En
un artículo anterior hemos manifestado que sospechamos que algo se esconde tras
la apariencia del mero asunto independentista catalán, tachándolo, por nuestra
parte, de ensayo, tapadera, farsa, teatrillo o montaje.
Decíamos
que "Podría ser que el poder
económico, la oligarquía, haya utilizado ese deseo independentista de los
catalanes para comprobar hasta qué punto los ciudadanos son capaces de soportar
cambios que degrade aún más la actual situación y crear un nuevo modelo
político aplicable al Estado en su conjunto que sustituya al vigente,
totalmente agotado". Podría ser, señalábamos, que la tendencia fuera
consolidar una “democracia” autoritaria, una degradación límite del actual
modelo político de alternancia de las dos fuerzas políticas mayoritarias.
También
hemos dicho que “si todo el fenómeno catalán ha sido un teatrillo para
propiciar los deleznables fines señalados, lo podremos comprobar en los
próximos meses al observar en qué se traducen las desmedidas acusaciones y las
penas solicitadas por la Fiscalía a los dirigentes catalanes”.
Ya
contamos con algunos datos relativos a este asunto. Los grupos independentistas
se presentan a las elecciones promovidas al amparo del artículo 155 de la
Constitución. Las acciones reivindicativas populares van a la baja. Forcadell y
el resto de la mesa del Parlamento han salido en libertad bajo fianzas poco
cuantiosas, a pesar de los graves delitos de los que les acusan. Es muy
probable que Oriol Junqueras y el resto de encarcelados sigan el mismo camino
en breve. Merece capítulo aparte el tratamiento de las leyes con sus
incongruencias y sus contradicciones, como hemos comentado en ocasiones. Parte
del Gobierno, con Puigdemont a la cabeza, viven tranquilamente en Bruselas sin
que, al parecer, les preocupe demasiado a los miembros del Gobierno del PP.
La evolución del modelo
bipartidista
Pero
¿por qué sospechamos que el “conflicto catalán” es una tapadera para ocultar
esos objetivos que hemos resaltado anteriormente? Sospechamos, pero sin agotar
todas las posibilidades, que la intención es, como decimos, degradar aún más el
modelo. Echemos la vista atrás. Volvamos a esos años de los Gobiernos de
Zapatero. Las dos legislaturas de los socialistas, que discurren desde 2004
hasta 2011, son muy diferentes, de manera que la primera puede ser calificada
de luces frente a las sombras de la
segunda.
Lo
que se conoció como crisis, a raíz del reventón de la burbuja inmobiliaria allá
por 2007, provocó, con un cierto retardo, un galopante aumento del desempleo,
hasta alcanzar cotas inimaginables (26% en 2012, aunque gobernando ya el PP),
cuando a mediados de la primera legislatura socialista el paro se aproximaba al
8% (2006), presumiendo de haber alcanzado el pleno empleo. La falta de
capacidad para asumir la situación y la férrea oposición del PP (a pesar de
encontrarse ya por entonces implicado en flagrantes casos de corrupción, como
veremos) obligaron a los socialistas a adelantar las elecciones en 2011, sin
agotar la legislatura.
En
esa convocatoria el PP obtuvo una mayoría absoluta, sin necesidad de apoyo de
otras fuerzas para gobernar. Durante los siguientes cuatro años el PP gobernó
con desahogo, culpando a los socialistas de la mala situación por la “herencia
recibida”.
En
2015, el PP perdió la mayoría absoluta, perdió 63 diputados, y Rajoy renunció a
presentar su candidatura a la presidencia de Gobierno. Esa abultada pérdida se
debió, fundamentalmente, a dos factores: el castigo por los casos de corrupción
que comenzaron a aflorar a partir de 2007 (aunque en la convocatoria de 2011
tuvo mayor peso el descrédito de las políticas socialistas que la corrupción en
el PP) y la aparición en el escenario político de nuevas formaciones: Podemos
en enero de 2014 y la expansión nacional de Ciudadanos en 2014-2015. Ambas
formaciones obtuvieron una importante representación parlamentaria, de tal
forma que rompieron con el histórico bipartidismo.
De
esta manera, comenzó una etapa de inestabilidad política extrema que trascurrió
desde el 20 de diciembre de 2015 al 31 de octubre de 2016, lo que evidencia un
declive del modelo de la alternancia bipartidista. No olvidemos que,
actualmente, el PP gobierna en minoría, y que aún no se han aprobado los
presupuestos generales del presente año, aunque lo intenta comprando votos de
grupos nacionalistas. Lo que muestra que, aunque en menor grado, la inestabilidad
continúa.
Todo un recorrido de
corrupción y todo un contingente de corruptos
La
corrupción más alarmante del PP, aunque otros le han precedido y otros tantos
le suceden, es el conocido como caso Gürtel que fue denunciado en 2007 ante la
Fiscalía Anticorrupción. Más tarde, en 2009 fue instruido por el Juez Garzón,
lo que, por cierto, le costó su puesto en la Audiencia Nacional (AN). En enero
de 2013 aparecen los llamados “Papeles de Bárcenas” y sale a la luz la
contabilidad B del partido. En noviembre de este año (2017), la Fiscalía de la
AN ha anunciado en su alegato final que está suficientemente acreditada la
contabilidad B y el pago de sobresueldos a cuadros del partido, entre ellos al
actual Presidente del Gobierno, Mariano Rajoy.
Después
de la Gürtel, los casos Púnica y Lezo han llevado a la cárcel a los máximos
dirigentes del PP de Madrid.
La
judicatura, intencionadamente lenta cuando se trata de enjuiciar estos casos,
no tendrá más remedio que condenar a todos los implicados, y quién sabe si no
tendrán que rendir cuentas otros que aún permanecen camuflados, aunque es claro
y manifiesto que están inmersos en la charca corrupta de este grupo político.
De
momento, el asunto catalán es una excelente tapadera para distraernos de los hechos que se están
produciendo respecto a la aparición de nuevos casos de corrupción, de las
contundentes decisiones de jueces y fiscales y de las elocuentes declaraciones
de los organismos que la persiguen.
La búsqueda de
soluciones
La
incómoda inestabilidad política que para el sistema
tuvo lugar de diciembre de 2015 a octubre de 2016 podría convertirse en
endémico si no se toman medidas. Por otro lado, la cadena de condenas que
comenzará a finales de año y continuará durante los años próximos hace
insostenible la permanencia de los del PP en el gobierno, si esto sigue así.
Por
estas dos potentes razones, condenas por corrupción e inestabilidad política,
se hace necesaria la búsqueda de soluciones para que todo siga igual que antes
de 2015, cuando alguno de los dos partidos, PP o PSOE, gobernaban en solitario
con el apoyo o sin él de algún o algunos grupos nacionalistas.
El
modelo democrático de representación, aunque con muchas limitaciones, ha
permitido que ciertos sectores sociales hayan abandonado lo que se conoce como
“Régimen del 78”, votando a otros grupos o absteniéndose, lo que ha dado lugar
a esa inestabilidad que hemos señalado.
La
tendencia es la de instalarnos en una “democracia”
autoritaria en la que la participación se ciña a votar, limitando las opciones
y laminando a las que se alejen de la norma (en este caso Unidos Podemos),
ajenos a los partidos que se autodefinen como constitucionalistas.
Para
dar este paso es imprescindible ensayar para ir preparando al pueblo, en un
contexto mundial donde la libertad está cada vez más limitada, y medir hasta
qué punto es capaz de soportar las cada vez más represivas actuaciones del
poder. Primero fue la aceptación de unos salarios de miseria de amplios
sectores, después la represión y la pérdida de derechos a través de normas como
la conocida “Ley mordaza”.
Por eso nos atrevemos a
señalar que el asunto catalán es un ensayo más para doblegar a la sociedad y demostrarle
que la lucha, en este caso por la independencia, es estéril y no lleva a ningún
resultado.
Vistas
así las cosas, la única opción ganadora en futuras elecciones en esa democracia
autoritaria pasa por la unión de PP y PSOE (el gran pacto) o, dicho con mayor
precisión, por el apoyo de una de ellas a la que obtenga mejor resultado. Si
observamos los últimos movimientos del PSOE comprobaremos que todo apunta a la consolidación
de un solo bloque que defienda los mismos intereses, con el refuerzo de otro
grupo (C’s) dispuesto a apoyar cualquier medida reaccionaria. Un grupo que, por
sus propios méritos, se sitúa en lo que se conoce vulgarmente como extrema
derecha.
Pedro
Sánchez “el rebelde” engañó a la mayoría de la militancia que pensaba que el
partido giraría a la izquierda, pero, una vez elegido, y después de un tiempo
de silencio, se ha puesto en las manos del PP, confirmándose, de esta manera,
las conclusiones de este análisis.