lunes, 2 de julio de 2012

¿PARA QUÉ SOMOS MAYORÍA COMPAÑERO ANGUITA?




“Somos mayoría” para ver la final de fútbol de este último campeonato. Eso sí, pero para poco más. Somos mayoría para sentarnos ante el televisor y tragarnos todos los acontecimientos deportivos que nos ofrecen, sutilmente encadenados para que no tengamos tiempo ni de respirar: tenis, fútbol, ciclismo, olimpiadas, etc., etc.
A Julio Anguita, a pesar de su edad y de su trayectoria le faltan conocimientos de la ciencia de la historia, del materialismo histórico y del análisis llevado a cabo por tantas personas a lo largo del tiempo.
Cuando Anguita propone esa movilización en torno a un programa, algo que se ha convertido para él en una obsesión, ignora bastantes cosas. La primera es que ninguna revolución de los de abajo, que es lo que procedería ahora, se ha llevado a cabo al amparo de un documento escrito al estilo del que él muestra, ni de nada que se le parezca. El recurso del programa con propuestas no pasa de ser una medida de carácter reformista en el marco del actual sistema, algo que, en el supuesto de conseguir lo que se pide, no iría más allá del logro de unos simples intereses inmediatos, nunca de clase.
La segunda cosa que ignora, con ese ímpetu rebelde que manifiesta, es el análisis de los clásicos cuando hablan de las condiciones objetivas y subjetivas necesarias para el cambio. En estos momentos, no hay ni agitación social, ni debilidad en la política de los que dominan, ni penuria o hambre generalizado, pero, sobre todo, no existe una clase organizada, como agente transformador, que obligue a caer al poder vigente, y esto no se improvisa de la noche a la mañana, los truhanes y la sinrazón nos han ganado la partida.
Por el contrario, lo que si hay es ignorancia, ingenuidad, indiferencia y miedo, sobre todo miedo, y con el miedo no se va a ninguna parte. El miedo es antagonista del poder, a más miedo menos poder y a más poder menos miedo, y ahora las mayorías están cagadas de miedo.
Cuanto me gustaría aplaudir y apoyar la nueva propuesta de Julio Anguita, pero este será un intento fallido más de los que se están sucediendo en los últimos tiempos. A mi modo de ver, como ya he manifestado en repetidas ocasiones, se confunde lo deseable con lo posible, y fracasará porque, además, esas propuestas no se sustentan en los cimientos de la realidad social que vivimos. Lo que parece que también ignora J. Anguita es que cuando se intenta llevar a cabo una acción sin éxito, refuerza el poder del que lo tiene. El posible conato de miedo de los poderosos al ser cuestionado su poder  se diluye ante el fracaso o la inacción de los de la propuesta, lo que permite que ese poder aumente al comprobar que no pueden con ellos.
El 15 M nace como fruto de la ignorancia y de la ingenuidad. Parecía  que se iban a comer el mundo, pero poco a poco aquello se ha ido convirtiendo en agua de borrajas, es decir, en un fiasco. Muchos teóricos, en esa confusión de lo deseable con lo posible, se han dedicado a elaborar propuestas que sólo han servido para incrementar su currículo personal o su promoción política. Hace unos meses apareció un libro que se titulaba algo así como “Hay alternativas” escrito por tres economistas. ¿Alguien se acuerda ahora de esas 115 propuestas que se incorporaban al texto? ¿Ha provocado alguna variación en el ritmo de los acontecimientos socioeconómicos? Ninguna; sin embargo, uno de sus autores ha conseguido ser elegido diputado por IU, y ahí está como uno de tantos.
Desde el riguroso análisis no es difícil concluir en que esta intentona de Anguita está llamada al fracaso desde el mismo momento de su anuncio. Esto sólo supondrá una muesca más en su reputación o en su prestigio personal, aunque no sea esto lo que vaya buscando.
Hay una cita de L. Trotsky de 1937, que forma parte del prólogo al Manifiesto Comunista de 1848, que dice así: “El error de Marx y Engels, respecto a los plazos históricos, provenía, por una parte, del menosprecio de las posibilidades ulteriores inherentes al capitalismo, y por el otro lado, de la sobreestimación de la madurez revolucionaria del proletariado”. Dejemos de lado lo del menosprecio de las posibilidades de trasformación del capitalismo para centrarnos en la otra condición, la de la sobrestimación de la madurez revolucionaria del proletariado. Inmadurez que yo hago extensiva a todas las demás dimensiones intelectuales de esta especie nuestra. Inmadurez de los “arriba” por manifestar ese afán de enriquecimiento sin poner límites, inmadurez de las clases más o menos “acomodadas” por imitar a los que más tienen. Inmadurez de las clases más oprimidas por no ser capaces de luchar, cuando las circunstancias lo permiten, para subvertir el sistema en el que esos sectores son los perdedores; inmadurez por no haber mantenido los logros alcanzados en algún momento; inmadurez por aceptar y adoptar los esquemas y la ideología de las clases dominantes, y por dejarse embaucar por los poderosos a través de los políticos y los medios de comunicación. Inmadurez, en suma, de la sociedad en su conjunto por estar como estamos, cuando cabría la posibilidad de vivir y convivir con arreglo a los dictados de unos determinados valores, descubiertos hace ya bastante tiempo, cuya puesta en práctica nos haría de verdad humanos y, por otro lado, de mantener la conveniente armonía con el entorno natural (http://www.gilpadilla.bubok.es/libros/193055/EN-LOS-LIMITES-DE-LA-IRRACIONALIDAD-analisis-del-actual-sistema-socioeconomico).
Por lo tanto, mientras no se contemple la realidad social y la capacidad intelectual de los individuos que conforman este tipo de sociedades, será totalmente estéril llevar a cabo propuestas que se traduzcan en algo positivo para esas mayorías. Partiendo de esas premisas es necesario, además, analizar esa realidad social para ir construyendo una verdadera alternativa que se soporte sobre las contradicciones del sistema, con la posibilidad de que esas contradicciones vayan generando rechazo entre la ciudadanía, por ejemplo, que la asfixia y la reiteración informativa de los medios provoque rechazo en una amplia mayoría, pero eso se ve lejano cuando un total de 15,5 millones de españoles y españolas vieron la final de fútbol en la que el equipo español vencía al italiano, eso que despierta la euforia de las masas y que escapa a mi reducida pasión por algo que me viene tan de lejos.