El
deterioro del medio ambiente jamás se frenará en el marco del actual sistema de
explotación capitalista. Por el contrario, cada vez será mayor, en la medida en
la que el crecimiento continúe. El sistema se basa en el crecimiento
permanente, por lo que el deterioro seguirá aumentando en la misma medida.
El
capitalismo funciona con una única premisa: el aumento de beneficio individual
rápido, de manera que las inversiones, o los negocios, se irán a los lugares o
áreas donde ese beneficio sea máximo. Los agentes implicados se dividen en
explotadores y explotados. Los costes de producción o del servicio se expresan
en términos de mercancía, incluida la mano de obra. El patrono nunca ha
incorporado a los costes el uso y abuso del medio natural. Si tuviera que
incorporar a los costes el deterioro medioambiental se reducirían los
beneficios, lo que choca frontalmente con el objetivo básico del sistema.
Por
la parte que le corresponde a la ciudadanía, hay que señalar que participa
activamente en el deterioro del medio porque se le ha educado en la “cultura”
del consumo, un elemento fundamental para la permanencia del actual sistema. La
explotación no se limita a la obtención de plusvalía, sino también, fundamental
en la actual etapa, en el consumo masivo. Las campañas publicitarias han calado
en la población, de manera que se compra lo necesario y lo superfluo, se viaja
por deseo de visitar nuevos lugares, pero también por la influencia de la
propaganda y la presión social. Se ha anulado la voluntad propia y el disfrute
de viajar por elección y decisión personal. Se ha conseguido influir en el consumo por el consumo y en
el de viajar por el efecto contagio. Consumir en exceso y viajar masivamente
incrementan de manera determinante el deterioro medioambiental. ¡Vete a decir
ahora que hay que frenar ese deterioro!
Los
mensajes de eliminar los plásticos, por ejemplo, caen en saco roto. Para
empezar son los fabricantes lo que han de retirarlos del envasado y el
transporte. Permítaseme un comentario muy personal, pero extrapolable a
múltiples casos semejantes. En el almacén donde yo compro, ofrecen la alternativa
de usar papel para envasar la fruta. El uso del papel es minoritario, es más,
durante el tiempo de permanencia en la tienda, uno que tiene un espíritu
observador, comprueba que soy el único que utiliza bolsas de papel. La
despreocupación, la indiferencia y la falta de conciencia se manifiestan de
manera rotunda, como en tantas otras actividades.
La
ausencia de alternativas y, en consecuencia, la consolidación a nivel
planetario del capitalismo, pone de manifiesto el principio del materialismo
histórico, según el cual, el sistema lleva en sí mismo el germen de la
autodestrucción.
Cumbres y protestas
Son
ya muchas las reuniones internacionales (Rio, Tokio, París, Madrid, etc.) para
tratar el deterioro medioambiental o lo que se conoce como “el cambio climático”,
y tomar medidas para evitar su crecimiento. Los resultados para mejorar o, al
menos, frenarlo son prácticamente nulos. Para que esto fuera posibles deberían
ser los políticos, con ganas de hacerlo, quienes controlaran la economía,
justamente lo contrario de esa dependencia ya que son ellos los que dependen de
las diferentes oligarquías o potencias financieras. Por esa razón, y dado que
los costes del uso del aire, las aguas y la tierra, incrementarían los costes
de producción, es, como hemos señalado, imposible que la situación mejore.
Otro
soporte del sistema, además del modelo
político, son los medios de
comunicación y propaganda, como potente herramienta de aleccionamiento y
destrucción de la conciencia y del pensamiento personal. El bombardeo
permanente de noticas, ideadas para tal fin, tienen la intención de distraer a los ciudadanos de los asuntos
relacionados con sus propios intereses, y de angustiar a las mayorías, con asuntos que ellos mismos, los medios,
dirigidos por sus poderosos empresarios,
ponen de actualidad. En los últimos tiempos, se han especializado, atemorizando
a los individuos, en temas frente a las que los sufridos receptores de la
noticia nada pueden hacer, salvo agobiarse. Raro es el día donde los informativos
no comienzan con tres o cuatro asuntos sobre catástrofes, asesinatos o casos
semejantes, en lugar de informar de todo aquello que pueda educar o ayudar a
las tareas o vivencias del día a día de la mayoría, intentando hacer la vida
más agradable y más crítica frente a las injusticias y la desigualdad, aunque
en realidad esto correspondería a un modelo más sociable, más justo y más
integrador.
En
ese afán de manipular y utilizar a los ciudadanos, surgen movimientos y otras
protestas populares donde todo resultado se resume en anunciar el número de
manifestantes o intervinientes en la acción llevada a cabo. Para que la acción
participada por grupos sociales sea eficaz y surta efecto debe “dañar” los
intereses de aquellos a los que se enfrentan. Por ejemplo, si los trabajadores
de una empresa reivindican una subida salarial de 300 euros mensuales mediante
paros sucesivos, esos paros deben afectar a la facturación de la empresa. De
esa manera se puede negociar hasta llegar a un acuerdo en los que entran en
juego el importe de la subida reivindicada y las pérdidas de la empresa como
consecuencia de los paros.
Las
manifestaciones contra entes abstractos, sin daño de otros o dirigidas desde
arriba no producen efecto alguno, lo que
abunda en ese estado de incertidumbre en el que otras dimensiones vitales
participan.
En
el caso que nos ocupa aquí, ni cumbres, ni protestas en forma de
manifestaciones y proclamas, frenarán el deterioro del medio ambiente. La
reducción del consumo y la toma de conciencia podrían influir en el cambio de
rumbo, pero ¿estamos preparados para ello?
No hay comentarios:
Publicar un comentario