El centro político no
existe
Ahora,
en vísperas de elecciones, las diferentes fuerzas políticas, con posibilidades
de gobierno, se afanan para contarnos que son ellos los que ocupan el centro, con
el ánimo de hacerse más creíbles para intentar atraer el mayor número posible de
votos. Curiosamente ninguna de las formaciones se presentan, nítidamente, como
de derechas o como de izquierdas. Se huye del término derecha, a secas, por su
identificación con el sector social más poderoso, pero menos numeroso. Y, desde
que se instauró el sufragio universal,
es necesario llegar a todas las capas de la población, bien entendido
por todos que existen más pobre que ricos. Los que incluyen el vocablo izquierda
lo hacen debido al prejuicio favorable que le conceden amplios sectores de la
ciudadanía. Sin embargo, denominarse de izquierdas sin otro añadido puede
asustar e impedir que un buen número de votantes se desplacen a otras
formaciones de “ideario” menos “agresivo”. En Europa y, particularmente, en
España las grandes formaciones políticas, y algunos otros socios, se presentan
con los nombres, tan “light” como tramposos, de centro derecha y de centro
izquierda, creando una división irreal y alejada de la clásica
fractura entre izquierda y derecha.
Hemos de señalar que entre izquierda y derecha, admitida la división
heredada de la Revolución Francesa, solamente existe una línea divisoria en la
que no es posible ubicarse ni física ni ideológicamente. Ahora, una nueva
formación, Ciudadanos, se autoubica en el centro-centro.
Huelga insistir en que aquellas formaciones que se encuadran en cualquiera de las anteriores expresiones
que incluyen el centro como estrategia están
falseando la realidad por una simple cuestión de mercadeo.
Izquierda-derecha parlamentaria como falacia de un antagonismo
Por
ser términos de uso cotidiano, estamos utilizando los vocablos izquierda y
derecha para distinguir a unas tendencias ideológicas de otras, pero es
conveniente abordar esta cuestión de orden nominal para poder entender las
diferencias entre unas y otras posiciones. Es necesario, desde este momento,
preguntarse: ¿es apropiado seguir hablando en la actualidad de izquierda y derecha
como verdaderas propuestas políticas opuestas en sus principios y en su
desarrollo político?, ¿no sería conveniente utilizar otro binomio más
clarificador, dada la mala utilización y el abuso de los citados términos? De
no ser así, sería necesario recuperar el verdadero significado de la palabra
izquierdas para ubicar en ella a las fuerzas antisistema, y situar en la derecha a todos aquellos partidos,
integrados en el sistema irracional y clasista, que participan en este juego y
defienden los intereses de la clase dominante.
En algún tiempo, entre la espacialización, las
ideas y la terminología política existía un evidente y correcto acomodo,
clasificándose todas estas dimensiones en expresiones diferenciales, simétricas
y antagónicas: izquierda y derecha. A raíz de las revoluciones de finales del
siglo XVIII, la izquierda real,
representada o no por formaciones políticas, se ha caracterizado por la lucha
para intentar conseguir cambios, y la derecha por conservar el estado de cosas
existentes. Por esta razón, esa izquierda -no representada, actualmente, por
ninguno de los grupos políticos- ha sido siempre (y deberá seguir siendo para
mantener el epíteto de real) revolucionaria, y la derecha contrarrevolucionaria
por su oposición a profundas transformaciones económicas y sociales. La
principal misión de la izquierda, en esta época, debería de ser la “superación
del capitalismo y el avance hacia una sociedad sin explotación y sin
alienación, hacia un socialismo concebido como la plena realización de los derechos
humanos y la profundización de la democracia”, como promulgaba IU en sus
estatutos, aunque luego no lo lleve a cabo a través de su acción política.
Es
claro y manifiesto que, a pesar de sus enunciados ideológicos, hoy día tanto la
izquierda como la derecha parlamentarias
forman parte de una misma estrategia conservadora ya que admiten el mismo
modelo económico y la misma forma social (o antisocial) establecida en
clases de ricos y pobres. Es evidente que la práctica política ha
vaciado de contenido el término “izquierdas”, engañando al electorado que, por
simplificación, ingenuidad o ignorancia, siguen fieles a ese aparente dual esquema
de izquierda-derecha. Desgraciadamente ni el PSOE, ni IU, fuerzas políticas que
operan en el estado español, pueden ser calificadas de izquierdistas, en el
sentido auténtico y genuino de la expresión, entrando en flagrante
contradicción su autoubicación y sus propuestas
con sus actuaciones. Lo mismo ocurre con los partidos parlamentarios análogos del resto de los
países de nuestro entorno. No cabe duda de que cuando utilicemos el término
izquierda lo deberíamos hacer con absoluta propiedad, y con él hacer referencia
a una fuerza o a un conjunto de fuerzas trasformadoras y revolucionarias cuya
estrategia fuera el derrocamiento del vigente sistema, en el marco de un modelo
democrático que poco tiene que ver con el actual. En consecuencia, y para mayor
claridad, deberíamos empezar a utilizar el binomio prosistema-antisistema para
diferenciar las ideologías y para encuadrar a las diferentes formaciones
políticas.
Podemos,
nuevo grupo político, no se define ni de izquierdas, ni de derechas. Surgió
como una opción trasformadora (antisistema) antes de emprender el camino
electoral. Ahora se comporta como uno más de los partidos que participan de
este juego, con sus contradicciones internas, y con los ataques externos por la incertidumbre que aún despierta entre los detentores del poder real.
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