Los comportamientos destructivos llevados a cabo por una buena parte de los individuos de esta especie nuestra tienen su origen
en la pobreza humana, o en el aún incipiente desarrollo intelectual. La
desigualdad, la mentira o la venganza, por ejemplo, se han instalado en
sociedades como la nuestra en espera de que las actuales capacidades mentales
mejoren.
El poder es el refugio de quienes
no encuentran otra mejor forma de relación con su entorno. El poder es la
antítesis de la entrega o el servicio a los demás cuando, por ejemplo, se tiene que llevar a
cabo una tarea de dirección o coordinación de grupos sociales, pero sólo son aquellos con mayor capacidad intelectual lo que así lo entienden. La mayor parte
de quienes asumen una parcela de poder, por muy pequeña que sea, la ejercen, lo que les define como seres inferiores. La
otra cara de la moneda de esa manera de enajenación,
la complementaria, es la sumisión de quienes se someten a los poderosos. Ambas
dimensiones son una manera fácil de caminar para sobrevivir, pero no para vivir
intensamente.
Del poder cuelgan, entre muchos
otros, comportamientos tales como el clientelismo,
y sus antitéticos: la indiferencia
y el desprecio; tan vigentes todos
ellos en estos tiempos que corren.
El clientelismo se extiende a
cualquiera de las actividades en las que se establece una relación de dependencia
de unos que se someten a los que tienen algún poder. Estos les acogen con la condición de ser
permanentemente controlados para que no se salgan del papel que les marcan. En
cualquier caso, se trata de una especie de casino, como en tantas otras cosas,
en el que algunos son agraciados, pero siempre con la comprobación previa de
que serán personas dóciles a la vez que interesadas. Ese es el juego.
Lo que distingue a la
indiferencia del desprecio se resume a
que en el segundo caso hay una manifestación de palabra o alguna acción de uno
de los agentes implicados, el que desprecia, contra el despreciado. Sin
embargo, en el caso de la indiferencia no se produce ningún tipo de
manifestación o acción, lo que, a mi modo de ver, es un comportamiento más inhumano que el mero
desprecio. La indiferencia mutila la comunicación, entorpece el progreso hacia posiciones intelectualmente más avanzadas y favorece a quienes desean mantener relaciones de poder y dominio. La indiferencia degrada como persona al sujeto que ignora y no al ignorado. En el marco de este sistema, no hay término medio, se pasa de la indiferencia al clientelismo, alimentando esa regla del casino en el que algunos son agraciados, aunque siempre
suele recaer la suerte, como señalo, entre los más conservadores, entre los más maleables, entre aquellos que puedan hacer
alarde del éxito, alimentando la ambición, la codicia, la envidia o el engaño.
Al sistema actual le interesa que haya individuos distinguidos que constituyan
una referencia para que el resto de los mortales crean que pueden alcanzar el
estado del que gozan esos agraciados, lo que permite que desde posiciones,
aparentemente inofensivas, se potencien esos vicios que alimentan al modelo.
El mundo al revés: el deseo de escribir “de gratis”
En la actualidad, tal vez
siempre, un número incalculable de personas se ofrecen para escribir sin
remuneración o compensación alguna, lo que me abre una puerta a la reflexión.
Ante esta situación de “voluntariado”: ¿cuáles son los motivos por los que se
actúa de esta manera?, ¿qué efecto produce entre quienes controlan los medios
de difusión e, incluso, las editoriales?, todo ello cabe ubicarlo dentro del
vasto campo de los comportamientos de los de nuestra especie.
Antes que nada quiero señalar que
yo mismo soy ahora de esos que escriben por “amor al arte” y, por lo tanto, me
veo en la obligación de justificar el porqué, o, lo que es lo mismo, explicar
las razones de por qué lo hago, admitiendo que otros lo hagan por los mismos
motivos.
En tiempos pasados, en ejercicio
de mi profesión, he escrito, y mucho, para grandes editoriales, para organismos
públicos o, incluso, para entidades privadas por lo que he recibido una
contraprestación dineraria, a veces, muy elevada. Ahora, rompiendo con la línea que llevaba a
cabo en aquellos tiempos, me dedico a recoger en papel o, más intensamente, en
registros digitales escritos que son el resultado del análisis de las
situaciones que nos toca vivir, nada que ver con mis trabajos anteriores,
aunque siempre ha permanecido de manera latente en mi pensamiento la idea de
hacer lo que vengo haciendo ahora. Pues bien, en mi caso, al menos, el hecho de escribir, con el esfuerzo
que ello supone, sin ningún tipo de recompensa material, se debe a un
compromiso adquirido con la sociedad en la que me encuentro con el ánimo de
aportar algún granito de arena que pueda ayudar a mejorar las actuales
condiciones de vida. Es una manera de lucha como otras tantas por la igualdad,
por la solidaridad y por el progreso bien entendido. Desencantado de la acción
política en lo que conocemos, para entendernos, como izquierda, convencido de
que la ayuda al desarrollo de otros mundos lejanos no resuelve los problemas,
salvo el de tranquilizar la conciencia de
uno o de una, me dedico a esto, abriéndome a los demás, en lugar de buscar alivio en “refugios”
evasivos.
Sin el ánimo de dar un
diagnóstico certero, tengo que pensar que una parte de quienes bloquean la
sección de colaboradores o de opinión, de las múltiples publicaciones en papel
o digitales, sin que sean remunerados, lo hacen en busca de protagonismo
inmediato, del futuro éxito o, lo que es lo mismo, por la posibilidad remota de
incorporarse más tarde a ese exclusivo sector que se hace rico vendiendo su
obra. El fenómeno del exceso de manuscritos tiene lugar también en las
editoriales que, en contraposición, cada vez se van reduciendo en número, hasta
que solo queden las más potentes, respaldadas siempre por otro tipo de
negocios. Soy consciente de que existe una fina línea entre ese afán de
protagonismo o deseo de éxito, y mi postura personal, pero así son las cosas,
luego está el asunto de la “fe”, que en tantas ocasiones desplaza a la razón.
El que no quiera creer que mi comportamiento no encierra ese afán de protagonismo,
o de hacer “hucha”, que no lo crea, eso ya queda fuera de mi capacidad de
convencimiento.
Frente a esa avalancha de
noveles, aficionados o voluntariosos se encuentran quienes se encargan de
admitir, seleccionar o dar curso a los escritos cortos o a los manuscritos. Tal vez por ese
desbordamiento de papel, o de bits
debidamente ordenados, la flaqueza humana dé lugar a ese tipo de conductas que
ponen de manifiesto lo más vil de este género, como es la indiferencia o el
desprecio, lo que les convierte en mal educados, prepotentes, autoritarios o
faltos de la humanidad que se requiere para convivir entre iguales. Porque
enterarse se enteran de que algo les ha llegado cuando algún ingenuo les envía
su misiva. Alguna experiencia tengo en esto porque cuando, a modo de ensayo, he
comunicado con alguna persona, por lo general para dar y no para recibir, y ha
hecho oídos sordos, basta con que vuelvas a la carga con algo de agresividad
controlada y comedida para que rápidamente “salten” para defenderse de ese
nimio ataque en el que le señalas simplemente que no responde a tus mensajes. En
fin esto daría de sí para un extenso tratado.
Lo que se hace gratis no interesa
El otro día hablaba de estos
asuntos con un amigo que me abrió los ojos, no había caído en la cuenta de que
las cosas pudieran ser como él me decía con claridad meridiana.
Yo le decía que en otros tiempos estaba acostumbrado a que las
editoriales o los organismos para los que escribía me “exigieran” que publicara
con fechas señaladas y cumpliendo plazos. Continuaba diciéndole que no entendía
esto de que, en apariencia, te hacen un favor cuando te publican algún artículo
a pesar de que se hace sin ningún tipo
de remuneración. Además, me quejaba de que socialmente este tipo de trabajo se
valora poco aunque lo que se diga tenga interés (en estimación del que lo escribe), se esfuerce el autor
en profundizar en el contenido o se
esmere en la forma de comunicarlo.
A lo largo de la conversación mi
amigo me dijo, intentando buscar el motivo de mis quejas, que tal vez esto ocurre
porque lo que se hace gratis no interesa. Sabias palabras que recogen
de manera sencilla la idiosincrasia de una sociedad acostumbrada a pagar por lo
que consume o utiliza.
No cabe duda de que ese
comentario ha influido en mi “afición” por trabajar de esta manera, lo que me
lleva a escribir este artículo y a replantearme todo este asunto.
En esa línea que llevo a cabo,
mediante la cual cada vez reduzco más el número de personas a las que me
dirijo, haré el envío a título individual en función del contenido de lo que
escriba. No obstante, cada vez que se me ocurra algo lo “colgaré” en ese
modesto Blog en el que permanecerá hasta que la técnica dé un cambio radical a
la manera de almacenamiento de datos.
En una última reflexión, sólo me
queda decir con cierta tristeza que este mundo de la literatura, en sus
variadas acepciones y formas, queda reducido en este tipo de sociedades, totalmente
mercantilizadas, a un selecto número de agraciados que viven de ello,
siendo conscientes, o no, de que son instrumentalizados por los que tienen el
poder y el control sobre un colectivo en el que cada día se potencia más y más esa
indiferencia que tanto perjudica a unos y a otros.
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