La razón, la racionalidad o el
razonamiento, es una facultad humana cuyo adecuado uso nos debiera distinguir de otras especies. Sin
embargo, la razón, al contrario de lo que pareciera natural, en las últimas
décadas, ha ido perdiendo, de formas progresiva, sus verdaderas señas de
identidad, tanto en la propia expresión verbal como en su puesta en práctica, hasta alcanzar aquello que pretendían quienes
siempre han estado más mermados de ella: los
límites de la sin razón o de la irracionalidad. Ahí nos encontramos sin que
se vislumbre un repunte de ese estado de anorexia intelectual que padece gran
parte de los individuos que conviven en sociedades como esta nuestra.
El maltrecho término razón ha
sido tan castigado que en psicología se dice que es un “error cognitivo” el
hecho de querer tener siempre la razón. Peor aún en psiquiatría: “tener razón”
está considerado como un tipo más de neurosis. Evidentemente el error cognitivo
y el querer tener razón son dos deformaciones, con el mismo origen, del
verdadero uso de esa potencial facultad.
Por un lado, los movimientos
revolucionarios o la izquierda formal proclaman la justicia y la igualdad, pero
nunca se han preocupado de reivindicar la racionalidad, o de luchar contra la
sinrazón establecida para beneficio de unos pocos. Por otro, la
“intelectualidad formal u oficial”, los “expertos” o los voceros que, día tras
día, nos castigan en los medios de comunicación, tal vez por carecer de ella, jamás
han hecho uso de esa capacidad, siendo sustituida por la conjetura, la opinión
sin fundamento, el disentimiento improvisado, el vano comentario o el “yo
creo”, despreciando el pensamiento crítico y constructivo, el debate serio o el
análisis hecho con rigor, fruto, todo esto, del correcto uso de la razón.
De esta manera se ha ido
fraguando una forma de vida contraria a lo racional por cuyo motivo el miedo, la
mentira, la confusión o el absurdo se han apoderado de amplias capas sociales.
Parafraseando a K. Marx, cuando anunciaba que "no es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia", pensamos que es la forma de vida la que
determina los valores y el uso de las capacidades intelectuales -y, por
supuesto, también la conciencia- de los individuos que forman una sociedad.
De esta manera, esa sociedad se
hace conservadora y asume y admite cualquier cosa que emane de los centros u
órganos de poder. En las páginas 45-46 de http://www.bubok.es/libros/193055/EN-LOS-LIMITES-DE-LA-IRRACIONALIDAD-analisis-del-actual-sistema-socioeconomico,
se recoge una relación de algunos hechos irracionales aceptados, expresados con
carácter universal.
En lo concreto
Por su importancia o actualidad, quiero hacer mención
ahora a situaciones irracionales concretas que se derivan de algunos de esos
hechos aceptados. La desigualdad entre unos y otros individuos de una misma
sociedad es un hecho irracional de orden superior. El principal motivo por el
cual esto es así se debe a la aceptación incondicional de que son unos cuantos,
los patronos, los únicos que pueden generar el empleo de una masa trabajadora.
Este es uno de los hechos más aberrantes porque el objetivo de esos
“empleadores” no es otro que su propio enriquecimiento personal. Otro elemento
de desigualdad es la aceptación del enriquecimiento de elementos que el propio
sistema utiliza para embrutecer a las masas. Se trata de los sueldos de
deportistas, actores, cantantes, banqueros, gestores de fondos, etc., haciendo
bueno el principio de la instrumentalización según el cual a cada
individuo o a cada grupo social le corresponde una asignación monetaria, o una
recompensa, que es función de la posibilidad de instrumentalización que el
sistema puede hacer de él para alienar o adormecer o, en suma, para mantener o
incrementar la situación de desigualdad entre ricos y pobres. Hace poco me llegó el mensaje en el que
decía que el programa más visto de TV en
nuestro país es “Sálvame” (de Telecinco), el libro más vendido el de Belén
Esteban y el disco más vendido el del hijo de la Pantoja (alias
“Paquirrín”). Y perdón por la vulgaridad, pero la cosa es así.
A ello hay que sumar la creencia
de que los “males” que aquejan a este tipo de sociedades lo pueden remediar los
políticos, sin que se indague lo más mínimo en la función encomendada por el
poder económico a esta casta o sector privilegiado.
El deterioro colectivo de la razón, como
capacidad básica, es tan elevado que se ha eliminado por completo la
posibilidad de reacción ante casos de inmoralidad y corrupción tales como el que afecta a la
familia real, al partido en el gobierno o a algunos dirigentes empresariales. Los individuos se convierten en meros espectadores cuando los medios
ofrecen información de estos asuntos, es como si se tratara de una simple
retransmisión deportiva. La información, sea de lo que sea, es totalmente
“fungible”: se consume, se esfuma…
Lo que se nos muestra día a día
en los medios no requiere explicación, ni siquiera interpretación. Es un
esquema claro y evidente del funcionamiento de este modo de vida, pero la
anestesia es tan brutal que se pueden permitir contar los acontecimientos de la
manera más descarnada posible.
Llegados a este punto, la
intervención de los más inquietos ya nada puede conseguir para mejorar lo que
vivimos. El fenómeno ha adquirido tal volumen que nos encontramos a la deriva,
sin rumbo; ni los que dominan saben como salir de tal situación. ¿Será el determinismo, y solo él, el protagonista
de los posibles cambios que puedan acontecer en el futuro?
Una nota de esperanza
Sólo en las mentes de unos pocos se
ubica una forma de vida diferente, basada en el ejercicio de la razón. Una vida
en la que la represión, el miedo y la mentira no sean los pilares fundamentales
de la convivencia. Un mundo sin dominados y dominadores. Una vida sin desigualdad
extrema. Una forma de reparto del trabajo organizada desde los órganos
centrales de una administración compartida por todo el pueblo. Un modelo
político radicalmente opuesto al vigente en esto que llaman “democracia”. Un
modelo educativo que nada tenga que ver con lo que tenemos, que permita el
desarrollo intelectual y no la inútil adquisición de contenidos. Un modelo
cultural participativo, y no una industria o un comercio en los que los
ciudadanos son meros espectadores, y unos cuantos se enriquecen. Una sociedad
en la que desaparezca la inseguridad y la incertidumbre, en la que los
comportamientos cívicos y solidarios no requieran de normas o leyes represivas.
¿Cuánto tiempo tendremos que esperar para que este pensamiento se generalice, o
que al menos sea un sueño? Freud pensaba que los sueños son la antesala de la
realidad futura. Sería preferible que fuera el ejercicio de la razón de los
humanos el que propiciara un cambio a mejor, y no las leyes de carácter casual o mecánico.
Me gusta.
ResponderEliminarNo obstante, creo que no es un tema de racionalidad solo, sino de espiritualidad, empatía... No creo que todo esté en el pensamiento o en el cerebro. Para entender algunas cosas, el ser humano debe ir más allá del pensamiento.
Solo hay que ver a los animales: sus relaciones y la empatía que puede surgir en ellos. Eso demuestra que no todo es raciocinio.
Que el mundo es insensato es totalmente cierto.
Un saludo
Gracias por el comentario y por la aportación, que comparto. Cuando hablo de inmadurez intelectual, incluyo la emocional, a veces lo expreso literalmente. Pienso que una madurez intelectual global incluye las relaciones sociales y las relaciones con el medio ambiente.
EliminarVer: http://www.bubok.es/libros/193055/EN-LOS-LIMITES-DE-LA-IRRACIONALIDAD-analisis-del-actual-sistema-socioeconomico (pág. 18, 58, 59, etc.)
Un saludo