Es probable que las
movilizaciones sectoriales aumenten, no solo es probable, sino deseable, pero
los efectos de tanto esfuerzo y sacrificio, por ahora, se traducen en escasos
logros.
Puede que la lucha de los mineros, del sector sanitario, de la
enseñanza, de los funcionarios o del mundo de la judicatura vaya creciendo,
aunque lo que está ocurriendo ya es
notable. Sin embargo, el actual Gobierno del PP hace oídos sordos, no sólo no
escucha, sino que se burla de los trabajadores.
Es posible que los
actuales gobernantes sigan adelante con los recortes, aunque los que han
llevado a cabo hasta la fecha son suficientes para que hubiera dimisiones o
ceses, pero no ocurre nada.
Casi con seguridad, el
paro seguirá creciendo, aunque con 5.778.100 personas sin trabajo (Encuesta de
Población Activa) ya bastaría como para
que el Estado se derrumbara, pero los Ministros dan los datos, con frialdad, a
través de los medios sin que se les caiga la cara de vergüenza.
Seguro que cada día
aparecerán en escena más políticos corruptos, pero seguirán siendo disculpados
por los portavoces de su formación política. Y, poco a poco, esta lacra se va
convirtiendo en un mal endémico y aceptado.
Algo parecido está
ocurriendo con el engaño, con la mentira de quienes ostentan el poder político,
que se va convirtiendo en mentira institucionalizada. Se puede decir una cosa y
luego hacer lo contrario sin el menor coste.
¿Por qué tanta lucha y
tanto esfuerzo se quedan en simples reivindicaciones sin efecto?, ¿por qué se mantiene la estabilidad política
a pesar de toda esa serie de abusos y calamidades que estamos padeciendo?, ¿por
qué los políticos del PP se burlan de los ciudadanos sin pudor?, ¿por qué
practican la provocación, la prepotencia y la chulería sin temor?
Varias son las
razones. Por una parte, se trata de individuos sin ningún principio ético, cuya
única misión es la de defender los intereses de los que más tienen. Se arriman
a los que más tienen porque aspiran a incorporarse a ese grupo, si es que no lo
están ya, para lo cual se corrompen o hacen uso del tráfico de influencias. A
esa inmoralidad de los que se dan golpes de pecho en liturgias y festejos se
suma su corta capacidad intelectual; pertenecen a ese grupo de seres inferiores que pudren la
convivencia y frenan el progreso de los que formamos parte de esta especie.
En la otra parte, en
la parte que nos toca a los ciudadanos de a pie, conviene indagar en la
responsabilidad de cada cual. En una viñeta de un ácido comentarista gráfico,
El Roto, un personaje decía a su compañero: “¿por qué siempre nos gobiernan los
peores?”, a lo que el otro le contestaba: “por que tu les votas, bobo”.
Esta es nuestra
responsabilidad. Somos en gran medida responsables de la situación porque los
que votan ponen ahí a los “peores”.
Luego, en esas encuestas sobre la popularidad de los gobernantes, las
calificaciones que les otorga la calle son malísimas, pero el daño ya está hecho.
H.J. Ibsen en Un enemigo del pueblo,
en boca del Doctor Stockmann, dice algo así como que el pueblo se equivoca, y
que cuando se da cuenta de su equivocación ya es demasiado tarde. Parece que es
lo que nos acurre aquí y ahora, tal vez es lo que ha ocurrido siempre.
La propaganda ha sido
tan potente, y los receptores del mensaje tan débiles, que se nos ha quedado
grabado a fuego aquello de que este modelo es una verdadera democracia, y que
hay que votar por encima de todo. Aunque poco a poco las mayorías se van dando
cuenta de que el actual modelo democrático es una estrategia para defender los
intereses de unos pocos, de que la democracia real es otra cosa muy diferente, a
pesar de eso, se sigue votando masivamente cada vez que nos convocan. El hecho
de acudir a las urnas para elegir a unos políticos que luego nos castigan, es una
especie de comportamiento masoquista, cuya única razón de ser hay que buscarla en una mezcla de miedo a
oponerse a lo oficialmente establecido (el voto es un derecho y un deber, dicen
los interesados) y de sentirse importante porque, desde la ingenuidad, uno se
cree eso de que la soberanía reside en el pueblo.
Pues bien, las
protestas, las concentraciones, las marchas,
la lucha sectorial, en suma, cualquier tipo de manifestación popular, no
producen afecto alguno sobre la estabilidad política porque los políticos se
sienten legitimados por haber sido
elegidos “democráticamente”, tal como nos recuerdan con frecuencia. Los únicos
que les pueden remover de sus cargos son aquellos a los que verdaderamente
representan, es decir, los dueños de la
riqueza, que lo harían cuando sus lacayos se desviasen mínimamente del papel
marcado.
Hace poco he leído que
J. Anguita, en una entrevista que le han hecho, dice que todos los partidos
políticos se han convertido en “maquinas electorales”. Algo que comparto
plenamente: bienvenido al club de los desafectos. El juicio que me sugiere su
comentario es que más vale tarde que nunca. Habrá que confiar en que esta
opinión vaya siendo asumida pronto por amplias capas sociales.
Lo que venimos
observando en el desarrollo de esta legislatura de gobierno del PP es una pobre
y sucia estratagema, pero con resultados muy positivos para ellos: los peones
protegen a un Jefe que no da la cara. El objetivo es llegar al final de la
legislatura con el menor desgaste. Luego le sacarán en los mítines de las campañas, prometiendo lo que nunca cumplirá.
Las clases populares seguirán votando en masa. Siempre queda la autojustificación
del votante de este reaccionario grupo de que la mala situación la han creado
los que gobernaban antes.
En el terreno de lo
imaginario, es deseable que, en el futuro, la abrumadora protesta llevada a
cabo por los diferentes frentes abiertos desoriente a los actuales gobernantes
y pierdan el control sobre los dirigidos, lo que les obligaría a cesar en
bloque. Es probable que sea preciso que la presión a una sociedad ya de por sí
castigada tenga que ser mayor para que se agudicen las actuales
contradicciones. Puede ser que desde la UE busquen un recambio con burócratas
más audaces. Dicho todo esto en ese deseo esperanzador de que algo cambie
pronto.
Sin embargo, la medida
más eficaz para que la situación mejore a favor de la mayoría la tenemos en
nuestras manos. Hay que perder el miedo a la libertad y no legitimar a los que
nos mal gobiernan, absteniéndonos una vez tras otra, es decir, NO VOTAR, cada
vez que nos convoquen a participar en este circo. Es una mentira interesada aquello de que se pueda mantener este nefasto modelo aunque la participación fuera pequeña. Ya nos
mintieron en las elecciones gallegos camuflando un 10% de abstención, diciendo
que votaron un 64% cuando en realidad lo hizo solamente un 54%. Algún temor
tendrán a la abstención cuando han sido tan osados como para atreverse a hacer
esto.
Alguien dirá: ¿pero si la actual práctica
política, por muy mala que sea, se derrumba, que nos queda? El recurso al miedo
es otra táctica más para seguir dominando. ¡O esto, o el caos!, clamarán los que
tienen el poder. Sin embargo, la realidad es que resulta difícil vivir en una
situación peor que la que tenemos, con el agravante de tener que seguir caminando por el actual proceso de
sufrimiento e inseguridad para llegar a un final de hambre y miseria. Los
actuales movimientos sociales tienen una oportunidad como nunca la han tenido
para constituirse en alternativa a esta viciada y desgastada práctica política.