martes, 21 de mayo de 2019

CARLOS VALERO GIL: MÉDICO


El sábado 18 de mayo pusimos a una calle de Villaviciosa de Odón el nombre de mi médico y amigo Carlos Valero Gil. Médico de varias generaciones durante unos 40 años de ejercicio. Ha sido el pediatra de mis hijas y de mis nietos. Pero, por encima de todo, ha sido mi amigo, una amistad limpia y profunda. Nunca tomamos ni un café ni una cerveza en bares, pero siempre estábamos dispuestos a comentar cualquier tema y, sobre todo, a escucharnos. Confesaré aquí un secreto: cuando era necesario, él asistía a mi casa cuando alguien estaba indispuesta y no podía asistir a la consulta. Algo a lo que no le obligaba su tarea.
Una calle pequeña, estrecha, pero su nombre en ambas esquinas la engrandecerá. A partir de ahora me haré más presente en ese lugar y miraré la placa en la que figura su nombre, una mirada que me hará recordar tantos momentos, tanto tiempo en el que coincidíamos sobre todo en su consulta, en la que me dada soluciones a mis males, pero donde la conversación en esa estancia transcendía lo puramente sanitario.
Compartimos, además, eso que se conoce como una larga enfermedad. La aparición, casi a la vez, de un cáncer. Comentábamos los tratamientos de cada uno, la evolución. El teléfono móvil jugó entonces un importante papel para comunicarnos. A veces él ingresado, otras veces yo. Los encuentros fortuitos en el “híper” eran la sala de espera donde nos contábamos nuestro estado. Las últimas informaciones las recibí de Angelines, su compañera. Él estaba hospitalizado por un tiempo demasiado prolongado.
El día 22 de diciembre, cuando la mayoría de los españoles estaban pegados a la radio o la TV para ver si la diosa fortuna  se acordaba de ellos, recibí un “WhatsApp” en el que su familia me decía que Carlos se encontraba en el Tanatorio de Alcorcón. Aunque ya nos temíamos un trágico desenlace, la desesperación se apoderó de mí y, desde entonces, como dijo el poeta alicantino, “siento más su muerte que mi vida”.
Carlos era en el buen sentido de la palabra bueno, como decía A. Machado. Discreto, modesto y entregado a su tarea. No he oído nunca una crítica, por el contrario todo han sido elogios, incluso en vida, lo que tiene de verdad mérito. De una forma natural escuchaba a sus pacientes, pero, además, se formaba para adentrarse en la psicología y el trato humano. No le importaba ampliar su horario y atender a todos lo que asistían a la consulta, fuera la hora que fuera. Algún día le decía; “Carlos que ya son las nueve de la noche y tienes aún un par de personas en la sala de espera”. Con esa tranquilidad que le caracterizaba, asentía y me respondía algo así como “qué le vamos a hacer, hay que hacer el trabajo”.
Un hombre paciente y, como digo, entregado, por lo que tiene más que merecido su presencia en esa pequeña calle, próxima al lugar donde comenzó su trabajo.

Hoy he abierto el buzón de correos y he cogido una revista de ámbito local en la que aparece una relación de personas premiadas, sin que se mencionen los méritos de cada cual. Tengo que decir que, a pesar de llevar en este municipio 40 años, y de haber tenido cierta actividad política y social, no conozco a la mayoría de los premiados e, incluso, a los que otorgan los premios. Mi sorpresa inicial se convirtió, posteriormente, en indignación al observar que no se encuentra en esa relación Carlos Valero Gil, al que, por otra parte, se le ha considerado digno de poner su nombre a una calle. ¿Ignorancia, descuido, indiferencia, desprecio, falta de consideración…? En cualquier caso, un error imperdonable, lo que descalifica a esta publicación, y le resta el rigor y la objetividad que se le pide a un medio de comunicación. 

domingo, 5 de mayo de 2019

DESPUÉS DEL 28A


Quiero comenzar haciendo autocrítica porque en el apunte del día 16 de abril, y la nota del 18, en mi Blog, me he equivocado al señalar que la abstención sería elevada, pero ese sector al que yo denomino abstención activa ha actuado ante la amenaza, supongo, de la unión de los tres grupos: PP, C’s y Vox. Una abstención de las más bajas de este periodo “democrático”.
Como señalé en el escrito del día 5 de abril, me arrepiento de haber tachado de “masa” (el 12 de marzo) a quienes pudieran cambiar la correlación de lo que se conoce como derecha-izquierda, sobre todo cuando pienso que ha sido esa abstención activa la que se ha movilizado, votando a la izquierda, grupo en el que me incluido yo mismo.
En ese escrito de mi Blog del 12 de marzo, establecía todas las combinaciones posibles después del escrutinio, señalando que el voto nacionalista (Cataluña, País Vasco), con esos veintitantos escaños, sería decisivo. Afortunadamente, la suma del conocido como “trifachito” no supera la mayoría, lo que impedirá que formen Gobierno.
Por lo tanto, en lo que vulgarmente se denomina izquierda hay una moderada satisfacción, a la espera de que se constituya un Gobierno de carácter progresista, dentro de lo que cabe. Pero, después de este relativo “éxito”, llega el momento de valorar la repercusión real que esta situación política tiene sobre la clase trabajadora.
Las artimañas del poder real han logrado que los trabajadores hayan perdido su identidad como clase, haciéndoles creer que este tipo de democracia sea la mejor forma de convivencia, en la que, de una u otra manera, se alternan dos organizaciones políticas o, como últimamente, dos agrupaciones que siguen respondiendo a izquierdas y derechas.
Una manera de convivencia, esta, basada en la desigualdad. Un modelo en putrefacción, pero que se ha hecho endémico sin que se vislumbre alternativa. Un modelo creado por el sistema capitalista con el fin de proteger la riqueza de una minoría.
La aceptación del modelo y la creencia de que alguna de las opciones políticas al uso puede cambiar las diferencias entre ricos y pobres, evita que se entable una verdadera lucha por la igualdad.
Siento finalizar con una conclusión poco halagüeña, pero, una vez pasada la jornada electoral, y superado el temor a que la ultraderecha pueda influir en las tareas de gobierno, volvemos a pisar el terreno, reconociendo que, en lo básico, todo seguirá igual.
La sociedad, en su mayoría, asume la desigualdad y el modelo político. La codicia se ajusta, como siempre, a la regla de que el afán de enriquecimiento es proporcional a la riqueza de cada cual: quien más tiene, más quiere. Seguirán los paraísos fiscales en los que se almacena dinero improductivo. El poder real ha conseguido la anulación del pensamiento propio, de la rebeldía y de la voluntad. El adoctrinamiento continuado ha conseguido que hagamos lo que otros quieren que hagamos.
La transformación de un sistema, que se ha implantado a nivel planetario, requiere actuaciones que van más allá de unas simples victorias electorales. El sistema, con esa útil capacidad de adaptación se ha convertido en un monstruo que ya funciona de manera autónoma, que, a estas alturas, sólo requiere que se le alimente con un bajo coste por parte de las minorías privilegiadas.