lunes, 13 de febrero de 2012

LA DIFICULTAD DE ASUMIR LA REALIDAD


Cuando escribo, me conformo con expresar con la mayor claridad posible lo que pienso, intentando transmitir algo de rebeldía y negándome a aceptar la calamidad que algunos se empeñan en plasmar día tras día, con lo que van creando una conciencia de aceptación del desastre. Pero ese intento mío tiene escasos resultados por aquello de que las sociedades están predispuestas a la aceptación de la desgracia, tal como hemos desarrollado en otras ocasiones. Los individuos, en actitud sumisa, se dejan llevar por el poder, otorgando, de forma gratuita, más credibilidad a quienes adoptan formas autoritarias que a quienes intentan aplicar unas políticas más sociales o, en general, a quienes intentan esclarecer la realidad y denunciar situaciones de injusticia y desigualdad. La tragedia para determinados grupos sociales que aspiran a otra forma de vida o se movilizan por un mundo más racional es que no les queda más remedio que sufrir las mismas presiones que al resto y convivir en las mismas circunstancias que esas grandes masas que se mueven al ritmo que les marcan aquéllos que tienen interés en que la vida discurra de esta manera, aunque nos arrastren hacia el abismo. La ignorancia materializada en grandes cifras, y no la libertad, es la que mantiene unas instituciones que actúan en contra de los intereses de las mayorías.
Quienes manejan los hilos, protegidos por otros poderes a cuyos agentes el sistema les concede privilegios, han perdido la cabeza. La codicia y el primitivo instinto de dominio son los ejes que marcan el ritmo desordenado de nuestras vidas. Resulta increíble para algunos que a estas alturas de la historia el trabajo de la mayoría, y su situación vital, dependa de esas dos lacras que hemos señalado, pero así es. Los empleadores solicitan fuerza de trabajo, como un tipo más de mercancía, sólo cuando lo necesitan, ejerciendo el dominio sobre otros seres, lo que pone en juego los aspectos psicológicos más deleznables. Resulta imposible convencer desde estas líneas que la necesidad de fuerza de trabajo es cada vez menor porque el capital amasado a lo largo de tantos años de explotación se mueve por otros circuitos donde la rentabilidad es superior. Me resulta imposible tan solo hacer reflexionar sobre el hundimiento del sistema clásico de explotación capitalista, es más fácil para el personal creer a los mentideros mediáticos y a sus peones cuando dicen que esto es una crisis con principio y final, mientras se toman tiempo alargando ese final sin que sean capaces de dar una solución porque con los parámetros en los que nos movemos es imposible superar esta situación. Los poderes otorgados a los Estados son incapaces de tomar cartas en el asunto y ejercer de manera autónoma para dar respuestas de progreso. El sangrante problema del desempleo sólo encontraría un camino viable si se interviniera la economía, comenzando por nacionalizar las entidades financieras, las comunicaciones, las energías, etc., gestionadas por poderes fuertes y verdaderamente dependientes de la ciudadanía. Justo el camino contrario por el que vamos.
Parece que los actuales grupos políticos, de uno u otro signo, son incapaces de llevarnos por el correcto camino. Por otro lado, ante el vendaval que nos azota, los individuos de esta sociedad se agarran a lo que tienen de la manera más insolidaria que hemos vivido en las últimas décadas, anteponiendo sus intereses personales a los de su clase como trabajadores, pero esto tiene sus riesgos porque nadie sabe qué pasará dentro de unos días o de unos meses con su situación laboral y, por lo tanto, con su vida familiar. La inestabilidad, la incertidumbre y el desasosiego están servidos.
Los abusos y los desmanes tienen un límite. Los que ejercen de manera abusiva, y sin control, esas miserias de codicia y dominio se realimentan en su acción porque comprueban que el pueblo aguanta carros y carretas, pero han de pensar (si es que son capaces) que el muro de contención puede reventar. Es Grecia el país con el que estos seres enfermos se están cebando ahora, y es Grecia quien ha comenzado a romper con ese movimiento no-violento que tan malos resultados les ha dado. La noche del día 12 veíamos en nuestros televisores edificios ardiendo, barricadas, miles de gentes en las calles, una explosión de rebeldía que esperamos pueda hacer doblegar a tanto abuso, a tanta ignominia. La noche del domingo frente al televisor muchos éramos Grecia. Por el camino que vamos, más tarde o más temprano, eso tendrá que ocurrir en los demás países amenazados, entre los que nos encontramos nosotros. Es imposible conciliar tanta riqueza con tanta miseria en un marco de desigualdad que crece sin freno. El hecho de no contar con organizaciones que canalicen la lucha por un mundo más racional, más justo y más humano provoca que la sociedad pase del autismo a la histeria colectiva con brotes de barbarie, una barbarie a todas luces justificada.
H. Ibsen tachó en su novela de enemigo del pueblo a un hombre justo que denunciaba la corrupción que se ejercía con el beneplácito de un pueblo agradecido por las migajas que caían de la mesa del poderoso. Los verdaderos enemigos del pueblo hoy juegan un papel opuesto, colaboran con el poder para que las sociedades de un sistema agotado caminen sin rumbo hacia el desastre. Forman parte de ese muro de contención al que hemos aludido a cambio de esas migajas que les convierten en una panda de individuos gandules y antirrevolucionarios. El mejor servicio que podrían prestar los actuales sindicatos y esos partidos de la pseudoizquierda es disolverse e integrarse en movimientos furtivos que pudieran fomentar el miedo entre tanto sinvergüenza, como ha ocurrido en otras ocasiones de la historia. Pienso que con las variables que hoy tenemos entremanos esta es la única salida, y Grecia puede convertirse en la punta de lanza.

miércoles, 1 de febrero de 2012

¿ES POSIBLE OTRO MODELO EDUCATIVO EN EL MARCO DE ESTE SISTEMA SOCIOECONÓMICO?


Ahora, con este nuevo gobierno del PP, se vuelve a jugar con los cambios en educación al estilo de siempre, es decir, dando palos de ciego, fruto de la ineptitud y de las ganas de seguir engañando a una sociedad débil.  Ahora, me parece adecuado plantear la siguiente reflexión, con resultado rotundo, como se podrá comprobar al hilo de la lectura.
Del texto: "En los límites de la irracionalidad" (Bubok,2010):
"Hace algún tiempo, tenía dudas sobre la posibilidad de coexistencia de un nuevo modelo educativo, que mejorara la actual situación, con el vigente sistema socioeconómico. Adelanto que después de un periodo de  observación, de reflexión y de análisis esas dudas se han disipado por completo.
En el marco de ese mar de dudas, comprobaba, y sigo comprobando ahora, que son evidentes las grandes contradicciones entre la actual forma de enseñanza y lo que el sistema solicita de la sociedad: “(…) el encorsetamiento del actual modelo no puede resistir por mucho más tiempo. La necesidad de formar a los ciudadanos para que intervengan en un mundo cada vez más complejo y sofisticado en cuanto a la producción, al consumo y a la interrelación social, la falta de interés del alumnado en un medio que cada vez les resulta más distante y extraño respecto del resto de sus actividades, el creciente desencanto y desmotivación del profesorado y el desencuentro entre las familias de los alumnos y los docentes ponen en evidencia las contradicciones del sistema. Por lo tanto, con la anuencia del actual sistema o en confrontación con él, será imprescindible, mejor antes que después, abordar nuevas formas y nuevas prácticas que permitan un mejor y más completo desarrollo intelectual. (…)”. En consecuencia, mi pronóstico se basaba en que la mejora de la práctica educativa se produciría por efecto de esas contradicciones, independientemente de otros factores: (…) “el cambio que se requiere solo podrá sobrevenir como consecuencia de las contradicciones que se generan en el propio sistema (…).  Sabiendo que: (…) en la actualidad el sistema potencia un modelo de corte netamente transmisivo del saber, siendo consciente de que pierde potencial humano e intelectual en la producción (…). Ya por último, en el capítulo de las posibles soluciones apuntaba que: (…) solo caben dos soluciones frente a la situación actual de la práctica educativa: o camina a este ritmo hasta su degeneración total (lo que no sería del todo malo desde una óptica de progreso)  o tiene que producirse algún cambio que permita su permanencia en el marco del actual sistema (…).  He aquí mi mayor error de entonces, pensar que puede haber cambios sustanciales o transformaciones importantes en educación en el marco del actual sistema. La esperanza de un cambio provocado desde dentro del sistema vendría a ser la consecuencia de la desesperanza de un cambio global, a medio y corto plazo,  del sistema socioeconómico, pensando, además, que una mejor manera de formar a hombres y mujeres pudiera ser la puerta a una nueva etapa que de manera progresiva influyera sobre las demás estructuras que mantienen con vida al sistema actual.
Ahora, con algún dato más, y un mayor tiempo de reflexión, me atrevo a decir con rotundidad que no son posibles cambios aislados de  cualquiera de las estructuras que sustentan al sistema, a saber: el modelo político, la función de los medios de comunicación (que hoy se emplean sólo para alienar) y el modelo educativo y cultural, así como la propia organización productiva y social. El cambio debe de ser global y simultaneo; en consecuencia, las propuestas de cambio real sólo tendrían verdadero significado y eficacia en el marco de un sistema distinto.
La historia y la propia experiencia avalan lo que digo, reformas y más reformas desde las administraciones no han variado en lo más mínimo la práctica docente. Con la LOGSE, ley de 1990, se hizo un intento para cambiar, al menos, la forma de presentar los procesos de aprendizaje. Después de un cierto periodo de confusión en las aulas, las aguas volvieron a su primitivo cauce, cauce primitivo, ineficaz, anquilosado y arcaico. El profesorado se ha erigido en un  “rodillo” que aplasta cualquier intento de mejora. Pero, ¿por qué ocurre esto?, ¿por qué todo este colectivo no se moviliza para adquirir una profesionalidad de la que carece?, ¿cuáles son las verdaderas razones?. El profesorado, como tantos otros colectivos, como la sociedad en su conjunto, está enajenado, conducido. En el terreno laboral, sus  “propios actos se convierten para él [para el(la) profesor(a)] en una fuerza extraña, situada sobre él y contra él, en vez de ser gobernada por él” (K. Marx, el Capital). Se trabaja al dictado, aplicando programas definidos por otros sin que él o ella intervengan, los órganos de control de las administraciones se encargan de presionar para que esto sea así, las editoriales hacen el resto. A ellos(as) les resulta cómodo seguir esta regla. Las consecuencias son evidentes, entran en clara contradicción, su trabajo se convierte en algo rutinario que les viene impuesto, pero esa extrañeza se les vuelve en contra generando una repulsión por el alumnado e, incluso, por la tarea en sí misma. Por otra parte, el alejamiento entre sus acciones y sus sentimientos, su energía particular y su personal aportación, provoca un evidente rechazo de una amplia mayoría de los receptores de un mensaje absurdo, frío e impersonal.
Por lo tanto, un colectivo enajenado de su propia función, de su trabajo, no puede influir de manera positiva para formar a los jóvenes y niños en libertad, no propician el desarrollo intelectual al que el género humano podría tener alcance. Su función, instrumentalizada por el poder, se convierte en una tarea de represión, angustia y reproductor de la enajenación en la que ellos están embebidos.
¿Por qué otros colectivos progresan en su trabajo, adaptándose al cambio tecnológico, y adquieren o desarrollan capacidades a lo largo de su vida laboral?, ¿cómo interviene el sistema para que la práctica educativa sea como es y se mantenga?. Como hemos apuntado, pocas personas escapan de las condiciones alienantes que el sistema impone, tanto en el terreno laboral como en lo cotidiano. Sin embargo, existe una nota diferencial entre ciertos grupos de profesionales y los profesores, de tal manera que esos grupos, como por ejemplo los ingenieros, los abogados, los arquitectos evolucionan y adquieren verdadera profesionalidad a lo largo de su actividad laboral aunque su trabajo y su energía vital esté al servicio del poder o condicionado por el dinero.
Es bien sabido que los profesionales de los niveles altos de cualificación proceden, por lo general, de las escuelas técnicas o de las facultades universitarias, es bien sabido que el paso por estos centros es un mal que irremediablemente hay que sufrir, pero que no forma en capacidades generales ni profesionales. La formación superior, como el resto de los niveles, forma parte de la absurda e ineficaz práctica educativa con el agravante de que ésta tiene una enorme influencia en las etapas más elementales.  
Quizás dando razones de cómo interviene el sistema en los colectivos docentes demos respuesta a las dos preguntas anteriores. Además de la enajenación general de la que escapan pocos en sociedades como la nuestra, el sistema se encarga de hacer de los docentes un colectivo inmovilista y falto de profesionalidad actuando de la siguiente forma:
  • “Desregula” la tarea de enseñar permitiendo ejercer como tal y legitimando a cualquiera que haya alcanzado un determinado nivel formativo. He ahí las múltiples academias y la infinidad de “profesores particulares”.
  • Las administraciones carecen de organismos que se encarguen del estudio de nuevas formas de aprendizaje. Se limitan a cambiar los programas y poco más, nunca entran en el fondo del asunto, ofreciendo nuevas formas, estrategias o  nuevos modelos de aprendizaje.
  • El acceso a la enseñanza pública es relativamente sencillo en todos los niveles.
  • Se legitima y valora en positivo la acción transmisora del saber.
  • La enseñanza es la salida laboral, casi exclusiva, de un gran número de carreras universitarias. Hay una selección natural de manera que la enseñanza es un refugio para quienes no pueden optar a otras tareas.
  • Por lo general, los docentes no conocen ningún otro tipo de trabajo, pasando directamente de la universidad, donde adquieren todos los vicios que arrastrarán toda su vida laboral, al aula como profesores.
  • El trabajo es individual y autónomo. No existen estructuras profesionales que permitan la organización y promoción profesional. Las únicas exigencias, tal como hemos señalado antes, son de carácter burocrático que nada tienen que ver con la labor técnica o la eficacia y aplicación en la neta tarea educativa.

Diremos, para consuelo de algunas(os) con talante más conservador, que muchos de los males que aquejan a los docentes son comunes a otros tantos colectivos integrados en las administraciones: jueces y fiscales, técnicos superiores de la administración, inspectores e interventores fiscales, etc. Merece una especial consideración lo que ellos mismos autodefinen como “clase política” en donde no existe ni la más elemental medida de la eficacia de su función. Donde lo único que se les exige es el “brazo de madera” para levantarlo a petición del jefe de grupo. En este caso, el sometimiento y la enajenación de su función vienen a ser compensadas con una vida cómoda y una situación de privilegio haciendo bueno el dicho de “dame pan y llámame tonto”.
  
Nota: Los párrafos en letra cursiva están extraídos de otros documentos anteriores del mismo autor:
  • “Un nuevo modelo educativo para la superación de un sistema socioeconómico en crisis” (enero 2008).
  • “Crítica a la actual  práctica docente y directrices para la elaboración de un nuevo modelo” (Cuadernos de Pedagogía, septiembre 2008)
  • “Hacia una verdadera tecnología educativa como herramienta para la transformación del actual modelo” (intervención en el ciclo Complejidad y modelo pedagógico).
  • “El desarrollo del proceso de aprendizaje en el aula: aplicación del diseño” (intervención en el ciclo Complejidad y modelo pedagógico)".