martes, 19 de marzo de 2013

MIEDO A ASUMIR LA REALIDAD




Uno de los sentimientos más a flor de piel de los individuos que formamos parte de esta especie nuestra es la inquietud por el devenir del presente, por lo que pueda suceder, sobre todo, en el corto plazo. Ese desasosiego se agudiza, como es natural, en tiempos de inestabilidad, de confusión, de tumulto, como los que vivimos. El pesimismo histórico, fruto de la errática trayectoria de lo que conocemos como humanidad, se suma a los acontecimientos de última hora. Una sucesión de hechos encadenados que dejan una impronta de cambiante perplejidad  porque son los medios de comunicación, en aras del más puro sensacionalismo, los que determinan lo que existe y lo que fenece.
Quienes intentamos poner algo de luz, y combatir la manipulación y la mentira, abordamos el análisis y la denuncia desde todos los ángulos posibles, procurando acercarnos lo mejor que podemos a la realidad que vivimos, y a sus causas. Pero, tal vez, ese esfuerzo no permita nunca hacer ese diagnóstico preciso que el autor desearía. Quizás ocurra como en matemáticas con el asunto de las asíntotas: la función sólo se une con la asíntota en el infinito. Es difícil dibujar con precisión el panorama actual, describir el proceso por el que hemos llegado hasta aquí o descubrir la causa última que ha dado lugar a los desatinos que ahora nos acosan. Aunque se profundice en todos esos factores, e, incluso, se llegue a un pronóstico, siempre quedará la duda de si hemos acertado. Para darle seriedad al análisis es conveniente huir de la simple opinión, y trabajar con un soporte científico más riguroso.
Todo este preámbulo viene a cuento para justificar un nuevo intento por aclarar los hechos que vivimos cada día, siendo conscientes de que los acontecimientos están inmersos en  un proceso dinámico que nos va alejando cada vez más de la razón. A pesar de ese deseo por conocer lo que puede suceder, al que hacemos referencia en las primeras líneas, el miedo y la fragilidad nos impiden ver la vida con la cruda realidad que se nos presenta. En otros casos, los que dominan, utilizan el engaño  y la manipulación para ocultarla.
Desde el rigor, el diagnóstico no puede ser otro distinto a aquel que nos muestra que nos encontramos en los estertores de una forma de vida que, con sus más y sus menos,  ha funcionado durante un largo periodo de tiempo. Los que nos mienten nos dicen que esto es una “crisis económica” pasajera, que, como en otras ocasiones, se superará, aunque no dicen cómo, ni cuándo.
El estudio de la causa última por la que hemos  llegado hasta aquí o el del papel de los políticos y de los medios de comunicación los dejamos ahora al margen, aunque no cabe la menor duda de que todas estas dimensiones están entrelazadas y determinan el asunto que queremos abordar a continuación, que no  es otro que el motivo principal por el cual el sistema se agota.

El funcionamiento del sistema capitalista no es como, de una manera edulcorada, nos lo han “vendido”: unos benefactores (los patronos) que generosamente arriesgan  su dinero para dar trabajo a las mayorías. Aún asumiendo este elemental esquema, es irracional que el trabajo y las condiciones de vida de la población dependa del capricho de unos señores que quieran iniciar un negocio. Pero eso no es así. El motivo por el cual los patronos inician sus negocios es el de multiplicar su capital. Para ello es necesario contratar mano de obra, como una mercancía más, para obtener beneficios de la manera más rápida y más eficaz.
Lo que ocurre ahora, en estos años, es que se han descubierto nuevas fórmulas sin necesidad de esa fuerza de trabajo para multiplicar esas inmensas masas de dinero que se han ido generando a lo largo de tantos años, como resultado de la explotación de los trabajadores. El proceso de acumulación ha sido exponencial en el tiempo. Primero, la capitalización mediante la plusvalía durante un largo periodo; luego mediante la incorporación de la clase trabajadora al consumo; más tarde, a través del endeudamiento masivo. Acabada esta fase es cuando se anuncia la “crisis”. Se anuncia en ese momento porque no es fácil encontrar nuevas vías de enriquecimiento. A pesar de la dificultad, se intenta exprimir al máximo las posibilidades de seguir acumulando dinero. La corrupción se potencia hasta el extremo, y nuevas formas de arrebatar a los pobres para dárselo a los ricos aparecen en escena: los desahucios sin condonar la deuda contraída, la estafa de las participaciones preferentes, las privatizaciones, las subidas de impuestos y los recortes en detrimento de la calidad de los servicios. Lo último que acabamos de conocer es el robo (lo llaman “quita”, que para el caso es lo mismo) de un porcentaje de los ahorros de los habitantes de Chipre para que sus bancos puedan pagar las deudas contraídas con los otros bancos extranjeros, fundamentalmente los alemanes. Como ya estamos escuchando, es posible que este pequeño país se haya convertido en conejillo de indias para aplicar la nefasta fórmula a otros Estados, entre los que se encuentra el nuestro.
Pero estos actos de rapiña son una muestra inequívoca del final de una etapa. El sistema capitalista se agota porque se acaban las artimañas para seguir obteniendo beneficios de una manera estable.
El medio plazo no se presenta muy alentador. Todo lo contrario. La progresiva reducción de mano de obra, con alarmantes cifras de desempleo de la juventud, no garantiza la permanencia de las pensiones de jubilados y de desempleados a corto plazo, y hace inviable el cobro para aquellos que ahora tienen menos de 50 años. El retorno al volumen de la actividad productiva de años atrás en occidente, con una ocupación masiva, no parece probable. Aunque, si eso fuera cierto, recuperar la actividad productiva basada en el derroche energético, nos encontraríamos con un problema de enorme envergadura como consecuencia del agotamiento de los recursos fósiles, problema que ya estamos sufriendo en occidente y, sobre todo, en esos países llamados emergentes que basan su crecimiento en modelos al estilo del capitalismo clásico.  
Huelga recurrir a recetas fáciles o a soluciones imposibles por muy complacientes que pudieran ofrecerse.  No es buena cosa mentir a los demás  o engañarnos a nosotros mismos. Los movimientos sociales están demostrando su ineficacia como alternativa para el cambio. Un modelo vital en el que se pudiera avanzar hacia la igualdad y el respeto al medio ambiente no va más allá del mero pensamiento de una minoría social. Sólo nos  queda seguir refugiados en nuestro entorno más íntimo, confiando en que el tsunami llegue lo más tarde posible.
Quiero terminar con un párrafo de uno de mis trabajos, que he revisado recientemente, y que encaja a la perfección aquí.
. “Todo esto que hemos descrito con brevedad es lo que nos hace ver un futuro más oscuro, menos prometedor. Un futuro que no beneficiará a nadie. De esto deberían darse cuenta los que más tienen y los políticos que les sirven. Un giro en la actual trayectoria parece que no encaja en la aún limitada capacidad intelectual de esta nuestra especie. Los rasgos dominantes subyacen en los que nos controlan, nos mandan y se enriquecen a costa de los demás. Los demás, las mayorías, somos incapaces de vencerles”. (http://www.bubok.es/libros/193055/EN-LOS-LIMITES-DE-LA-IRRACIONALIDAD-analisis-del-actual-sistema-socioeconomico, página 204).