Nos
han acostumbrado a vivir en la ambigüedad. No quieren que nos comprometamos con
la verdad, que nos aproximemos, o, por lo menos, que descartemos lo absurdo o
la mentira. Todo hecho encierra objetivamente una verdad, pero en lugar
de descubrirla nos inhibimos y nos acogemos a la subjetividad. “Eso será para
ti yo creo otra cosa” (siempre con el uso del verbo creer). Es esta una
expresión habitual en cualquier tipo de conversación ante cualquier hecho,
acontecimiento o creencia de otros. Sin embargo, la mentira es una pura
invención de las personas. La mentira es una de las principales causas por las
que el progreso humano esté estancado. La mentira, con el tiempo, es cada vez más
usada y, lo peor, más asumida por los individuos. La mentira nubla la verdad
objetiva y potencia la duda y establece la ambigüedad como regla del juego,
hasta el punto de convertir la mentira en el instrumento manipulador del poder,
a sabiendas de que no es la verdad.
Primero.
Ejemplo de hecho vulgar y cotidiano: En cierto lugar, y cierto momento, un
conductor circulaba correctamente, conforme a las reglas de circulación, por
una rotonda de una carretera. De pronto, otro vehículo, de forma atropellada,
adelanta al primero por la derecha aprovechando el estrecho arcén de la vía, lo
que genera un encontronazo entre ambos. La verdad del hecho es que el
primero tenía razón, pero el segundo intenta culparle, diciendo que fue el
primero el que invadió el carril por el que circulaba. La vileza y la falta de
madurez intelectual da lugar a la aparición de la mentira, lo que hace
que nos movamos en la ambigüedad al relatar el hecho ante terceros. La
autentica verdad del hecho es la que es,
aunque el hecho podría haber sido otro, lo que la verdad habría sido otra, pero
siempre se correspondería con el hecho.
Segundo. Entraré en otro caso que más que un hecho concreto es un factor inmaterial que envuelve a enormes colectivos sociales de diferentes culturas, razas y zonas geográficas. Me refiero a la creencia de muchos en seres, para ellos, divinos e inmateriales. Es aquí donde la ambigüedad alcanza sus cotas más altas.
Me
refiero a lo que en nuestra zona se conoce como dios. El dios de las religiones
cristianas. Las personas de estas sociedades se dividen en creyentes y no
creyentes, aunque la vida de todos está marcada por la de los creyentes. Las
fiestas suelen ser celebraciones religiosas. Lo que se conoce como historia
comienza a partir de un hecho religioso proclamado por la iglesia católica. De esta manera se dice
para situar un hecho en el tiempo: antes de cristo (a de C) o después de cristo
(d de C). La contabilidad del tiempo se hace a partir del mismo hecho: 2023
ahora.
Sin
embargo, ese ser no existe. Es una creación de las personas. esa
creación, en manos del poder, da lugar a la ambigüedad más generalizada. De la
nada, como digo, surge una división entre creyentes y no creyentes. La
ambigüedad es tan extensa que aparecen nuevas figuras alejadas de la nitidez
conceptual. Así, por miedo o por ignorancia, aparece la figura de quienes se
manifiestan con el “algo hay” o “yo no creo en los curas, pero algo habrá”. Lo
de los curas es un negocio de enormes dimensiones que da lugar a un inmenso poder
en todo el planeta.
Nota.
Repasando
las miles de páginas escritas en estos últimos años, dedicadas en su mayoría al
análisis del sistema socioeconómico, encontramos títulos tan sugerentes, al menos para mí, como En los límites
de la irracionalidad, Reflexiones sobre la reflexión y el análisis, La
dificultad de asumir la realidad, La vida y la fatalidad, Crisis del
pensamiento, Miedo a asumir la realidad, Los aspectos psicológicos del poder, este
mismo de La ambigüedad y lo cierto, y otros tantos, que sobrepasan al
objetivo principal de mis análisis, y nos adentra en el campo de lo que
podríamos entender como filosófico, por lo que me he convertido en un aprendiz
de filósofo, con una diferencia: no busco el amor a la sabiduría, sino la
interpretación de los hechos y acontecimientos, aunque soy consciente de que
tiene la misma validez, es decir, en estos momentos ninguna. Pero, la verdad, ahora, es mejor hablar de filosofía que de política.