Anhelábamos
una democracia, un modelo político al estilo de lo que había en países
próximos. Algunos nos la jugábamos, algunos cayeron, fueron encarcelados,
algunos, incluso, murieron por creer y luchar por la libertad y la igualdad,
pensando que la democracia era el camino. ¿Con qué tipo de democracia soñábamos?
Desde el PCE se hablaba de “Ruptura democrática” con la Dictadura. ¿La
democracia como medio?, ¿la democracia como fin?. Los países políticamente más
avanzados de Europa funcionaban, desde el final de la Segunda guerra mundial,
con ese modelo que tanto deseábamos para nuestro país. La larga Dictadura, la represión,
el miedo, nos convertía en analfabetos políticos, tal vez proyectado a otras
dimensiones intelectuales. El consuelo de algunos era la lectura de libros
editados en otros países. Aunque algunos se escandalicen al leer esto, las
obras de Marx, Lenin, Puolantzas, Althusser, Marta Harnecker y otros y otras
eran nuestro refugio intelectual y nuestros maestros. Las reuniones
clandestinas y la lucha en los lugares de trabajo y en las calles era hacer política en un entorno de
represión. Eso si era hacer política, aunque una gran parte de la sociedad
permanecía indiferente, cuando no aplaudían, en muchos casos, las políticas de
represión de la Dictadura. Contestación y lucha de unos convivían con el
seguimiento y el aplauso de otros a un régimen sanguinario, en un país con un
enorme atraso intelectual, cultural y tecnológico. No cabe la menor duda de que
esta herencia se ha proyectado sobre los tiempos posteriores, haciéndose
extremadamente visible en la actualidad.
La
transición calmó los deseos de cambio en amplias capas sociales de progreso y,
entonces, pasaron a ser protagonistas los políticos. Sin ser percibido, debido
a la euforia de la muerte del Dictador, se inició la formación de una casta,
aunque los primeros representantes de la conocida vulgarmente como izquierda
eran personas más cercanas, menos contaminadas.
Desde
aquel inicio hasta la actualidad, hemos asistido a un proceso de deterioro
político que afecta tanto a los “profesionales” como al pueblo llano que les
elige. Es tal esa degeneración que nos atrevemos a decir que esto a lo que asistimos ahora no es hacer
política. Pienso que el estado actual, preocupa, incluso, a los que tienen
las riendas, comprobando cómo se les agotan las estrategias para seguir
dominando.
La
alternancia bipartidista entró en crisis, aproximadamente, a comienzos de esta
década, tanto en este país como en el resto de Europa. Desapareció por completo
lo poco que quedaba de ideología, deterioro que se inició en las últimas
décadas del siglo pasado. El modelo
político al uso se hace inservible en una escala irreversible.
La
casta política se fue transformando
en mafia, y la corrupción ha alcanzado
cotas, posiblemente, insuperables. La política, en manos de profesionales, se
ha convertido en una actividad muy atractiva, lo que origina la aparición de
nuevas formaciones, que no ofrecen alternativas diferentes, aunque engañan a la
gente ubicándose, por una cuestión de oportunismo, en algunas de las opciones
del manoseado y virtual trinomio izquierda-centro-derecha, en ese esquema de
ficción, cuando desde la óptica de una política real, la división debería
establecerse en términos de integración
en el sistema o, por el contrario, de lucha contra el sistema con una propuesta alternativa de igualdad,
libertad y justicia. No cabe la menor duda de que todos los grupos del Congreso
se encuadran en la opción primera.
Estos
nuevos políticos recurren a un usual comportamiento
humano que consiste en jugar con la hipocresía y ofrecer una falsa imagen
para captar a determinados individuos o sectores sociales, y una vez captados presentar
su verdadera cara. La ingenuidad y la ignorancia de los captados juegan, desde
el otro lado, una función de histéresis, es decir, algunos se dan cuenta de la
jugada y abandonan al estratega, pero otros tantos por ignorancia o por pereza permanecen
fieles al impostor, grupo o instrumento. Son casos ejemplares que materializan de forma flagrante este
comportamiento, los siguientes: El PSOE de los ’80 y su jefe González, La Sexta
TV o Pablo Iglesias y sus adláteres. No merecen mi consideración, ni para la
crítica, individuos que lideran formaciones reaccionarias o neofascistas.
Los
comportamientos de estos falsos políticos de nuevo cuño, incluso ellos mismos,
son fruto de esa crisis del modelo
político. Esto da lugar a una situación desquiciada y, en consecuencia,
inestable.
En
este país, después de una estable y larga etapa de alternancia con Gobiernos
formados por el partido más votado, aunque apoyados por partidos nacionalistas,
la crisis se deja notar con meridiana claridad a partir de 2015, cuando el
Presidente del partido más votado fue incapaz de formar Gobierno, lo que dio
lugar a nuevas elecciones en 2016. Los resultados fueron semejantes a los
anteriores. Para que Rajoy fuera elegido, la mayoría de los Diputados del otro
partido, el PSOE (grupo de la oposición, supuestamente), tuvieron que
abstenerse. El Gobierno resultante era frágil, sobre todo, por los abundantes
casos de corrupción. En el 2018, a media legislatura, triunfó, por primera vez
en España, una Moción de Censura. El mandato de los socialistas se limitó a
nueve meses. Por la falta de consenso para aprobar los Presupuestos Generales,
tuvieron que convocar nuevas elecciones el 28 de abril del presente año.
Ningún
partido o grupo de partidos tienen ahora suficientes votos en el Congreso para
investir al candidato propuesto. Por otro lado, los tres partidos reaccionarios
tampoco tienen mayoría. Todo apunta, en un marco de inseguridad e
inestabilidad, a que pudieran convocarse nuevas elecciones para su celebración
en el mes de noviembre.
Desde
2015, tres convocatorias electorales y una moción de censura, con la
posibilidad de nuevas elecciones antes de que acabe el año. ¿No es esto una
prueba inequívoca de un modelo político agotado?
Nuevos
jóvenes políticos que, de espaldas a la sociedad, han perdido todo tipo de respeto al electorado.
Su ineptitud y su incapacidad intelectual les convierten en defensores de sus
propios intereses personales. Su comportamiento se ajusta a lo expuesto
anteriormente: jugar con la hipocresía, abusando de la ignorancia y la
ingenuidad de los ciudadanos.
Los
de arriba, como digo, desorientados porque las estrategias se les agotan. Los
políticos, con ese bajo perfil intelectual, y faltos de los más elementales
principios éticos, se debaten bajo el insulto y la mentira para buscar su mejor
acomodo personal. Los de a pie, indiferentes, recibiendo mensajes a través de
las diferentes pantallas de TV, en espera de que les convoquen para asistir
como autómatas a los colegios electorales. Es de suponer que por todo este desastroso
proceso, en el que la manipulación se convierte en protagonista, los ciudadanos
reaccionen, y veamos la próxima vez las urnas más vacías. Ya que no somos
capaces de tomar las riendas, no nos dejemos utilizar, y que sean ellos, los de arriba, los que propongan nuevas fórmulas.
Existen varias correcciones porque he encontrado algunas erratas.
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