La mente es un término complejo, asimilable al cerebro
como forma material, en la que se incluyen las capacidades cognitivas, las
emociones, los sentimientos y las formas de comportamiento. Algunas de esas
capacidades son innatas, que van evolucionando biológicamente a lo largo de la
vida. Sin embargo, tanto las innatas como las adquiridas, en las que juega un
papel fundamental la voluntad y la inquietud, pueden incrementarse o variar a
la baja por causas de la enfermedad o de la edad. En lo sentimientos, las
emociones y en los comportamientos intervienen otros factores, a los que nos referiremos
más adelante.
El poder de la mente es tal que, a veces, nos tortura
y nos arrastra a estados no deseados que nos atormenta y nos genera
enfermedades derivadas o estados ajenos a lo netamente físico, dando lugar a
dolencias que se conocen como psicosomáticas. El dolor y el cansancio son dos
de ellas. Existe una expresión, entre otros campos en el de la psicología, denominada
“profecía autocumplida” según la cual, el mero hecho de pensar que algo puede
ocurrir, ocurre, por lo general, algo que nos daña debido, fundamentalmente, al
miedo.
El campo del estudio de la mente y su influencia en la
parte material es muy extenso. Sin embargo, a lo que nos queremos ceñir aquí es
al caso de la hipocondria y de las hipocondriacas e hipocondriacos, sin la
intención de llevar a cabo un exhaustivo análisis, sencillamente intentar
ayudar a quienes padecen este mal.
Ser hipocondriaco, como ser diabético (por ejemplo),
se es para toda la vida, lo que sí es posible es evitar el sufrimiento que esta
enfermedad produce. En todo ello está presente mi experiencia personal y mi
opinión sobre las asistencias a Psicólogos y Psiquiatras.
La hipocondría es una enfermedad mal tratada tanto por
la medicina como para el que la sufre. Por lo general, el paciente manifiesta irregularidades
funcionales o dolores, y se dedica a visitar especialistas que no remedian sus
males. Por ignorancia, o por miedo, no acude a quien de verdad puede orientarle.
La medicina suele tratar los trastornos físicos que el hipocondriaco manifiesta,
sin ir a la raíz del problema y sin dar solución por tratarse de un mal
emocional (psicológico) no orgánico. Lo que de verdad ocurre es que estos
trastornos de origen mental dan aparición a daños de carácter psicosomático
(síntomas físicos provocados por motivos psicológicos), que esos si son reales,
pero que no desaparecen mediante la medicina que los trata como un mal
orgánico. Los dos síntomas psicosomáticos más frecuentes, coco hemos señalado,
son el cansancio y el dolor. Un par de ejemplos pondrán luz a lo que hemos
dicho:
Primero. Un tipo de hipocondriaca o un hipocondriaco
está permanentemente pendiente de sus funciones o constantes vitales, con
alti-bajos. Se mide las pulsaciones con demasiada frecuencia. Si por cualquier
circunstancia él o ella piensa que son elevadas, comienza el sufrimiento y la
preocupación. Eso le obliga a repetir la medición y a desarrollar un estrés que
le impide que ese ritmo cardiaco baje. El deseo de que el mal desaparezca hace
que aumente. Cree que padece del corazón, que tiene un problema cardiaco y
acude al especialista. Este recurre a las pruebas habituales: hacer un electrocardiograma
y colocarle un Monitor Holter. El médico no encuentra mal orgánico, pero tiene
que dar una solución, que lo hace recetando un medicamento del tipo
Betabloqueante, pero eso no soluciona el origen del problema. Por lo general,
no suelen señalar que se trata de un problema mental (este ejemplo es de mi
cosecha).
Dice la doctora Suzanne O’ Sullivan, Neuróloga:
Lo que percibí es que en torno al setenta por ciento
de las personas que me transferían con ataques epilépticos mal controlados no
reaccionaban al tratamiento antiepiléptico porque no tenían epilepsia. Las
causas de sus convulsiones eran puramente psicológicas.
Y continúa en su libro “Todo está en tu cabeza”:
Hasta un tercio de los pacientes que acuden a una
clínica de neurología general presentan síntomas neurológicos inexplicables y,
en esas personas, suele sospecharse que el
origen es una causa emocional. Al paciente le resulta muy duro digerir
la noticia de que su enfermedad física podría tener una causa psicológica. Se
trata de un diagnóstico difícil de entender, por no hablar ya de asimilar. Por
otro lado, los médicos también pueden mostrarse reacios a emitirlo, en parte
por temor a enojar a sus pacientes y en parte por temor a que se les haya
pasado algo por alto. Por ende, los pacientes suelen encontrarse atrapados en
una zona entre los mundos de la medicina y la psiquiatría, y ninguna de las dos
comunidades asume la responsabilidad plena por ello. Quienes se enfrentan a un
diagnóstico de esta índole pueden buscar la opinión de médico tras médico con
la esperanza de encontrar una explicación distinta: una validación de su
sufrimiento.
La obtención reiterada de resultados normales en los
análisis los decepciona y, desesperados buscan otra respuesta.
Algunos se sienten arrinconados y forzados a aceptar el
papel de ser alguien no diagnosticado, alguien a quien no puede ayudarse,
porque cualquier opción se antoja mejor que la humillación de tener un
trastorno psicológico. La sociedad es sentenciosa con las enfermedades
psicológicas, y los pacientes lo saben.
Por lo general, la tristeza es una buena compañera de
viaje del hipocondriaco, a forma de círculo vicioso, su mal le genera tristeza
y la tristeza le impide sanar. La capacidad de adaptación permite al
hipocondriaco vivir con una cierta aparente normalidad, pero con sufrimiento, a
veces oculto, otras recurriendo a los médicos con frecuencia o una combinación
de ambos casos.
Si el hipocondriaco o hipocondriaca supera la presión
social y piensa que sus males nada tienen que ver con la locura, recurre a las
sesiones de psicología o de psiquiatría. La diferencia entre un caso o el otro
es que, los Psiquiatras, al ser médicos, pueden recetar medicamentos.
Las sesiones se traducen en conversaciones de unos 50
minutos cada cierto periodo de tiempo que acuerdan profesional y paciente. El
primero suelen tomar notas de lo que dice el otro, a veces suele hacer algunas
preguntas con el fin de reconducir la charla.
Desconozco los resultados sobre otros pacientes, pero
aquí tengo que expresar mi opinión sobre mi asistencia a ambos tipos de
consultas.
Lo mío, no es demasiado tiempo el que he asistido,
pero sí lo suficiente como para hacer una valoración de mi asistencia. Mi
valoración no es positiva, aunque últimamente, he experimentado una
trasformación en positivo, en varias dimensiones, a lo que volveremos más
adelante.
Las conversaciones mantenidas en las diferentes
sesiones han sido como las que pueden ser con cualquier persona cercana que se
preste a conversar sobre asuntos más o menos íntimos. Yo diría más, tal vez en
este caso el dialogo puede ser más constructivo si existe una amistad sincera, un
conocimiento previo y la libertad para charlar de distintos asuntos, porque, a
mi entender, no deben separarse las diferentes dimensiones que configuran el
ser de cada cual.
En el caso de la psiquiatría, entran en juego los
medicamentos cuya función es la de levantar el ánimo o, más aún, aliviar la
depresión, en el caso de estar deprimido, no necesariamente asociado a la
hipocondría. En mi caso, en particular, necesito que el profesional presente un
nivel intelectual, al menos como el mío, pero, en principio, es una persona
extraña para el paciente, no conoces nada de su vida, de sus relaciones, de su
ideario, de su situación económico, etc.
Según mi experiencia, la recuperación tiene una
componente personal básica. De cualquier forma, los terapeutas de ambas
especialidades comparten esta idea. Desgraciadamente no existe un recetario, un
protocolo, que te permita seguirlo y superar el problema. En el estado mental
de los ciudadanos influyen situaciones y elementos de carácter general que
tienen una importante repercusión en cada uno de ellos, a saber: El sistema
socioeconómico, la práctica religiosa, la forma política, las relaciones
sociales, el desarrollo intelectual y la situación económica personal. Nuestro
análisis se circunscribe a Estados como el nuestro. Se nos escapan países
lejanos y otras culturas, aunque, tal vez, las preocupaciones y el sufrimiento
tenga elementos en común con los pacientes de nuestro entorno.
Como hemos avanzado, se trata de evitar el sufrimiento
y vivir con la normalidad con la que vive la mayoría, en condiciones normales, aunque,
esporádicamente, nadie se libra de algún susto por el resultado de algún
diagnóstico, un mal resultado académico, etc.
Por lo tanto, en primer lugar, es de gran ayuda ser
consciente de que se es hipocondriaco, que los males son psicosomáticos. Para
lo cual es conveniente recurrir a la razón (desarrollo intelectual), apoyados
en la historia, observando que los temores no se materializan. Ejemplo, me temo
que tengo un cáncer, pero no se manifiesta. Esto no quiere decir que los
hipocondriacos estén libres de cualquier enfermedad real como todo ser viviente.
Todo esto requiere un notable desarrollo intelectual,
de manera que aquellas o aquellos más habituados a utilizar la mente, tienen
más facilidad para comenzar el proceso.
La medida más potente consiste en perder todos los
miedos. Aquí se trata, otra vez, de hacer un esfuerzo de voluntad y un ejercicio
intelectual.
La siguiente recomendación, es aconsejable tanto para
hipocondriacos como para toda la población. Se trata de desengancharse del
ideario impuesto por los diferentes poderes. Crear un ideario propio, teniendo
como referencia la integridad y la libertad. No cabe la menor duda, como hemos
señalado, que el Estado y el sistema influyen sobre la mente, si no te
proteges.
Una vez comprobado que las causas de los males que nos
aquejan no son de carácter orgánico, descartados por especialistas que no es un
cáncer, ni una dolencia cardiaca, ni un problema óseo, ni otra dolencia
orgánica, etc., concluiremos en que es una dolencia de tipo psicosomático.
El proceso de desconexión comienza porque el doliente se lo crea, que deje de estar pendiente de su organismo, deje de chequearse y de cambiar los pensamientos negativos por otros positivos. Siempre habrá oportunidades que te generen satisfacción. El proceso de salir de ese pozo de amargura no es fácil, es necesario un esfuerzo, pero a modo de círculo satisfactorio los avances ayudan a mejorar.
En una aproximación a mi perfil
A lo largo de un periodo de tiempo, tal vez desde el
comienzo de los últimos Gobiernos socialistas, incluidos los de Zapatero, he
pasado por un cambio de paradigma. Lo que era la creencia en una transformación
radical del sistema hacia la “arcadia”, se convierte en utopía. Pienso ahora
que la única manera de progreso es la reformista, paso a paso al estilo de la
“Ley del trinquete” enunciada por E. Wallerstein.
Este cambio, entre otras razones, ha influido en mi
estado mental y emocional, y cada día me levanto alegre con ánimo de celebrarlo
por el mero hecho de vivir, sin que sepa por qué, tal vez porque sea más
persona de lo que quieren que sea. Me salgo del engranaje social en el que
quieren que nos integremos sin fricciones, como dice E. Fromm. Lejos del poder,
de la ambición, de la sumisión, y desde la Razón, la igualdad y la justicia,
como sustrato o soporte, intento alcanzar la integridad y la libertad. Y
desde la Pérdida de miedos, la tolerancia con los demás, asumiendo las
contrariedades por las que he pasado y las que puedan venir (Ampliado en: “Recuerdos
de algunas batallas ganadas y de otras perdidas”), huir del ideario impuesto
por el sistema, tener mi ideario personal, desarrollar y gestionar mis propios
sentimientos y deseos, y ayudando a los demás en lo que esté a mi alcance,
intento alcanzar bienestar, equilibrio y serenidad.
Lejos de estereotipos, la manera de manifestarme se
materializa en comportamientos con el ánimo de lograr esa integridad, ese
bienestar y esa serenidad como metas.
De esta manera establezco la unión con el mundo. De
nuevo, volviendo a E. Fromm, el poder (el dominio), el deseo de poder
(ambición), la fama y la sumisión están llamados a la derrota en esa
posibilidad de integridad y de conexión con el resto de la humanidad y el medio
ambiente.