convierte en un arma destructiva cuya única misión es eliminar al Gobierno para ocuparlo ellos, en la firme convicción de que es a ellos a los que les corresponde ocupar el poder político. Esta creencia es compartida con la Iglesia, la Policía, el Ejercito, el aparato judicial y ,por supuesto, la oligarquía.

El actual Gobierno se queja de que no negocian (el PP) en casos tan sangrantes como la renovación del CGPJ. El problema fundamental es que no saben, porque ni tan siquiera admiten la actual forma de alternancia. Pero lo más indignante, desde la óptica del progreso, es que existe un importante número de individuos que les apoyan, lo que nos genera una tremenda tristeza, que nos arrastra a la desesperación y, admitida la negación de la ley del trinquete, nos aleja de un camino de progreso en forma de alternativas cada vez más encaminadas a la igualdad. Y esto es lo que hay.

Nota. Aunque pudiera parecerlo no son los acontecimientos que se celebran en estas fechas de aniversario las que me llevan a escribir este breve relato (que, por su naturaleza, podría ser mucho más extenso), sino las razones por las cuales el PP mantiene esta posición destructora en la oposición.

 


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