sábado, 26 de octubre de 2013

UN SISTEMA AGOTADO II (*) (La necesidad de un análisis en profundidad)


En estos tiempos de incertidumbre, en estos tiempos de empobrecimiento progresivo de la clase trabajadora, proliferan oportunistas y falsos profetas que hacen sus pronósticos sin ningún tipo de argumentos. Un oportunismo impúdico cuyo fin principal es la venta de libros o la aparición en los medios de comunicación, cobrando, para contarnos las calamidades que nos esperan detrás de la esquina, o las promesas de una pronta recuperación. Pero, como digo, sin argumentos o razones que den un mínimo de credibilidad a sus anuncios sobre el futuro. La improvisación y la superficialidad sustituyen al rigor y a la profundización en los hechos a través del análisis. Por otro lado, ninguno de ellos aporta soluciones válidas que puedan remediar ese negro futuro que algunos dibujan, o las bondades que otros prometen. Soluciones que pudieran ser posibles o imposibles, debido, en este último caso, a la deformación que la sociedad ha sufrido como consecuencia de una trayectoria de dominio de unos sobre otros, de poder concentrado en los que se han erigido en tiranos. En el mejor de los casos, sus exposiciones se limitan a manejar una serie de datos macroeconómicos relativos a la deuda, al número de parados, etc., siempre en el marco del actual sistema socioeconómico.
Hay opiniones banales e imprecisas para todos los gustos: “los pobres cada vez lo serán más sin esperanza de recuperación a largo plazo”, “la recuperación vendrá pero no se sabe cuando”, algunos se atreven, incluso, a dar alguna fecha. Los miembros de los gobiernos de turno dicen que esto ya está superado, pensando, únicamente, en las futuras convocatorias electorales. Pero, en cualquiera de los casos, la falta de razonamiento es notoria.
Todo se limita a comentar lo que se conoce como “crisis económica”, nadie de esos que aparecen con asiduidad en los medios nos dice que el actual sistema, el sistema capitalista que ha “funcionado” de tal manera durante 150 años, está agotado.

Hechos que demuestran que el sistema está agotado
 “Se ha roto su propia dinámica, los sectores productivos (pilar de la economía capitalista) ya no generan el enriquecimiento deseado, teniendo que recurrir a oscuras recetas tales como lo que se conoce ahora por economía financiera (eufemismo de economía especulativa), a la corrupción que se va instalando en los ámbitos de poder sin que nadie pueda remediarlo o a la evasión de capitales a paraísos fiscales para eludir tributar. Por otra parte, los mercados se saturan cada vez con mayor rapidez, teniendo que buscar otros basados en productos y servicios cada vez más superfluos. Y no sólo el sistema se agota por el debilitamiento de la acción productiva y por la aplicación de esas nefastas fórmulas emergentes de enriquecimiento, sino además: porque las instituciones políticas cada vez son menos creíbles; porque no se sabe que hacer con la educación; porque cada vez es más difícil encontrar nuevos opios para adormecer. A lo largo del declive, los artífices de este sistema han destruido todos los valores que en otros tiempos estaban vigentes; esos valores han sido sustituidos por contravalores que nos devuelven a la caverna, haciéndonos insensibles ante la injusticia y la desigualdad en el límite de la sinrazón.
Pero, sobre todo, la continuidad del sistema, tal cual, se hace insostenible por su necesidad de crecimiento permanente e ilimitado en un entorno natural limitado” (http://www.bubok.es/libros/193055/EN-LOS-LIMITES-DE-LA-IRRACIONALIDAD-analisis-del-actual-sistema-socioeconomico, pág. 29-30).
Sólo a partir de estos hechos (hechos indiscutibles) es posible inferir lo que puede ir sucediendo de manera progresiva, tomando como referencia lo que ya estamos observando respecto, por ejemplo, a lo que se conoce como “estado de bienestar” de las clases populares, centrado en el empleo estable, la sanidad y la enseñanza públicas y las coberturas sociales por desempleo o jubilación.

El origen del estado de bienestar, y las causas de su final
Ese estado de bienestar del que ha “gozado” una buena parte de la sociedad ha tenido lugar en el punto álgido de la actividad productiva, por el exceso de ganancia de la clase dominante, llevando a cabo una serie de concesiones que permitían mantener a los patronos la necesaria estabilidad para poder seguir enriqueciéndose, y, además, mejorar la formación y salvaguardar la salud de los trabajadores, tratándoles a estos como pura mercancía. No nos engañemos, el esfuerzo e, incluso, el sacrificio de los más luchadores han obtenido un rendimiento limitado, sin despreciar de forma rotunda su eficacia.
Ahora las rentas del capital se obtienen de diferente manera. Por un lado, las empresas que más dinero facturan en el mundo son las que guardan relación con las nuevas tecnologías: Microsoft, Google, Facebook, operadores de servicios telefónicos, etc. Estas no están necesitadas de grandes plantillas de empleados, y, además, los que allí trabajan suelen ser de alta cualificación. Por otro,  el dinero acumulado, como consecuencia de las ganancias de tiempos pasados, ha dado lugar a una economía del dinero, a una economía financiera o especulativa. Esto, junto a otros factores a los que hemos hecho alusión anteriormente, ha dado lugar a una drástica reducción de la fuerza del trabajo. Los capitalistas modernos facturan enormes masas de dinero con una reducida mano de obra. Además el mercado especulativo, basado en el simple movimiento del dinero, tampoco requiere de muchos empleados. Por si fuera poco, las grandes corporaciones de la actividad productiva han sustituido mano de obra por sistemas automáticos. En la cuneta quedan todas las medianas y pequeñas empresas-satélite de las grandes compañías. Por lo tanto, estos sectores, junto a la masa trabajadora por cuenta ajena son las víctimas de esta deriva del actual sistema, sin olvidar al pequeño comercio que merma sus ventas por la progresiva reducción del poder adquisitivo de una significativa parte de la sociedad.
Los Estados de occidente han adquirido un tamaño enorme como consecuencia del crecimiento económico de las últimas décadas. Los impuestos obtenidos de una clase trabajadora estable y bien remunerada permitían ampliar servicios y prestaciones a los más necesitados. Servicios como la sanidad y la enseñanza cuyo efecto tenía una proyección directa sobre quienes lo financiaban.
Ahora, cuando el sistema se va trasformando, y el capital no requiere apenas fuerza de trabajo, no es necesario mantener esos servicios porque a los poderosos no les importa la salud y la formación de amplios sectores que antes tenían fácil acceso a ellos.

Círculos viciosos en forma de contradicciones
Así, el círculo se cierra. La mano de obra deja de ser mercancía necesaria para enriquecerse, por lo que tampoco son necesarios esos servicios públicos que eran prestados a grandes capas sociales. De momento, el sistema aún necesita el complejo aparato político que le permita transitar hacia otra forma de organización social.
Nos encontramos pues en una etapa de transición, en un proceso en el que van quedando desprotegidos los económicamente más débiles, pero, como tal proceso, es difícil saber de antemano hasta donde llegará el tsunami.
De momento, aunque con ciertas limitaciones, algunos sectores sociales mantienen el poder adquisitivo que les permite seguir adelante. Los impuestos de los que aún tienen trabajo permiten mantener los servicios aunque en condiciones cada vez más precarias y, en algunos casos, en vías de privatización.
Los Estados se mantienen ahora artificialmente con un nivel de endeudamiento enorme y creciente. Una parte importante de esa economía del dinero se basa en la obtención de rentabilidad a través de la deuda pública. La deuda pública de los Estados está en manos de la propiedad privada. Curioso, la riqueza está en manos de unos cuantos, cuando los Estados se han empobrecido. Esta es una “burbuja” que va engrosando año tras año. Gran parte de los presupuestos generales se reserva para abonar los intereses de esa deuda. De momento los ricos se conforman con recibir los jugosos intereses, pero, ¿qué puede pasar si el nivel de endeudamiento llegue a ser tal que sea imposible recuperar el nominal? Esto es algo imprevisible. Son ahora los ciudadanos de a pie los que están sufriendo las consecuencias de ese desmedido endeudamiento con recortes e incremento de los impuestos para intentar frenar esa deuda. Pero aquí nos encontramos con otro círculo vicioso, o pescadilla que se muerde la cola. El paro creciente reduce los ingresos al Estado.  Por otro lado, los recortes y la subida de impuestos a la clase trabajadora reducen el consumo y, en consecuencia,  los ingresos del comercio. Por lo tanto,  la deuda pública, de momento, tiene que seguir creciendo.

La intención del poder, como se deduce de lo dicho, es desmostar el “estado de bienestar”. En ello están, como siervos útiles, los políticos que nos gobiernan. La reducción del endeudamiento vendrá dado, a medio o largo plazo,  si definitivamente acaban con los servicios públicos del Estado. De nuevo aparece otra contradicción: Si la deuda se frena, los ricos dejarán de ganar una parte importante de sus beneficios, lo que les obligará a buscar nuevos nichos para seguir en esa estúpida dinámica de acumulación. Pero si ya no necesitan la fuerza de trabajo, ni el consumo masivo para obtener ganancias, y la deuda pública se reduce: ¿qué les quedará para seguir enriqueciéndose? 
Por eso, ante tanta contradicción, ante esa irracional trayectoria, el futuro se presenta incierto. Nadie puede aventurar ahora en qué quedaré definitivamente esto a medio o largo plazo. Lo que debe quedar claro es que los hechos demuestran que se trata de un agotamiento progresivo del actual sistema socioeconómico, y no de una simple crisis económica. Frente a esta situación, no conviene despreciar reacciones de una parte de la ciudadanía que opten por revelarse ante tanto desatino. Lo que ocurre es que, hoy por hoy, no hay fuerza alguna que pueda canalizar la posible protesta, lo que nos deja con esa sensación de incertidumbre y desasosiego.
Por ahora, la sociedad en su conjunto es incapaz de reaccionar. Se dejan embaucar por políticos que atentan, incluso, contra sus propios intereses. Los programas basura de TV siguen acaparando índices de audiencia desproporcionados; con las retransmisiones deportivas (que también puede ser considerado TV basura) ocurre lo mismo. No somos capaces de frenar esta deriva, y los actos de protesta que se llevan a cabo no surten efecto alguno, no se consigue desviar el rumbo que marcan los peones del poder real. La mayoría social sigue imbuida y engañada por los artífices encargados de desmontar la organización social anterior. Siguen creyendo en una falsa democracia que sólo sirve para empobrecerles e, incluso, para destruirles. Como decía J. Saramago: “si el poder real es el poder económico, que hacemos hablando de democracia”.

domingo, 13 de octubre de 2013

SOBRE EL NIVEL INTELECTUAL DE LOS ESPAÑOLES

En estos últimos días, estamos sufriendo el bombardeo de los medios de comunicación por esa evaluación del nivel formativo de ciudadanas y ciudadanos de 23 países, en la que los españoles hemos quedado a la “altura del betún”. Sin la más elemental reflexión los informativos, y esos pseudotertulianos, se han limitado a dar la noticia, y a echar la culpa al empedrado: que si es culpa de las leyes anteriores, que si el rango de la muestra se extiende a un largo periodo que abarca tiempos de la dictadura, etc. etc.
El asunto no deja de ser una táctica más de distracción de las que se utilizan para embelesar, y evitar entrar en temas importantes que afectan a amplias capas sociales, como son el paro, la precariedad, la corrupción, las mentiras de los políticos y, entrando en asuntos algo más profundos, la supeditación de aquellos, de los políticos, a los dictados del poder real.
 La práctica educativa, encuadrada en el actual sistema, juega el papel que le corresponde, muy alejada del auténtico desarrollo integral de las personas. En algún momento pensé que la dinámica del propio sistema entraría en contradicción, y forzaría el cambio de lo educativo en beneficio de la producción y del consumo. Ahora, con algún dato más, y un mayor tiempo de reflexión, me atrevo a decir, con rotundidad, que no son posibles cambios aislados de cualquiera de las estructuras que sustentan al sistema, a saber: el modelo político, la función de los medios de comunicación (que hoy se emplean sólo para alienar) y el modelo educativo y cultural, así como la propia organización productiva y social. El cambio debe de ser global y simultaneo.
La historia, y la propia experiencia, avalan lo que digo. Reformas y más reformas desde las administraciones no han variado en lo más mínimo la práctica docente. Con la LOGSE, Ley de 1990, se hizo un intento para cambiar, al menos, la forma de presentar los procesos de aprendizaje. Después de un cierto periodo de confusión en las aulas, las aguas volvieron a su primitivo cauce, cauce primitivo, ineficaz, anquilosado y arcaico. El profesorado se ha erigido en un “rodillo” que aplasta cualquier intento de mejora. Pero, ¿por qué ocurre esto?, ¿por qué todo este colectivo no se moviliza para adquirir una profesionalidad de la que carece?, ¿cuáles son las verdaderas razones? El profesorado, como tantos otros colectivos, como la sociedad en su conjunto, está enajenado, conducido. En el terreno laboral, sus “propios actos se convierten para él [para el(la) profesor(a)] en una fuerza extraña, situada sobre él y contra él, en vez de ser gobernada por él” (K. Marx, el Capital). Se trabaja al dictado, aplicando programas definidos por otros sin que él o ella intervengan, los órganos de control de las administraciones se encargan de presionar para que esto sea así, las editoriales hacen el resto. (http://www.bubok.es/libros/193055/EN-LOS-LIMITES-DE-LA-IRRACIONALIDAD-analisis-del-actual-sistema-socioeconomico, pág. 136).
La sociedad, incluidos los “expertos”, entienden la educación como una simple transmisión de conocimientos, tal como escuchamos, hasta la saciedad, en los medios. El interés de algunos, y la ignorancia de otros, centran la instrucción en la adquisición desestructurada (y no constructiva) de contenidos, olvidándose o desconociendo que la auténtica formación debería centrarse en el desarrollo de capacidades intelectuales, cultivando tres dimensiones a saber: el razonamiento, la resolución de problemas (y no de ejercicios) y la creatividad.
 Esta deformación interesada de la enseñanza justifica estos resultados que se han obtenido. Pienso que esa demostrada ignorancia de los nuestros en ese estudio desborda fronteras, es decir, es extrapolable a  los demás países de nuestro entorno. La confección del ranking sólo responde a leves diferencias entre unos resultados y otros, origen del absurdo y desenfocado planteamiento de la prueba.
El diseño de un verdadero modelo educativo que permita la mejora de las capacidades innatas está por encima de las múltiples leyes que regulan la estructura educativa, a veces cargadas de ideología, como es el caso que nos ocupa ahora con el actual Gobierno conservador. Pero, tal como hemos señalado, es imposible llevarlo a cabo en el marco del actual sistema. Tiene más interés para el poder formar seres obedientes e ignorantes que necesiten ser guiados, aunque les lleven por un camino de autodestrucción, y pérdida de esas capacidades naturales que pidieran tener. “El sistema capitalista necesita personas que cooperen sin pensar, individuos que quieran ser mandados, hacer lo que se espera de ellos y adaptarse sin fricciones al mecanismo social” (Fromm, 1971).

A mi modo de ver, la verdadera evaluación del nivel intelectual de la ciudadanía de este mundo globalizado se puede llevar a cabo a través de los hechos y los comportamientos que observamos, y que no han sido mínimamente enmendados a lo largo del tiempo. Estos son algunos ejemplos:
  • La terrible pobreza en el mundo. Los fuertes desequilibrios entre unos países y otros, entre diferentes naciones, pueblos o razas. La desigualdad galopante entre habitantes de un mismo país.
  • La guerra como cobertura para la invasión imperialista con el consiguiente resultado de asesinatos indiscriminados de personas, que a veces se convierten en genocidios.
  • La permanencia de monarquías y su cohorte en lo que se supone son estados modernos.
  • Las grandes fortunas de magnates y mafiosos.
  • Asumir, sin vislumbrar alternativas, el sistema capitalista como única forma de producción y de organización social.
  • La creencia ciega en lo que se conoce como instituciones democráticas, de carácter netamente formal, incuestionables y ausentes de toda crítica.
  • La inamovible e ineficaz práctica educativa.
  • Ese desmedido afán de confundir lo deseable con lo posible.
  • La generalizada contradicción entre la paciencia (algunas veces) y la impaciencia (en otras).
  • Las desmedidas “retribuciones” de unas nuevas clases adineradas: gestores financieros, políticos, deportistas, actores y actrices, periodistas y “tertulianos”, cantantes, etc.
  • La aceptación incondicional de magias, religiones y/o sectas (incluida la católica).
  • La utilización fetichista y patriotera de signos y símbolos tales como himnos o banderas.
  • La afición y la pasión por los deportes, inducidas por los medios de comunicación.
  • La formas vigentes de administrar el ocio, condicionadas por los medios de comunicación, plasmadas en hechos tan aberrantes como las salidas masivas en fiestas, “puentes” y fines de semana, con el consiguiente sufrimiento que supone soportar los atascos de tráfico que se originan, así como asumir sin reflexión el riesgo de padecer accidentes mortales.
  • La degeneración de la juventud entregada a la bebida incontrolada, y a otros tipos de sustancias, como medio de evasión de un mundo que se les ofrece complicado. 

Nota añadida: Torpeza y maldad.
Existe una circunstancia que justifica el comportamiento de algunos seres, y que se convierte en un “cáncer” social. Esa circunstancia se concreta en la confluencia de la torpeza con la maldad. La unión de ambas la estamos observando, por ejemplo, en nuestros días en nuestro país. Los torpes gobernantes actuales son malos, son malvados. Están castigando con dureza a las capas sociales más desposeídas, más humildes. Con su torpeza es posible que nos arrastren a situaciones irreversibles de las que ellos mismos pudieran lamentarse.