El sábado 18 de mayo pusimos a una calle de Villaviciosa de Odón el nombre de
mi médico y amigo Carlos Valero Gil. Médico de varias generaciones durante unos
40 años de ejercicio. Ha sido el pediatra de mis hijas y de mis nietos. Pero,
por encima de todo, ha sido mi amigo, una amistad limpia y profunda. Nunca
tomamos ni un café ni una cerveza en bares, pero siempre estábamos dispuestos a
comentar cualquier tema y, sobre todo, a escucharnos. Confesaré aquí un
secreto: cuando era necesario, él asistía a mi casa cuando alguien estaba
indispuesta y no podía asistir a la consulta. Algo a lo que no le obligaba su
tarea.
Una
calle pequeña, estrecha, pero su nombre en ambas esquinas la engrandecerá. A
partir de ahora me haré más presente en ese lugar y miraré la placa en la que
figura su nombre, una mirada que me hará recordar tantos momentos, tanto tiempo
en el que coincidíamos sobre todo en su consulta, en la que me dada soluciones
a mis males, pero donde la conversación en esa estancia transcendía lo
puramente sanitario.
Compartimos,
además, eso que se conoce como una larga enfermedad. La aparición, casi a la
vez, de un cáncer. Comentábamos los tratamientos de cada uno, la evolución. El teléfono
móvil jugó entonces un importante papel para comunicarnos. A veces él
ingresado, otras veces yo. Los encuentros fortuitos en el “híper” eran la sala
de espera donde nos contábamos nuestro estado. Las últimas informaciones las
recibí de Angelines, su compañera. Él estaba hospitalizado por un tiempo demasiado
prolongado.
El
día 22 de diciembre, cuando la mayoría de los españoles estaban pegados a la
radio o la TV para ver si la diosa fortuna
se acordaba de ellos, recibí un “WhatsApp” en el que su familia me decía
que Carlos se encontraba en el Tanatorio de Alcorcón. Aunque ya nos temíamos un
trágico desenlace, la desesperación se apoderó de mí y, desde entonces, como
dijo el poeta alicantino, “siento más su muerte que mi vida”.
Carlos
era en el buen sentido de la palabra bueno, como decía A. Machado. Discreto,
modesto y entregado a su tarea. No he oído nunca una crítica, por el contrario
todo han sido elogios, incluso en vida, lo que tiene de verdad mérito. De una
forma natural escuchaba a sus pacientes, pero, además, se formaba para
adentrarse en la psicología y el trato humano. No le importaba ampliar su
horario y atender a todos lo que asistían a la consulta, fuera la hora que
fuera. Algún día le decía; “Carlos que ya son las nueve de la noche y tienes
aún un par de personas en la sala de espera”. Con esa tranquilidad que le
caracterizaba, asentía y me respondía algo así como “qué le vamos a hacer, hay
que hacer el trabajo”.
Un
hombre paciente y, como digo, entregado, por lo que tiene más que merecido su
presencia en esa pequeña calle, próxima al lugar donde comenzó su trabajo.
Hoy
he abierto el buzón de correos y he cogido una revista de ámbito local en la que
aparece una relación de personas premiadas, sin que se mencionen los méritos de
cada cual. Tengo que decir que, a pesar de llevar en este municipio 40 años, y
de haber tenido cierta actividad política y social, no conozco a la mayoría de
los premiados e, incluso, a los que otorgan los premios. Mi sorpresa inicial se
convirtió, posteriormente, en indignación al observar que no se encuentra en
esa relación Carlos Valero Gil, al que, por otra parte, se le ha considerado
digno de poner su nombre a una calle. ¿Ignorancia, descuido, indiferencia, desprecio, falta
de consideración…? En cualquier caso, un error imperdonable, lo que descalifica
a esta publicación, y le resta el rigor y la objetividad que se le pide a un
medio de comunicación.
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