A estas alturas de la vida, la mejor estrategia para el progreso, en países como el nuestro, consiste en defender la democracia, marcando la diferencia entre demócratas y antidemócratas. En estos momentos, aquí, la democracia está en manos de PSOE más las fuerzas que apoyaron a P. Sánchez en su investidura. Quedan fuera de la democracia, es decir, son los antidemócratas el PP y Vox. Por lo tanto, es imprescindible resaltar y potenciar la diferencia entre una posición y la otra. Olvidémonos de la izquierda y la derecha que es el lenguaje que utiliza el sector más reaccionario como forma de división política.
Los reaccionarios, en su defensa, dirán que ellos se presentan a las elecciones, pero no dirán cuales son sus intenciones, más allá de usurpar el poder soberano a través del engaño, el abuso y la manipulación. La ignorancia de una buena parte de la población es su compañera de viaje.
Desde la óptica del progreso, incluso de mejora de la
especie, siempre se ha manejado una nomenclatura que distinguía unos sectores
sociales que apoyaban a unas formas de hacer política o a otra. No hace tanto
tiempo, se manejaba el término Comunista por parte de los sectores más retrógrados
para desacreditar a los que luchaban y eran partidarios de otorgar los
beneficios a los más débiles. Por el contrario, los partidarios de esta opción,
acusaban de fascistas a los contrarios. De manera que se normalizaba una
dualidad política ficticia que no respondía a la realidad político social. Más
adelante, y sin olvidar la división anterior, se estableció la contradicción
izquierdas-derechas, siempre con la intención de desacreditar a los partidarios
del progreso.
Ahora esa auto denominada derecha asume sin tapujos que
es derecha, pero hubo un tiempo en que se escondía bajo el término Centro, más
tarde Centro-derecha sin que dieran contenido político a esas siglas. Así
surgieron grupos con esa oferta que han desaparecido estrepitosamente.
Esas divisiones entre opciones, más utilizadas por la reacción,
solo han servido para desacreditar a los más amantes del progreso. Por cierto,
esa derecha siempre ha querido estar más cerca del poder real (económico) y
representarle, y optar al poder político de cara al pueblo con el único afán de
posesión y de corromperse, como hemos podido comprobar.
Por lo tanto, hay que huir de términos divisorios que sirvan exclusivamente para descalificaciones que, en muchas ocasiones, asustan a una población mermada de razón. Los términos Democracia, Democrático, carecen de carga peyorativa y están bien vistas por la mayoría social. De manera que utilizar como estrategia la clasificación política entre demócratas y no demócratas, o antidemócratas, para defender las opciones más progresistas, es lo más acertado, de manera que en nuestro país el PP y Vox queden fuera de la opción de progreso.
En otro tiempo, no muy lejano, hacía un análisis más
detallado de la Democracia como estrategia del
sistema socioeconómico actual. Hoy le damos la vuelta y observamos como
se puede convertir en una herramienta de progreso. Ya lo anunciábamos en el
último párrafo del documento adjunto en cursiva:
El sistema siempre se ha visto necesitado de una cobertura política que, de una u otra manera, le proteja y le permita operar de la forma más tranquila posible. Cuando ha sido necesario utilizar modelos represivos, no ha tenido inconveniente en llevar esas prácticas hasta sus últimas consecuencias. Las democracias modernas ofrecen una aparente paz social, haciéndonos creer que éste es el menos malo de los modelos de convivencia. El término “democracia” se ha convertido ahora en el parapeto político de un sistema injusto tras el cual toda actuación se legitima por el mero hecho de estar encuadrado en lo que no es otra cosa que una mera fachada para mantener la mansedumbre de las masas y para contener cualquier intento de rebeldía.
Inicialmente la democracia nace como alternativa a la
aristocracia con el fin de diluir el poder político, dando participación a un colectivo
más amplio de la población, pero, históricamente, la toma de decisiones siempre
ha estado restringida a un sector, estamento o clase social. En cualquier caso,
el sistema se ha protegido de manera demagógica para evitar la verdadera
participación popular, poniendo en práctica “modelos” muy alejados de la
autentica intervención política del conjunto de la ciudadanía. El poder económico
ha sabido administrar hábilmente la situación política y el control ha estado
siempre en sus manos, estableciendo gobiernos que, parafraseando a los
clásicos, se constituyen en gabinetes de gestión de la clase dominante. Esa
habilidad para la adaptación política a los intereses de clase, la ausencia de
una verdadera y eficaz estrategia para el cambio, la debilidad de quienes impúdicamente
están dispuestos a prestar sus servicios a cambio de las migajas que caen de la
mesa del poderoso y la utilización de todos los medios a su alcance para
deformar y distraer a la ciudadanía han dado lugar, a pesar de encontrarnos en
estados de corte “democrático”, a la permanente ausencia de una favorable correlación
de fuerzas de los menos favorecidos y, como consecuencia, a la tergiversación
del curso natural de la historia.
Pero si la democracia es una estrategia o una táctica
dilatoria para que la clase dominante mantenga el poder, también podría ser una
estrategia para combatirlo profundizando en la participación y cuestionando el
actual modelo. La forma razonable de convivencia pasa por la voluntad y el
deseo de una mayoría consciente de su realidad y despojada del velo del engaño
al que reiteradamente está sometida.
Totalmente de acuerdo
ResponderEliminarEn sistemas democráticos como los de la UE el tener el gobierno no es tener todo el poder y la sociedad no solo cambia por lograr sacar leyes en el parlamento, en ocasiones las leyes no se cumplen, la sociedad tiene que asumir como propios los cambios y forzar su cumplimento. La disminución de las prestaciones sociales con la aplicación del neoliberalismo dominante ha puesto los intereses individuales por delante de las necesidades sociales.
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