jueves, 12 de noviembre de 2015

LA BÚSQUEDA DEL CENTRO POLÍTICO COMO ESTRATEGIA

El centro político no existe
Ahora, en vísperas de elecciones, las diferentes fuerzas políticas, con posibilidades de gobierno, se afanan para contarnos que son ellos los que ocupan el centro, con el ánimo de hacerse más creíbles para intentar atraer el mayor número posible de votos. Curiosamente ninguna de las formaciones se presentan, nítidamente, como de derechas o como de izquierdas. Se huye del término derecha, a secas, por su identificación con el sector social más poderoso, pero menos numeroso. Y, desde que se instauró el sufragio universal,  es necesario llegar a todas las capas de la población, bien entendido por todos que existen más pobre que ricos. Los que incluyen el vocablo izquierda lo hacen debido al prejuicio favorable que le conceden amplios sectores de la ciudadanía. Sin embargo, denominarse de izquierdas sin otro añadido puede asustar e impedir que un buen número de votantes se desplacen a otras formaciones de “ideario” menos “agresivo”. En Europa y, particularmente, en España las grandes formaciones políticas, y algunos otros socios, se presentan con los nombres, tan “light” como tramposos, de centro derecha y de centro izquierda, creando una división irreal y alejada  de la clásica  fractura entre izquierda y derecha.  Hemos de señalar que entre izquierda y derecha, admitida la división heredada de la Revolución Francesa, solamente existe una línea divisoria en la que no es posible ubicarse ni física ni ideológicamente. Ahora, una nueva formación, Ciudadanos, se autoubica en el centro-centro. Huelga insistir en que aquellas formaciones que se encuadran  en cualquiera de las anteriores expresiones que incluyen el centro como estrategia  están falseando la realidad por una simple cuestión de mercadeo.   

Izquierda-derecha parlamentaria como falacia de un antagonismo
Por ser términos de uso cotidiano, estamos utilizando los vocablos izquierda y derecha para distinguir a unas tendencias ideológicas de otras, pero es conveniente abordar esta cuestión de orden nominal para poder entender las diferencias entre unas y otras posiciones. Es necesario, desde este momento, preguntarse: ¿es apropiado seguir hablando en la actualidad de izquierda y derecha como verdaderas propuestas políticas opuestas en sus principios y en su desarrollo político?, ¿no sería conveniente utilizar otro binomio más clarificador, dada la mala utilización y el abuso de los citados términos? De no ser así, sería necesario recuperar el verdadero significado de la palabra izquierdas para ubicar en ella a las fuerzas antisistema, y situar en la derecha a todos aquellos partidos, integrados en el sistema irracional y clasista, que participan en este juego y defienden los intereses de la clase dominante.
 En algún tiempo, entre la espacialización, las ideas y la terminología política existía un evidente y correcto acomodo, clasificándose todas estas dimensiones en expresiones diferenciales, simétricas y antagónicas: izquierda y derecha. A raíz de las revoluciones de finales del siglo XVIII, la izquierda  real, representada o no por formaciones políticas, se ha caracterizado por la lucha para intentar conseguir cambios, y la derecha por conservar el estado de cosas existentes. Por esta razón, esa izquierda -no representada, actualmente, por ninguno de los grupos políticos- ha sido siempre (y deberá seguir siendo para mantener el epíteto de real) revolucionaria, y la derecha contrarrevolucionaria por su oposición a profundas transformaciones económicas y sociales. La principal misión de la izquierda, en esta época, debería de ser la  “superación  del capitalismo y el avance hacia una sociedad sin explotación y sin alienación, hacia un socialismo concebido como la plena realización de los derechos humanos y la profundización de la democracia”, como promulgaba IU en sus estatutos, aunque luego no lo lleve a cabo a través de su acción política.
Es claro y manifiesto que, a pesar de sus enunciados ideológicos, hoy día tanto la izquierda como la derecha parlamentarias forman parte de una misma estrategia conservadora ya que admiten el mismo modelo económico y la misma forma social (o antisocial) establecida en clases  de ricos y pobres.  Es evidente que la práctica política ha vaciado de contenido el término “izquierdas”, engañando al electorado que, por simplificación, ingenuidad o ignorancia, siguen fieles a ese aparente dual esquema de izquierda-derecha. Desgraciadamente ni el PSOE, ni IU, fuerzas políticas que operan en el estado español, pueden ser calificadas de izquierdistas, en el sentido auténtico y genuino de la expresión, entrando en flagrante contradicción  su autoubicación y sus propuestas con sus actuaciones. Lo mismo ocurre con los partidos  parlamentarios análogos del resto de los países de nuestro entorno. No cabe duda de que cuando utilicemos el término izquierda lo deberíamos hacer con absoluta propiedad, y con él hacer referencia a una fuerza o a un conjunto de fuerzas trasformadoras y revolucionarias cuya estrategia fuera el derrocamiento del vigente sistema, en el marco de un modelo democrático que poco tiene que ver con el actual. En consecuencia, y para mayor claridad, deberíamos empezar a utilizar el binomio prosistema-antisistema para diferenciar las ideologías y para encuadrar a las diferentes formaciones políticas.

Podemos, nuevo grupo político, no se define ni de izquierdas, ni de derechas. Surgió como una opción trasformadora (antisistema) antes de emprender el camino electoral. Ahora se comporta como uno más de los partidos que participan de este juego, con sus contradicciones internas, y con los ataques externos por la incertidumbre que aún despierta entre los detentores del poder real.