domingo, 20 de mayo de 2012

DEL CLIENTELISMO AL DESPRECIO Y A LA INDIFERENCIA


Los comportamientos destructivos llevados a cabo por una buena parte de los individuos de esta especie nuestra tienen su origen en la pobreza humana, o en el aún incipiente desarrollo intelectual. La desigualdad, la mentira o la venganza, por ejemplo, se han instalado en sociedades como la nuestra en espera de que las actuales capacidades mentales mejoren.
El poder es el refugio de quienes no encuentran otra mejor forma de relación con su entorno. El poder es la antítesis de la entrega o el servicio a los demás cuando, por ejemplo, se tiene que llevar a cabo una tarea de dirección o coordinación de grupos sociales, pero sólo son aquellos con mayor capacidad intelectual lo que así lo entienden. La mayor parte de quienes asumen una parcela de poder, por muy pequeña que sea, la ejercen, lo que les define como seres inferiores. La otra cara de la moneda de esa manera de enajenación, la complementaria, es la sumisión de quienes se someten a los poderosos. Ambas dimensiones son una manera fácil de caminar para sobrevivir, pero no para vivir intensamente.
Del poder cuelgan, entre muchos otros, comportamientos tales como el clientelismo, y sus antitéticos: la indiferencia y el desprecio; tan vigentes todos ellos en estos tiempos que corren.
El clientelismo se extiende a cualquiera de las actividades en las que se establece una relación de dependencia de unos que se someten a los que tienen algún poder. Estos les acogen con la condición de ser permanentemente controlados para que no se salgan del papel que les marcan. En cualquier caso, se trata de una especie de casino, como en tantas otras cosas, en el que algunos son agraciados, pero siempre con la comprobación previa de que serán personas dóciles a la vez que interesadas. Ese es el juego.
Lo que distingue a la indiferencia  del desprecio se resume a que en el segundo caso hay una manifestación de palabra o alguna acción de uno de los agentes implicados, el que desprecia, contra el despreciado. Sin embargo, en el caso de la indiferencia no se produce ningún tipo de manifestación o acción, lo que, a mi modo de ver, es un comportamiento más inhumano que el mero desprecio. La indiferencia mutila la comunicación, entorpece el progreso hacia posiciones intelectualmente más avanzadas y favorece a quienes desean mantener relaciones de poder y dominio. La indiferencia degrada como persona al sujeto que ignora y no al ignorado. En el marco de este sistema, no hay término medio, se pasa de la indiferencia al clientelismo, alimentando esa regla del casino en el que algunos son agraciados, aunque siempre suele recaer la suerte, como señalo, entre los más conservadores, entre los más maleables, entre aquellos que puedan hacer alarde del éxito, alimentando la ambición, la codicia, la envidia o el engaño. Al sistema actual le interesa que haya individuos distinguidos que constituyan una referencia para que el resto de los mortales crean que pueden alcanzar el estado del que gozan esos agraciados, lo que permite que desde posiciones, aparentemente inofensivas, se potencien esos vicios que alimentan al modelo.

El mundo al revés: el deseo de escribir “de gratis”
En la actualidad, tal vez siempre, un número incalculable de personas se ofrecen para escribir sin remuneración o compensación alguna, lo que me abre una puerta a la reflexión. Ante esta situación de “voluntariado”: ¿cuáles son los motivos por los que se actúa de esta manera?, ¿qué efecto produce entre quienes controlan los medios de difusión e, incluso, las editoriales?, todo ello cabe ubicarlo dentro del vasto campo de los comportamientos de los de nuestra especie.
Antes que nada quiero señalar que yo mismo soy ahora de esos que escriben por “amor al arte” y, por lo tanto, me veo en la obligación de justificar el porqué, o, lo que es lo mismo, explicar las razones de por qué lo hago, admitiendo que otros lo hagan por los mismos motivos.
En tiempos pasados, en ejercicio de mi profesión, he escrito, y mucho, para grandes editoriales, para organismos públicos o, incluso, para entidades privadas por lo que he recibido una contraprestación dineraria, a veces, muy elevada.  Ahora, rompiendo con la línea que llevaba a cabo en aquellos tiempos, me dedico a recoger en papel o, más intensamente, en registros digitales escritos que son el resultado del análisis de las situaciones que nos toca vivir, nada que ver con mis trabajos anteriores, aunque siempre ha permanecido de manera latente en mi pensamiento la idea de hacer lo que vengo haciendo ahora. Pues bien, en mi caso, al menos, el hecho de escribir, con el esfuerzo que ello supone, sin ningún tipo de recompensa material, se debe a un compromiso adquirido con la sociedad en la que me encuentro con el ánimo de aportar algún granito de arena que pueda ayudar a mejorar las actuales condiciones de vida. Es una manera de lucha como otras tantas por la igualdad, por la solidaridad y por el progreso bien entendido. Desencantado de la acción política en lo que conocemos, para entendernos, como izquierda, convencido de que la ayuda al desarrollo de otros mundos lejanos no resuelve los problemas, salvo el de  tranquilizar la conciencia  de uno o de una, me dedico a esto, abriéndome a los demás,  en lugar de buscar alivio en “refugios” evasivos.
Sin el ánimo de dar un diagnóstico certero, tengo que pensar que una parte de quienes bloquean la sección de colaboradores o de opinión, de las múltiples publicaciones en papel o digitales, sin que sean remunerados, lo hacen en busca de protagonismo inmediato, del futuro éxito o, lo que es lo mismo, por la posibilidad remota de incorporarse más tarde a ese exclusivo sector que se hace rico vendiendo su obra. El fenómeno del exceso de manuscritos tiene lugar también en las editoriales que, en contraposición, cada vez se van reduciendo en número, hasta que solo queden las más potentes, respaldadas siempre por otro tipo de negocios. Soy consciente de que existe una fina línea entre ese afán de protagonismo o deseo de éxito, y mi postura personal, pero así son las cosas, luego está el asunto de la “fe”, que en tantas ocasiones desplaza a la razón. El que no quiera creer que mi comportamiento no encierra ese afán de protagonismo, o de hacer “hucha”, que no lo crea, eso ya queda fuera de mi capacidad de convencimiento.
Frente a esa avalancha de noveles, aficionados o voluntariosos se encuentran quienes se encargan de admitir, seleccionar o dar curso a los escritos cortos  o a los manuscritos. Tal vez por ese desbordamiento de papel, o de bits debidamente ordenados, la flaqueza humana dé lugar a ese tipo de conductas que ponen de manifiesto lo más vil de este género, como es la indiferencia o el desprecio, lo que les convierte en mal educados, prepotentes, autoritarios o faltos de la humanidad que se requiere para convivir entre iguales. Porque enterarse se enteran de que algo les ha llegado cuando algún ingenuo les envía su misiva. Alguna experiencia tengo en esto porque cuando, a modo de ensayo, he comunicado con alguna persona, por lo general para dar y no para recibir, y ha hecho oídos sordos, basta con que vuelvas a la carga con algo de agresividad controlada y comedida para que rápidamente “salten” para defenderse de ese nimio ataque en el que le señalas simplemente que no responde a tus mensajes. En fin esto daría de sí para un extenso tratado.

Lo que se hace gratis no interesa
El otro día hablaba de estos asuntos con un amigo que me abrió los ojos, no había caído en la cuenta de que las cosas pudieran ser como él me decía con claridad meridiana.
Yo le decía que  en otros tiempos estaba acostumbrado a que las editoriales o los organismos para los que escribía me “exigieran” que publicara con fechas señaladas y cumpliendo plazos. Continuaba diciéndole que no entendía esto de que, en apariencia, te hacen un favor cuando te publican algún artículo a pesar de que se hace  sin ningún tipo de remuneración. Además, me quejaba de que socialmente este tipo de trabajo se valora poco aunque lo que se diga tenga interés (en estimación  del que lo escribe), se esfuerce el autor en   profundizar en el contenido o se esmere en la forma de comunicarlo.
A lo largo de la conversación mi amigo me dijo, intentando buscar el motivo de mis quejas, que tal vez esto ocurre porque lo que se hace gratis no interesa. Sabias palabras que recogen de manera sencilla la idiosincrasia de una sociedad acostumbrada a pagar por lo que consume o utiliza.
No cabe duda de que ese comentario ha influido en mi “afición” por trabajar de esta manera, lo que me lleva a escribir este artículo y a replantearme todo este asunto.
En esa línea que llevo a cabo, mediante la cual cada vez reduzco más el número de personas a las que me dirijo, haré el envío a título individual en función del contenido de lo que escriba. No obstante, cada vez que se me ocurra algo lo “colgaré” en ese modesto Blog en el que permanecerá hasta que la técnica dé un cambio radical a la manera de almacenamiento de datos.
En una última reflexión, sólo me queda decir con cierta tristeza que este mundo de la literatura, en sus variadas acepciones y formas, queda reducido en este tipo de sociedades, totalmente mercantilizadas, a un selecto número de agraciados que viven de ello, siendo conscientes, o no, de que son instrumentalizados por los que tienen el poder y el control sobre un colectivo en el que cada día se potencia más y más esa indiferencia que tanto perjudica a unos y a otros. 

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