miércoles, 23 de enero de 2013

“LA DEMOCRACIA PELIGRA”


Ante los más recientes acontecimientos de corrupción,  como son las cuentas del PP y de sus dirigentes en Suiza, o los sobres con dinero “negro” que cobraban, o que siguen cobrando, vaya usted a saber, ante toda esta basura que  se amontona día tras día, algunos dicen, en aras de la regeneración política, supongo, que la democracia está en peligro, a lo que yo pregunto: ¿cómo va a estar en peligro algo que no existe? La creencia de que el actual régimen político es una democracia se sustenta en el interés de unos y en la ignorancia, en la ingenuidad o en la ausencia de reflexión de otros.
La democracia por la que han luchados tantos y tantas, la democracia reivindicada por el pueblo se ha quedado en un espejismo. Sólo vivió una verdadera democracia este país en algunas fases de la II República, sobre todo, después del triunfo del Frente Popular en febrero de 1936, pero “poco duró la alegría en la casa del pobre”. Era la democracia de la izquierda real, de las clases populares. Los sectores más reaccionarios renegaban de ese modelo y anhelaban que en cualquier momento la “furia cuartelera” le diera un mazazo, como así ocurrió a los pocos meses de nacer uno de los períodos más florecientes y progresistas que han tenido lugar en este país.
El régimen político actual ya nace tarado por la herencia del otro régimen, el de la Dictadura. A pesar de todo, la izquierda formal lo dio por válido, y el pueblo llano se sumergió en la euforia propia de una sociedad silenciada y castigada durante tantos años, y celebró la fiesta de la Democracia, no sin perder de vista a esa  amenaza golpista que se convirtió en una permanente espada de Damocles, eso que tan bien representaba el humorista Peridis en sus viñetas.
En principio, a finales de los setenta, los políticos no se reconocían como clase o casta, sobre todo aquellos de los partidos de izquierdas. La corrupción, el clientelismo y el tráfico de influencias no era uno de los grandes problemas de aquel entonces, al menos la ciudadanía no detectaba todas esas lacras. Incluso algún Presidente de Gobierno dimitió, no sabemos si por decencia o por la presión de otros poderes de mayor calado.  Pero, la cosa ha ido degenerando hasta llegar a esto que tenemos en donde existe una relación inequívoca entre  democracia y corrupción. Todos esos que se sientan en escaños, u otro tipo de poltronas, han ido cogiendo confianza y su perfil, su función y su honestidad se han ido degradando hasta llegar al extremo que hoy nos ocupa. Ya no les importa asumir que son una clase, una clase privilegiada, que llevan 30 años en política, es más, presumen de ello, y se jactan con un vano orgullo de que son nuestros representantes. ¡Vaya representantes¡ ¿Si aquellos que nos representan son unos corruptos quiere decir que toda la sociedad es corrupta? Yo me niego a que me represente gentuza como esa, no me siento representado por ellos, ni les elijo como tales representantes, es decir, me niego a votar en una situación como esta en la que nos encontramos.
El cinismo, el engaño y el desmentido de la evidencia se han convertido en tónica general. El revuelo de las denuncias, por muy escandalosas que sean, tiene una vigencia corta, la que determinen los medios de comunicación. Luego el asunto pasa a los jueces que tardan 10 o 20 años en resolverlo, exculpando a los culpables, o indultándoles después a través de endogámicos procedimientos. 
La degradación ha concluido en un esperpento que, aparentemente, es rechazado por una gran mayoría, sobre todo, cada vez que aparece la punta de alguno de los icebergs de todos esos que flotan sobre un mar de mierda. Lo que sería conveniente es que nos acordáramos de estas cosas cuando nos llaman a las urnas a las que aún se acude al sonido de las flautas de esos magos de Hamelín.
Lo que vulgarmente se conoce ahora como “democracia” ha quedado reducido a una segmentación de un sector privilegiado y una masa votante, a modo de compartimentos estancos, con una puerta de comunicación que se abre sólo cuando llaman a las urnas. Luego la puerta se cierra y los elegidos disponen de un largo período para hacer y deshacer a sus anchas sin tener que dar explicaciones a nadie. ¡Quién es el populacho para pedir explicaciones!, pensarán. Lo que no encuentra respuesta, al menos por ahora, es el por qué no se escarmienta, por qué una y otra vez el pueblo llano acepta las condiciones de este sucio juego, o por qué se deja engañar una y otra vez. No escarmientan, no señor.  ¿Es esto lo que perderemos?, ¿es esto lo que muchos temen que desaparezca? Pienso que esto de que “está en peligro la democracia” son expresiones vacías y poco meditadas.
Alguien que asuma que esto nos lleva a un callejón sin salida se preguntará: ¿qué se puede hacer para cambiar el estado actual? La situación es compleja, y el margen de maniobra escaso. Rememorando antiguas sentencias: esto si que está atado y bien atado. Algunos movimientos sociales han denunciado esta forma de hacer política y han reivindicado una Democracia participativa, pero todo ha quedado en una simple manifestación o proclama de buenas intenciones. La mayoría aún cree que hay que votar en este contexto, aunque no esgrimen argumento de por qué hay que hacerlo. ¿Votar a esta panda de mangantes? Tal vez los que así se manifiestan teman un resurgimiento de movimientos totalitarios, pero, aunque en estas líneas no hay espacio para  argumentar, hay que señalar que las condiciones actuales no son proclives a la aparición de ese tipo de “cobertura política” que fue necesaria en tiempos pasados en los que la producción era la principal  fuente de enriquecimiento.

Profundizando en el análisis de la situación que se vive en esto que llamamos países desarrollados, y particularmente en este país nuestro, hay que decir que lo que está pasando responde al agotamiento de un ciclo histórico que estuvo marcado por la actividad productiva y la reinversión del capital acumulado. Ahora ya no es así, ahora estamos inmersos en el mercado del dinero y en la corrupción. El modelo ha enfermado y no se encuentra tratamiento adecuado para su regeneración. Tampoco se vislumbra, desde la razón, una posible alternativa real que le sustituya. Es posible dibujar otro sistema, pero sólo en el terreno de las ideas. Un sistema que cambie radicalmente la trayectoria actual, es decir, estatalizar la economía y encontrar buenos, honrados y verdaderamente representativos gestores que la administren. Sin embargo, como digo, esto sólo es posible en las mentes de los componentes de algunos sectores sociales. Nos encontramos a “años luz” de que esto pueda convertirse en realidad, en el supuesto de que este fuera algún día el deseo mayoritario.
Existe una estrecha relación entre el estado de salud del sistema y la política. Lo mismo que con tantas otras tantas dimensiones: organización social, ideología, cultura, educación, etc. A un sistema socioeconómico en descomposición le corresponde una práctica política corrupta como la que estamos padeciendo ahora. La desorientación y el descontrol es tal en estos momentos que quedan desatendidas prácticas en manos del poder real que a lo largo de la historia han servido para mantener una especie de estado de equilibrio entre dominantes y dominados. Desde Sócrates y Platón ya existía una preocupación por la estabilidad social y establecían pautas sobre el control de la natalidad, por ejemplo.
Si no somos capaces de combatir contra los que ahora nos dominan, utilicemos el único arma que ahora tenemos, no les demos cobertura política, y dejémosles que sean ellos los que nos propongan otro modelo. Visto lo que hay: ¿qué otra cosa podemos hacer?

jueves, 10 de enero de 2013

UNA DESESPERADA DESCRIPCIÓN DE LOS HECHOS



Hay ocasiones en las que es conveniente aparcar la reflexión, el análisis y la búsqueda de las razones para dedicarse exclusivamente a describir hechos y situaciones que responden a las más bajas pasiones de esta especie nuestra, y que atentan contra las más elementales normas de convivencia. El actual sistema socioeconómico se mueve aún a sus anchas, haciendo y deshaciendo a su antojo,  porque quienes  mantienen el poder saben que las mayorías silenciosas no cuestionan su entidad. Cuando la actuación política se convierte en provocación es porque están seguros sus actores de que el pueblo sometido no se enfrentará eficazmente contra ellos. Cuando los medios de comunicación vomitan tanta basura en épocas de desigualdad radical como la que vivimos es porque están absolutamente seguros de la ausencia del rechazo por parte de una sociedad doblegada frente a la manipulación, a la mentira y al cinismo. ¿Qué más tendrá que ocurrir para que reaccionemos, para que tengan lugar brotes de rebeldía y abandonemos las acciones que desgastan a los que las llevan a cabo, pero que no dañan a los que dominan? Queremos ahora ocuparnos, en particular, del clientelismo y del tráfico de influencias como una rama más de la  corrupción pura y dura, una corrupción burda y masiva cuyos protagonistas son esos seres despreciables que con sus actos tratan de ocultar una intolerable pobreza humana.

Las  privilegiadas “jubilaciones” de los políticos
A estas alturas de la historia no descubro nada nuevo si digo que los políticos gobiernan a favor de los que ostentan el poder real, por lo que más tarde, cuando abandonen la política activa, encontrarán la recompensa. No es este el momento de discernir si es un previo acuerdo entre dirigentes de grandes entidades y políticos, o es el precio que generosamente pagan los primeros por los favores prestados con anterioridad. Tampoco merece la pena discutir si el perfil de los expolíticos recolocados y agraciados es el idóneo para cumplir las tareas de “asesores”, función con la que suelen ser contratados. Sencillamente nos limitaremos a señalar algunos casos de exdirigentes políticos que cobran desorbitadas cantidades de dinero, y  que suman a los sueldos públicos que les paga el Estado. González y  Aznar como expresidentes de Gobierno, exministros como Salgado y el anciano Solbes (PSOE) o Zaplana, Acebes y Piqué (PP) son algunos ejemplos de beneficiados. Y el caso más reciente y sangrante es el de Rato que después de arruinar una de las principales entidades financieras, por lo que se encuentra inmerso en un proceso judicial, ha sido nombrado “asesor” de Telefónica con un sueldo de unos 200.000€. Cada día conocemos nuevos casos de abusos y desmanes. Hoy me entero de que los expresidentes de Comunidades Autónomas mantienen despachos, secretarias, chofer, asesores y un sueldo vitalicio. Por lo que parece la lista es interminable lo que nos sitúan en un mundo de locura en el que se conjuga la penuria de la mayoría con la abundancia de unos desvergonzados que se ríen de los que les votan o les han votado.

Provocación, e  insulto a la juventud
En estos días,  el caso Carromero, un delincuente español condenado en Cuba, se convierte en el exponente de lo que se cuece en los bajos fondos del partido político gobernante, lo que se traduce en la provocación y el insulto para una juventud que está sufriendo paro y precariedad, a la vez que una demostración evidente de que la “justicia” es una farsa y las leyes un instrumento al servicio del poder económico o político. Este individuo, militante del PP, ha sido condenado a cuatro años de cárcel en el país caribeño, pero ha sido repatriado para que cumpla la condena en España. Y tal como muchos presumíamos, nada más llegar sus “padrinos” se han puesto en marcha  para liberarle de la pena. A través de un embrollo legal, quedará en libertad de inmediato, pero lo más desgarrador es que se reincorporará a un puesto de trabajo de libre designación (asignado a dedo) en el Ayuntamiento de Madrid con un sueldo de más de 50.000€, lo que supone una burla para esa juventud en paro cuyas aspiraciones no van más allá de un sueldo de 20.000€ aunque tengan un par de títulos académicos, sepan dos o tres idiomas y hayan cursado más de un máster.
Es esta una nueva fórmula, la asignación a dedo, para colocar a militantes de partidos políticos o hijos de gobernantes en puestos de “asesores”, con unos sueldos desorbitados. Algunos padres de estos agraciados al menos tuvieron que pasar  por un tribunal de oposiciones, aunque tuvieran que recurrir al enchufe para ser funcionarios antes que políticos.
Lo que está ocurriendo ahora con este aberrante reparto del empleo -en una situación de paro, precariedad, escasez e inseguridad laboral- además de ser un insulto para la sociedad, da lugar a una especie de depresión colectiva de jóvenes (y no tan jóvenes) que está afectando al conjunto de sus vidas al observar como la inmoralidad se convierte en norma, y rompe con las más elementales reglas de contratación laboral. Por otro lado, la escasez de trabajo potencia el egoísmo, la insolidaridad, el miedo y la indiferencia entre aquellos que mantienen su ocupación, aunque la situación pueda dar un cambio radical de la noche a la mañana como está ocurriendo ahora en Iberia, Telemadrid, en Paradores; como ya ha ocurrido en la construcción, en enseñanza; y como ocurrirá, según nos anuncian, en sanidad y en la banca. Esto por poner sólo algunos ejemplos.