miércoles, 28 de septiembre de 2016

TIEMPOS DE HÉROES

Era sábado el día 27 de septiembre de 1975. A pesar de no ser día laborable, un compañero y yo nos encontrábamos en la empresa en la que trabajábamos. Una serie de compromisos con el cliente, nos obligaba a rematar algún asunto para cumplir los plazos comprometidos. En aquellos tiempos, los dos militábamos en el Partido Comunista de España. En nuestra cabeza resonaban los disparos que unas horas antes habían acabado con la vida de Xosé Humberto Baena en Hoyo de Manzanares. El vacío de aquella estancia en la que nos hallábamos se integraba en aquel silencio sepulcral que inundaba cada uno de los rincones de este país, ante tan tenebroso acontecimiento. El macabro asesinato de Baena no fue el único en aquella lúgubre madrugada. Otras balas asesinas dieron muerte a otros cuatro jóvenes luchadores activos que combatían contra el fascismo que nos distanciaba políticamente de nuestro entorno territorial.
El Consejo de Ministros del viernes 26 de septiembre confirmó las penas de muerte de cinco encausados, a pesar de las protestas de dentro y de fuera e, incluso, de la intervención de la Santa Sede.
En Barcelona, fue ejecutado Juan Paredes Manot, Txiki, de 21 años, y en Burgos, Ángel Otaegui, de 33. Ambos, acusados de pertenecer a ETA. En Hoyo de Manzanares (Madrid), José Luis Sánchez Bravo, de 22 años, Ramón García Sanz, de 27, y José Humberto Baena Alonso, de 24, miembros del Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP).
En Hoyo de Manzanares los fusilamientos los hicieron tres pelotones compuestos cada uno por diez guardias civiles o policías, un sargento y un teniente, todos voluntarios. A la 9.10, los policías fusilaron a Ramón García Sanz. A los 20 minutos, a José Luis Sánchez Bravo y poco después a Humberto Baena. A las 10.05 todo había concluido. No pudo asistir ningún familiar de los condenados, pese a ser "ejecución pública", según marcaba la ley.
La cobardía de los asesinos que se esforzaban por mantener una sangrienta dictadura, con un moribundo a la cabeza, actuaron como las ratas. Los impúdicos actos se iniciaban en la madrugada mientras aquellos se escondían bajo unas sábanas manchadas por los excrementos a los que arropaban. “Al alba, al alba”, como magistralmente relató L. E. Aute.
Las caras de mi compañero, y camarada de entonces, y la mía reflejaban la angustia, la desesperación y la impotencia ante tan abominable acto. Nuestras mentes eran incapaces de razonar en términos netamente técnicos. Nos miramos fijamente y sin decir una sola palabra, abandonamos la tarea con la que nos habíamos comprometido el viernes anterior. Para mitigar mínimamente tanta tristeza, nos fuimos a uno de los bares cercanos a tomar una cerveza.

El martes 27 hizo 41 años de aquel horror. Pero ¿Quién se acuerda de aquello en estos tiempos que corren? Para mí es una fecha imborrable. Una de esas fechas que te asaltan en esos momentos en los que la mente se queda en blanco. Si comparamos aquellos tiempos de compromiso y de lucha con lo que tenemos ahora se nos “caen los palos del sombrajo”. Nada que ver: una sociedad dormida, indiferente y manipulable y unos políticos que, en su mayoría, son marionetas de los ricos, de la oligarquía. Sus ventajas laborales y salariales les conducen a la pugna por ocupar el mayor espacio institucional posible. Es inevitable hacer referencia a la más candente actualidad. Un partido, el PSOE, revienta porque su líder estaba dispuesto a pactar con Unidos Podemos, lo que les preocupa a los poderosos.
Observando el panorama y la degeneración política y social, echamos de menos a aquellos jóvenes héroes que fueron capaces de dar su vida, luchando por un mundo mejor, con una firme ideología. Su madurez, a pesar de esa juventud, se materializa en esa carta que Baena escribió horas antes de morir.    


Papá, mamá:
Me ejecutarán mañana de mañana.
Quiero daros ánimos. Pensad que yo muero pero que la vida sigue.
Recuerdo que en tu última visita, papá, me habías dicho que fuese valiente, como un buen gallego. Lo he sido, te lo aseguro. Cuando me fusilen mañana pediré que no me tapen los ojos, para ver la muerte de frente.
Siento tener que dejaros. Lo siento por vosotros que sois viejos y sé que me queréis mucho, como yo os quiero. No por mí. Pero tenéis que consolaros pensando que tenéis muchos hijos, que todo el pueblo es vuestro hijo, al menos yo así os lo pido.
¿Recordáis lo que dije en el juicio? Que mi muerte sea la última que dicte un tribunal militar. Ese era mi deseo. Pero tengo la seguridad de que habrá muchos más. ¡Mala suerte!
¡Cuánto siento morir sin poder daros ni siquiera mi último abrazo! Pero no os preocupéis, cada vez que abracéis a Fernando, el niño de Mary, o a Manolo haceros a la idea de que yo continúo en ellos.
Además, yo estaré siempre con vosotros, os lo aseguro.
Una semana más y cumpliría 25 años. Muero joven pero estoy contento y convencido.
Haced todo lo posible para llevarme a Vigo.
Como los nichos de la familia están ocupados, enterradme, si podéis, en el cementerio civil, al lado de la tumba de Ricardo Mella.
Nada más. Un abrazo muy fuerte, el último.
Adiós papá, adiós mamá.
Vuestro hijo:
José Humberto



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