No
es verdad eso de que las personas sean corruptas por naturaleza. No es verdad
eso de que todo aquel o aquella que tenga la oportunidad de robar robe. La
mayoría de la sociedad está sometida a las reglas impuestas por el poder y
resignada a padecer los desmanes de una panda de ladrones. En un sistema de
dominio, el poder y la corrupción van de la mano.
Las
noticias de corrupción que saltan a los medios de comunicación recogen sólo la
de los gobernantes políticos, pero la corrupción no es patrimonio de estos. Las
corrupciones más importantes se dan en el núcleo más duro de la clase
dominante. Los propietarios o dirigentes de las grandes corporaciones no
solamente son corruptores, sino corruptos. Es corrupción la explotación de la
clase trabajadora, es corrupción evadir impuestos, es corrupción especular en
los mercados, es corrupción asignar las desorbitadas cantidades en calidad de
jubilación -por ejemplo- a los directivos de las empresas del IBEX35, es corrupción la compra de entidades ruinosas para luego
“reflotarlas”, es corrupción la privatización de empresas y servicios públicos,
es corrupción cobrar precios abusivos de
los suministros de los oligopolios, es corrupción el trato de la banca a los ahorradores y a
los hipotecados, es corrupción agrandar la desigualdad. Es corrupción
corromper.
En
este país nuestro, la corrupción se ha generalizado en todos los ámbitos
políticos gobernados por el Partido Popular, a tal punto que hemos visto como
de ser una casta se ha convertido en
una mafia, pasando por lo que algunos
definen como trama. Los ciudadanos y
ciudadanas estamos ya saturados de lo que nos cuentan día tras día. Cuando no
es uno son dos los que van cayendo, aunque la aplicación de ese manoseado lema
de que “caiga sobre ellos todo el peso de la ley” no se corresponde con la
magnitud de los delitos (presuntos) cometidos. Estamos hartos, aunque lo que
estamos viendo, que es mucho, es la punta del iceberg, tal como venimos anunciando desde hace tiempo. Los jueces,
temerosos, tardan en aplicar sentencias. Una vez condenados los corruptos
siguen en la calle con condenas de cuatro, seis o más años
Ante
el actual panorama, surge la pregunta: ¿los comportamientos de los corruptos
responden a una limitada capacidad intelectual, a una determinada patología o a
la ausencia de principios éticos? Estamos tentados de responder de inmediato,
pero merece la pena adentrarse en el análisis de esta antisocial práctica.
Ética
y moral son conceptos resbaladizos sin que puedan ser definidos con precisión.
Términos que a veces se complementan, otras veces se confunden. De cualquier
forma, la ética y la moral, lo bueno y lo malo, responden a un modelo
ideológico, doctrinal o a las normas y costumbres de una determinada cultura.
En países como el nuestro, es la iglesia católica, y en general el
cristianismo, quienes han marcado durante siglos las reglas morales. Reglas que
permanecen en gran medida en este tipo de sociedades. La iglesia ha guiado la
conducta de las masas bajo el temor de ser castigado en “la otra vida”. Durante
mucho tiempo, los poderosos, aunque sólo fuera por imagen, se ajustaban a
ciertas reglas, aunque bajo cuerda hicieran y deshicieran a su antojo. Lo que
ocurre es que, poco a poco, esas normas van siendo violadas por esos estamentos.
Ya no quieren ser ese referente visual o dechado de virtudes en actos religiosos.
Ya no les importa ir al infierno. Por eso no les importa corromperse, por eso rompen
con cualquier escala de valores. Por eso no respetan las más elementales reglas
de convivencia. Por eso sus sucios asuntos no respetan los más elementales
principios éticos.
La
razón es una facultad potente y exclusiva
de nuestra especie, una componente importante de la real o potencial inteligencia de hombres y
mujeres, pero que, por lo que parece, no
alcanza a aquellos que no encuentran saciada su codicia para acumular más de lo
que necesitan. Quienes anteponen sus intereses engañando, robando, explotando o
abusando de semejantes son de ese grupo de baja talla intelectual. En una
sociedad madura, intelectualmente hablando, no existirían individuos
despreciables como los que, por goteo, están entrando en las cárceles de este
país. La sinrazón, entonces, es una de la causa, quizás la principal, de tantos
desatinos, de tanta corrupción.
Aquellos
que han utilizado la política para corromperse, para sentirse poderoso, para
satisfacer esa pasión, nunca llegarán a alcanzar plenamente el poder al que espiran, porque la
pasión-poder se encuadra en la patología
de la normalidad (en referencia a mi admirado E. Fromm). Todos estos
individuos están psicológicamente llamados al fracaso por mucho que acumulen
lícita o ilícitamente sus riquezas.
He
llegado a discutir con amigos -que, por su interés y su capacidad intelectual, me merecen un tremendo respeto- sobre si es la razón o es la ética, mejor dicho, la sinrazón o la ausencia de
los más elementales principios éticos, lo que subyace en todos estos casos de
corrupción del PP como “organización criminal para delinquir”. Pues bien, conjugando
las tres dimensiones que mostramos en la pregunta anterior, pienso que todos
estos individuos que roban -de forma individual o en forma de casta, trama o
mafia- son seres intelectualmente deficientes, carentes de cualquier valor o
principios éticos y enfermos mentales. Muchos de los que habitamos estas
tierras de picaresca, de Lazarillos, de Rinconetes, de Cortadillos, de
Buscones, etc., estamos hartos de golfos, de sinvergüenzas, de dementes. Ante la
indiferencia de las masas y la inacción política y social sólo nos queda
apretar los dientes e intentar tirar para adelante con paciencia y resignación,
pero con rabia.
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