Por nuestra cuenta, aunque no nos
faltan razones para ello, hemos establecido cuatro fases previas a lo que puede
suceder a corto plazo, o a lo que ya, de alguna forma, estamos viviendo. En un
artículo anterior (http://www.nuevatribuna.es/opinion/antonio-jose-gil-padilla/2011-06-12/evolucion-del-capital-y-conflictos-sociales/2011061218101200127.html)
decíamos que la evolución del capital ha pasado por cuatro etapas, a las que de
forma esquemática denominábamos: Plusvalía,
consumismo, deuda privada y deuda pública. En cada una de ellas, el
propósito casi exclusivo es el de la obtención de beneficio individual rápido.
Las diferentes etapas han sido marcadas fundamentalmente por la evolución del
poder económico.
La, por entonces, burguesía
naciente, con un potencial económico considerable, fue maquinando un modelo
político que le diera cobertura. Por este motivo, el poder político siempre ha
estado y estará sometido al poder económico que es el poder real, salvo en el
hipotético caso de un sistema de economía
estatalizada donde ambos poderes se confundieran. A lo largo de la Ilustración se fue
fraguando ese modelo basado inicialmente en el Concepto Racional Normativo que
dio pie a la Declaración
de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, porque el nuevo sistema económico
necesitaba hombres que se sintieran libres, a diferencia de la dependencia del
plebeyo o del esclavo.
El actual modelo "democrático", a
pesar de estar configurado para establecer una clasificación social, adquirió credibilidad
entre las capas populares. Por una parte, era una alternativa a los modelos
autoritarios de comienzo del siglo XX; por otra, los políticos, por lo general,
solían ser gentes ilustradas, lo que les concedía credibilidad entre las masas.
A finales del siglo anterior se inicia un proceso de descrédito de los partidos
políticos y de sus dirigentes. Berlinguer como líder comunista o Miterrant como
representante de la
Socialdemocracia marcan el final de una etapa de políticos
comprometidos o de cierto calado intelectual. Ahora nos encontramos con peleles
como este que nos gobierna en España que en una misma frase dice una cosa y la
contraria: “No subiré el IVA, pero si tengo que hacerlo lo haré”. En Alemania
una mujer de corte hitleriano se empeña torpemente en arruinar las vidas de la
clase trabajadora de toda Europa. Los gobernantes son eliminados a pesar de
haber vencido en elecciones “democráticas”, es el caso de Berlusconi y
Papandreu. En Francia pierde un acomplejado y gana un funcionario del Partido
Socialista. En Grecia el reparto de escaños hace de aquello un país
ingobernable. Tanto en Grecia como en Francia la extrema derecha se convierte
en una fuerza política a tener en cuenta. El modelo político, pues, vemos como
sufre un deterioro galopante. Una parte importante de los individuos de
sociedades como la nuestra aún participa, votando a los que antes eran oposición
para que pierdan los que antes gobernaban, es decir, que se vota a la contra. En nuestro
país, un tanto peculiar, el PP mantiene una franja del electorado que vota
incondicionalmente por ideología, porque en ese partido está incluida la
extrema derecha, y, además, porque mantiene una estrecha relación con la Iglesia católica, herencia
adquirida de la Dictadura.
Si nos fijamos, a la vez que el
sistema de explotación capitalista se agota, dando lugar a una etapa, que
pienso es de transición, las superestructuras que lo sostiene también han
entrado en un proceso de descomposición. En estos momentos tan inciertos, la
situación económica camina al margen de la organización política, es decir, ese
modelo “democrático” ya no les hace falta para mantener la “paz social”, aunque los
gobiernos de turno hacen todo lo posible para contentar a los de arriba.
En esta situación de caos ya da
igual hacer o decir lo que se quiera, se ha perdido esa prudencia de los
poderosos para preservar su poder, su posición o su riqueza. Hoy día se puede
decir sin miedo que un tipo se ha jubilado con una indemnización de 54 millones
de euros y que, además sigue activo dirigiendo otra entidad financiera
distinta. Esa vacuna a la que me refiero en otros artículos, nos ha inmunizado,
la sociedad está preparada para todo lo que se nos venga encima. Pero este
estado de cosas tiene un peligro para los desaforados, para los ambiciosos. En
algún momento, pienso yo, la calma, esa paz social que nos ha mantenido mansos
durante tanto tiempo, se puede romper, porque los acontecimientos se
desencadenan a tal velocidad que cada vez son más los sectores que pasan al
terreno de la exclusión. La ausencia de organizaciones políticas que canalicen
un proceso de cambio hará que la reacción, de producirse, sea desordenada. Una
juventud sin futuro, un paro galopante, una clase trabajadora asfixiada y
depauperada y unas pensiones de miseria frente a la acumulación de la riqueza
en unos cuantos tiene que desembocar,
antes o después, en algún tipo de reacción. Las guerras con armamento hoy día
no son viables porque el mundo quedaría hecho un solar en el que no cabría la
subsistencia de nadie, por eso la guerra actual es una guerra económica, una
acción del poder para eliminarnos por la vía de la pobreza, pero deberían tener
presente que en una guerra siempre hay dos bandos que tarde o temprano entrarán
en juego. Los poderosos deberían tener en cuenta que también son mortales, vulnerables
a la acción de justicia de los que les sirven o de aquellos de quienes se
aprovechan sin pudor.
A los ricos, a los ambiciosos, a
los que muestran ese desmedido afán de enriquecimiento no les queda mucho más margen
de maniobra en el marco de este sistema porque han quemado todas las etapas posibles.
El mercado del dinero que ahora
funciona no puede consolidarse, no es
viable en un mundo de más de 7.000 millones de habitantes.
En consecuencia, a mi entender,
sólo quedan dos posibles salidas de esta situación de transición. La primera, a
imagen de los que ocurre ya en ciertas zonas del planeta, se materializaría en
la desaparición de lo que se conoce como clase media, dando lugar a la
bipolarización de clases. Por un lado una clase pudiente con un alto nivel de
consumo, de un consumo sofisticado de productos fabricados en esos nuevos
países de economía emergente; por otro, unos amplios sectores depauperados, sin
capacidad adquisitiva para sobrevivir con un mínimo de dignidad. En estas
circunstancias no es necesaria una estructura política al estilo de lo que
tenemos ahora, el modelo “democrático” sería innecesario. El orden social se
mantendrá a basa de un aparato represor potente pagado por los de esas clases
privilegiadas. En este caso los posibles brotes de violencia, por
insignificantes, serían sofocados sin consecuencias para los de arriba.
La segunda posibilidad, la que gran parte de
la sociedad desearíamos, sería consecuencia del abandono de actos inocuos como
las manifestaciones pacíficas, las huelgas insustanciales y demás acciones al
uso, por actos que de verdad dañen a los que ahora se empeñan en someternos a
toda costa, es decir, perder el temor para meter miedo a los de arriba. De
alguna forma, debido a la inseguridad, a la inestabilidad y al desasosiego ya
se ha iniciado una cierta la agitación
social que irá en aumento. Si esa agitación social se potencia y se canaliza
podría dar lugar a un cambio a favor de los menos privilegiados. Si se fuera
capaz de llegar a tiempo se podría parar este proceso de desatinos y de abusos.
Para ello, sería necesario un rechazo generalizado del modelo político actual,
aprovechando el camino de descrédito que él mismo ha emprendido, elegir a unos verdaderos representantes del
pueblo cuyo ideario se basara en la igualdad y en la solidaridad y reaccionar
ante unos medios de comunicación alienantes.
En nuestras manos está. Si
dejamos que esto continúe, retrocederemos en el tiempo, aterrizando en un
sistema de corte estamental. Por el contrario, si fuéramos capaces de
reaccionar, enfrentándonos con eficacia a la situación que sufrimos, podríamos
caminar hacia una verdadera democracia del pueblo y para el pueblo.
Que el propio lector valore cuál de las dos opciones tiene ahora
más posibilidades.
No hay comentarios:
Publicar un comentario