jueves, 23 de abril de 2020

COVID-19 Y OTRAS CRISIS


Para evitar interpretaciones erróneas, quiero señalar de antemano que, tanto aquí como en el escrito anterior del Blog, la intención no es criticar al actual Gobierno. Tampoco se trata de alinearme con las medidas que está tomando porque, como diré a continuación, hay confusión en algunos asuntos.

Un Gobierno aturdido, como yo, aunque está dando la cara permanentemente en un contexto político nefasto. El problema, si lo aceptamos tal como nos lo presentan, desborda la pelea política nacional y nacionalista. Sin embargo, los partidos de la oposición aprovechan la ocasión para, torpemente, triturar al Gobierno, mostrando la cara más reaccionaria e irresponsable. Las declaraciones de algunos de sus dirigentes rezuman fascismo, lo que a ciertos sectores sociales nos producen escalofríos. Todo ello acompañado de ignorancia y necedad. Cuando alguien tiene estos comportamientos es porque responden a ese perfil de reaccionario, fascista e irresponsable -tal vez- por esa ignorancia y esa necedad.

Imprecisiones
Asistimos aquí, como en el resto del planeta, a una situación excepcional que la mayoría de los seres vivientes no hemos conocido jamás. Se han dictado normas y se dan instrucciones e, incluso, se utilizan medidas represivas para obligar a su cumplimiento. Sin embargo, existen imprecisiones e incongruencias, tal vez por lo novedoso del caso.

Con respecto a las mascarillas existe una gran confusión en su uso. A pesar de que los expertos señalan que su empleo es para proteger a los demás, el ciudadano se la coloca para protegerse él. Aquí el miedo juega un importante papel. Las informaciones de los medios de comunicación abundan en esa confusión. Por otro lado, hay un embrollo en cuanto a la variedad y a la de su eficacia y tiempos de vigencia de cada modelo. Con los guantes ocurre algo similar, aunque de nuevo los expertos niegan su eficacia como barrera de protección.

En cuanto al confinamiento el asunto es más complejo. Medidas demasiado rígidas para salir de casa, aunque vivas en una zona despoblada. Lo lógico es regularlo en función de la densidad de población y del sentido común. Sin embargo, quedan fisuras que desvirtúan la instrucción general. Se puede salir a comprar víveres, se puede acceder a las farmacias, asistencia a mayores, se puede sacar a las mascotas. ¿Quién puede limitar este tipo de salidas? Tal vez recurrir a la responsabilidad de cada cual,  teniendo en cuenta el estado mental de las mayorías ciudadanas, sea una irresponsabilidad.
Ahora van a poder salir, con ciertos límites, los menores acompañados, pero esto puede dar lugar a un desorden en el que se conjugue el miedo con la irresponsabilidad y la picaresca.

TV basura. Manipulación y engaño
El confinamiento favorece estar pegado a los aparatos de televisión. Una adicción que viene de tiempos anteriores, aunque los individuos no quieren reconocer que ven en exceso las diferentes cadenas. Hace algún tiempo, un amigo mío, en un encuentro casual, me contó sus actividades, ahora en época de jubilación. Es ingeniero y ha sido catedrático en su vida laboral. Me dijo que veía demasiado tiempo la televisión. Su valentía no es habitual. La gente no quiere reconocer la realidad. Claro, no es lo mismo la influencia que ejerce este medio en unos casos que en otros.

La televisión, ya lo he dicho en variadas ocasiones, en un potente instrumento de manipulación y engaño. Hace algún tiempo limitábamos la expresión de TV basura a los canales de Mediaset, en particular a ciertos programas de Telecinco. Ahora, sin reparos, podemos decir que toda la televisión, pública o privada es Basura. Se salva algún programa de la 2 de TVE, aunque esto se haya convertido en un tópico.
En esa tendencia a tomar una posición, o la contraria (el enfrentamiento futbolero es el patrón), la gente clasifica las cadenas, de una manera burda, en izquierdas o derechas. Más concretamente, los opositores al progreso y la igualdad y de débil capacidad mental, dicen que La Sexta, por ejemplo, es de izquierdas. Craso error, ese canal, como Antena 3, es decir, A3media es del grupo Planeta, rojos de toda la vida. La Sexta es tan manipuladora como las demás, o peor. Algunos programas, bajo una piel de cordero encierran un gigantesco coronavirus (los lobos son tan nobles como los corderos). El Intermedio es un caso concreto. Su presentador no oculta que es millonario, y los millonarios defienden los intereses de los su casta.

Los que aparecen en pantalla (presentadores, colaboradores, tertulianos) se convierten en protagonistas, y se incorporan a los sectores mejor remunerados. Ello se debe a la función que desempeñan. Cuanto más vulgar y chabacano mejor para la cadena, y mejor remunerados ellos, conforme a la Ley de la Instrumentalización (*). Para las tertulias, deben hacer un casting para elegir a los de nivel intelectual más bajo. Unos con talante reaccionario y un grado de brutalidad superior. Su voz unos tonos más altos que el de la otra parte. Los otros, tímidos, sumisos y temerosos. Estos pierden siempre. Total, un grupito que transita de cadena en cadena, haciendo caja.

Otras crisis
En consecuencia, además de la crisis sanitaria, que deseamos que sea temporal,  contamos con otras, y sus efectos, más duraderas: la política, la social y, en suma, la intelectual y la psicológica, así como la proyección de ambas sobre lo social o, lo que es lo mismo, sobre las relaciones humanas. Crisis que condicionan los comportamientos de nuestros conciudadanos, que permiten que los poderes manipulen a su antojo a las masas mediante los potentes instrumentos que ellos mismos controlan, que posibilitan que se asuman una serie de contravalores impuestos y que impiden, en suma, el progreso y el desarrollo hacia estadios superiores del pensamiento y de las relaciones sociales.
Quizás, la del Covid 19, y las que posiblemente vengan, tenga que ver con las otras crisis.

En una entrevista concedida recientemente a un periódico de ámbito nacional, Alain Touraine dice que, en política, no hay nada ni por arriba, ni por abajo. Se sorprende por la falta de liderazgo del Presidente de EEUU y señala que en Europa “hoy no hay nada”.
¿Y por abajo?, le preguntan. “No existe un movimiento populista, lo que hay es un derrumbe de lo que, en la sociedad industrial, creaba un sentido: el movimiento obrero. Es decir, hoy no hay ni actores sociales, ni políticos, ni mundiales ni nacionales ni de clase”, responde.
Unos políticos de baja talla y una sociedad asustada y sumisa, dispuesta a obedecer y hacer lo que se les manda a sus individuos. Estos son los mimbres de sociedades en decadencia.

Crisis intelectual
Decimos que existe una crisis intelectual y, además, que ha sido una constante a lo largo de la historia porque, entre otras razones, habiéndose dado condiciones extremas de explotación, las sociedades no han sido capaces de dar un paso definitivo para transformar el actual sistema, para pasar de los intereses espontáneos inmediatos, conquistados, a veces, a través de la lucha, a los intereses de clase. Tal vez sea esa la causa última por la cual las transformaciones anunciadas o esperadas en los últimos 150 años no se hayan producido. Quizás, desde un punto de vista netamente biológico, el nivel intelectual medio de nuestra especie, en contra de esa racionalidad que se nos supone, no sea aún suficiente para entender lo que acontece y para superar situaciones de explotación y sometimiento, o para luchar por el logro de cotas de progreso y de igualdad.
Pero lo que también es cierto es que en la actualidad hay un enorme desequilibrio intelectual y moral entre unas minorías y las grandes masas, que la clase dominante cuenta con ello y que a lo largo del tiempo ha impedido, con todos los medios a su alcance, la superación del estado de inferioridad racional de esas mayorías y ha potenciado la desigualdad, la venganza, la guerra, la envidia, la insolidaridad, la ambición, el miedo, bien asumidos por una población vacía ahora de contenido mental y moral, y receptiva a cualquier incentivo que le permita distraerse de sus angustias y de su cruda y triste realidad. La existencia de esas minorías pensantes, exentas de la influencia maligna de los que controlan el sistema, es lo que nos da ánimos para creer que antes o después la mayor parte del género humano alcanzará cotas suficientes de entendimiento y autonomía intelectual.

Crisis psicológica
Desde un punto de vista netamente psicológico, la mayoría de los seres humanos viven en permanente crisis porque aún no han alcanzado el adecuado nivel de independencia, de integridad y de libertad. Su frágil estado emocional y la necesidad de encontrar  soluciones siempre nuevas para las contradicciones de su existencia (Fromm, 1971) les lleva a adoptar alguna de estas dos soluciones: la sumisión o el poder. En ambos casos se pone de manifiesto una precaria salud mental. Mediante la sumisión el individuo se somete a los designios de otra persona, de un grupo o institución o de un dios. La otra manera de vencer el aislamiento es la contraria, es decir, adquiriendo poder para trascender de su existencia individual a través del dominio. Este último tipo de manifestación lo estamos observando a diario en terrenos tales como la economía, la política, etc.

El sistema capitalista se aprovecha de esa falta de estabilidad emocional, de independencia y de seguridad en uno mismo para mantener el estado de cosas que benefician a quienes tienen el control. El acoplamiento de esos dos estados, sumisión y poder, es el engranaje que permite sostener el sistema, pero ese sostenimiento es artificial porque se basa en el permanente mantenimiento de esas dos pasiones que hacen del colectivo una sociedad carente de salud mental, y se apoya en el engaño y en la enajenación de una gran mayoría. Ante la presión constante que este sistema ejerce sobre las masas, y la ausencia de alternativas, cada vez son más frecuentes los casos de violencia y muerte que ponen de manifiesto los más primitivos instintos de esta especie nuestra.

Futuro incierto
Aunque vivimos en un mundo con grandes desigualdades a nivel planetario e internas en cada país, hemos estado viviendo en una situación de tranquilidad, de reposo, asumiendo esas diferencias y adaptándonos a las circunstancias, pero ahora todo ha saltado por los aires dando lugar a un estado nuevo de represión e incertidumbre del que, de momento, solo sufrimos ese confinamiento que nos permite a muchos seguir asistiendo a los centros de alimentación y mantener el mismo ritmo de comidas, aunque ya hay grandes capas que se resienten y tienen dificultades para comer y abordar otros gastos. Sin embargo, lo más duro vendrá después para todos. El modelo basado en el consumo, la desigualdad y la rentabilidad nunca más volverá a ser como era antes. Tendremos que cambiar nuestra escala de valores, si es que los encontramos por alguna parte.

Aquellos que se dedican a analizar la trayectoria de la humanidad y, en particular, el actual sistema socioeconómico, auguran un futuro poco halagüeño con crisis más frecuentes, si no hay cambios en profundidad. Algunos señalan que la actual crisis vírica tiene algo que ver con el maltrato medioambiental y que en la siguiente década pueden aparecer nuevas epidemias, aparte de otras de carácter económico y social. Incluso se han atrevido  a decir, en alguna ocasión, que o desaparece este capitalismo salvaje o desaparece la especie.

A mi entender, la recuperación de la crisis que vivimos, y que se acentuará de forma notable, pasa por la nacionalización de amplios sectores de la economía, por la intervención de grandes capitales, recuperar el dinero nacional de las offshore y de las cuentas en el extranjero y no pagar la deuda soberana.
A lo largo de los siglos XIX, XX y de lo que va de este, no ha cuajado ninguna alternativa al actual sistema, pero el capitalismo no es eterno y, como dice el materialismo histórico, lleva en sí mismo el germen de la autodestrucción. Los cambios, imprescindibles, se pueden llevar a cabo de una forma ordenada o al estilo Mad Max.

(*) La ley de la instrumentalización.  A cada individuo o a cada grupo social le corresponde una asignación monetaria, o una recompensa, que es función de la posibilidad de instrumentalización que el sistema puede hacer de él para alienar o adormecer o, en suma, para mantener o incrementar la situación de desigualdad entre ricos y pobres.

martes, 7 de abril de 2020

CORONAVIRUS, PARANOIA Y... A RESISTIR

¿Qué clase de personas necesita nuestra sociedad? 
Necesita hombres y mujeres que cooperen sin rozamientos en grandes grupos, que deseen consumir cada vez más, y cuyos gustos estén estandarizados y fácilmente puedan ser influidos y previstos.
Necesita hombres que se sientan libres e independientes, no sometidos a ninguna autoridad, a ningún principio, a ninguna conciencia; pero que quieran ser mandados, hacer lo que se espera de ellos y adaptarse sin fricciones al mecanismo social. (E. Fromm)

El conocido como coronavirus es uno de esos tantos microorganismos que nos complican la vida sin que nadie haya descubierto con precisión su razón de ser, si es que hay alguna. Nadie nos ha contado por qué esta vez se han tomado las medidas que han dado un giro radical a nuestra habitual forma de vida. El miedo y la paranoia, en su acepción más vulgar, se han adueñado de las mayorías. Las sociedades han sido adiestradas para ser receptivas a los mensajes que vienen desde arriba. La actual incertidumbre extrema da pie a todo tipo de conjeturas.

Escribo desde la confusión, una confusión que apareció a mediados de marzo, y va en aumento. La machacona información de unos medios de comunicación sensacionalistas, y al servicios del poder, por exceso, nos ha aburrido y, en consecuencia, algunos hemos abandonado la batalla y nos hemos retirado a los “cuarteles de invierno”, allí donde no quieren que estemos, allí donde no se aplaude, ni se canta una copla conservadora convertida en himno. Una canción que determina el comportamiento que algunos quieren que sigamos. “Resistiré”, dice. Un canto de sumisión, cuando lo que deberíamos es desobedecer ante la sinrazón, ante el engaño continuado. Es un momento ideal para la subversión, para pedir explicaciones de esto y de tantas otras cosas, pero ya nos tienen domados, somos carne de cañón. Si hay que quedarse recluido, pues nos quedamos, si hay que aplaudir se aplaude y si hay que cantar se canta desde las ventanas. El problema, real o creado, se le presenta al pueblo por la vía emocional, como ya se ha hecho en otras ocasiones (independentismo catalán, por ejemplo) porque es la dimensión humana más frágil, y más manipulable. No se trata el asunto por la vía intelectual, explicando el alcance real, con la verdad por delante. A la ciudadanía se le trata como discapacitada: seguir los mensajes, asustando a los individuos de forma permanente y profusamente mediante todos los medios a su alcance. El objetivo es infundir y difundir el miedo, lo que potencia el egoísmo, el individualismo (al estar aislado) y aparentar una ñoña y falsa solidaridad con eso de los aplausos por las ventanas.

Por otra parte, como en otras ocasiones, aparecen los ricos y falsos filántropos que, auto erigiéndose en ídolos (casi dioses), muestran su imagen para recaudar dinero. Otras veces donan algunas migajas, cantidades ridículas comparadas con sus fortunas. Si de verdad quieren hacer una buena labor deberían remunerar correctamente a sus empleados, si es que los tuvieran, cumplir legalmente con la hacienda pública, donar su patrimonio al completo y ajustar sus ingresos a una cantidad monetaria suficiente para sus gastos, y desestimar la acumulación como práctica propia del capitalismo.

Casi siempre hablamos de “ellos”, de los que controlan y dirigen el rumbo del planeta. Solemos hablar del poder real. No sabemos exactamente quienes son, pero existir, existen. Los políticos, los jueces, los medios de comunicación, son las caras visibles, pero su poder es derivado, dependientes todos de ese poder oculto. 

Nos han llevado a una situación inédita de la que será complicado salir. Por si fuera poco el adiestramiento previo, ahí está la represión policial y, además, todas las cadenas de TV, volcándose en esa tarea aleccionadora, aunque, es curioso, pero en los programas en directo, como burlándose de la gente, no cumplen con las normas que ellos mismos recomiendan. Es cierto que las calles están vacías. Alguna persona que otra con un perro, otras con una bolsa. Algunas con mascarillas de colores y formas diferentes, pero otras al descubierto por completo.

Ahí estamos, pero aunque sea complicado, en algún momento habrá que salir. ¿Cómo lo haremos? Inevitablemente las relaciones sociales serán diferentes, y costará tiempo volver a los comportamientos anteriores. ¿Qué será de los espectáculos más o menos masivos? Diremos adiós a salas de cine, teatros, etc., durante una larga temporada, sobre todo si hay repuntes del virus.

En el campo económico, y por lo tanto vital, el futuro es impredecible. Anterior a la situación de parálisis, la incertidumbre ya era un hecho: un sistema agotado y estancado, basado en el consumo masivo y en la rentabilidad. En crisis como la actual se observa con mayor nitidez las miserias del sistema, la injusta desigualdad y la absurda acumulación de riqueza, frente a la pobreza de amplias capas sociales. Lo que no cabe duda es que surgirá un nuevo paradigma que se materializará en una mayor desigualdad o, poco probable, en un modelo más racional, más humano, con respeto al medio natural.

En ese terreno de la conjetura, cabría pensar que esta situación de paro y confinamiento podría ser un ensayo para someter al pueblo a medidas más severas y de mayor alcance, una vez comprobado que se somete sin fricción a las directrices marcadas desde arriba. ¿No había otra forma de abordar el problema con una participación activa de los ciudadanos, en lugar de optar por el aislamiento? ¿Puede ser éste el camino hacia algo parecido a la distopía de Huxley?