jueves, 11 de julio de 2019

CRISIS DEL MODELO POLÍTICO: ESTO NO ES HACER POLÍTICA


Anhelábamos una democracia, un modelo político al estilo de lo que había en países próximos. Algunos nos la jugábamos, algunos cayeron, fueron encarcelados, algunos, incluso, murieron por creer y luchar por la libertad y la igualdad, pensando que la democracia era el camino. ¿Con qué tipo de democracia soñábamos? Desde el PCE se hablaba de “Ruptura democrática” con la Dictadura. ¿La democracia como medio?, ¿la democracia como fin?. Los países políticamente más avanzados de Europa funcionaban, desde el final de la Segunda guerra mundial, con ese modelo que tanto deseábamos para nuestro país. La larga Dictadura, la represión, el miedo, nos convertía en analfabetos políticos, tal vez proyectado a otras dimensiones intelectuales. El consuelo de algunos era la lectura de libros editados en otros países. Aunque algunos se escandalicen al leer esto, las obras de Marx, Lenin, Puolantzas, Althusser, Marta Harnecker y otros y otras eran nuestro refugio intelectual y nuestros maestros. Las reuniones clandestinas y la lucha en los lugares de trabajo y en las calles era hacer política en un entorno de represión. Eso si era hacer política, aunque una gran parte de la sociedad permanecía indiferente, cuando no aplaudían, en muchos casos, las políticas de represión de la Dictadura. Contestación y lucha de unos convivían con el seguimiento y el aplauso de otros a un régimen sanguinario, en un país con un enorme atraso intelectual, cultural y tecnológico. No cabe la menor duda de que esta herencia se ha proyectado sobre los tiempos posteriores, haciéndose extremadamente visible en la actualidad.

La transición calmó los deseos de cambio en amplias capas sociales de progreso y, entonces, pasaron a ser protagonistas los políticos. Sin ser percibido, debido a la euforia de la muerte del Dictador, se inició la formación de una casta, aunque los primeros representantes de la conocida vulgarmente como izquierda eran personas más cercanas, menos contaminadas.
Desde aquel inicio hasta la actualidad, hemos asistido a un proceso de deterioro político que afecta tanto a los “profesionales” como al pueblo llano que les elige. Es tal esa degeneración que nos atrevemos a decir que esto a lo que asistimos ahora no es hacer política. Pienso que el estado actual, preocupa, incluso, a los que tienen las riendas, comprobando cómo se les agotan las estrategias para seguir dominando.   

La alternancia bipartidista entró en crisis, aproximadamente, a comienzos de esta década, tanto en este país como en el resto de Europa. Desapareció por completo lo poco que quedaba de ideología, deterioro que se inició en las últimas décadas del siglo pasado. El modelo político al uso se hace inservible en una escala irreversible.
La casta política se fue transformando en mafia, y la corrupción ha alcanzado cotas, posiblemente, insuperables. La política, en manos de profesionales, se ha convertido en una actividad muy atractiva, lo que origina la aparición de nuevas formaciones, que no ofrecen alternativas diferentes, aunque engañan a la gente ubicándose, por una cuestión de oportunismo, en algunas de las opciones del manoseado y virtual trinomio izquierda-centro-derecha, en ese esquema de ficción, cuando desde la óptica de una política real, la división debería establecerse en términos de integración en el sistema o, por el contrario, de lucha contra el sistema con una propuesta alternativa de igualdad, libertad y justicia. No cabe la menor duda de que todos los grupos del Congreso se encuadran en la opción primera.
Estos nuevos políticos recurren a un usual comportamiento humano que consiste en jugar con la hipocresía y ofrecer una falsa imagen para captar a determinados individuos o sectores sociales, y una vez captados presentar su verdadera cara. La ingenuidad y la ignorancia de los captados juegan, desde el otro lado, una función de histéresis, es decir, algunos se dan cuenta de la jugada y abandonan al estratega, pero otros tantos por ignorancia o por pereza permanecen fieles al impostor, grupo o instrumento. Son casos ejemplares  que materializan de forma flagrante este comportamiento, los siguientes: El PSOE de los ’80 y su jefe González, La Sexta TV o Pablo Iglesias y sus adláteres. No merecen mi consideración, ni para la crítica, individuos que lideran formaciones reaccionarias o neofascistas.
Los comportamientos de estos falsos políticos de nuevo cuño, incluso ellos mismos, son fruto de esa crisis del modelo político. Esto da lugar a una situación desquiciada y, en consecuencia, inestable.

En este país, después de una estable y larga etapa de alternancia con Gobiernos formados por el partido más votado, aunque apoyados por partidos nacionalistas, la crisis se deja notar con meridiana claridad a partir de 2015, cuando el Presidente del partido más votado fue incapaz de formar Gobierno, lo que dio lugar a nuevas elecciones en 2016. Los resultados fueron semejantes a los anteriores. Para que Rajoy fuera elegido, la mayoría de los Diputados del otro partido, el PSOE (grupo de la oposición, supuestamente), tuvieron que abstenerse. El Gobierno resultante era frágil, sobre todo, por los abundantes casos de corrupción. En el 2018, a media legislatura, triunfó, por primera vez en España, una Moción de Censura. El mandato de los socialistas se limitó a nueve meses. Por la falta de consenso para aprobar los Presupuestos Generales, tuvieron que convocar nuevas elecciones el 28 de abril del presente año.
Ningún partido o grupo de partidos tienen ahora suficientes votos en el Congreso para investir al candidato propuesto. Por otro lado, los tres partidos reaccionarios tampoco tienen mayoría. Todo apunta, en un marco de inseguridad e inestabilidad, a que pudieran convocarse nuevas elecciones para su celebración en el mes de noviembre.
Desde 2015, tres convocatorias electorales y una moción de censura, con la posibilidad de nuevas elecciones antes de que acabe el año. ¿No es esto una prueba inequívoca de un modelo político agotado?

Nuevos jóvenes políticos que, de espaldas a la sociedad,  han perdido todo tipo de respeto al electorado. Su ineptitud y su incapacidad intelectual les convierten en defensores de sus propios intereses personales. Su comportamiento se ajusta a lo expuesto anteriormente: jugar con la hipocresía, abusando de la ignorancia y la ingenuidad de los ciudadanos.
Los de arriba, como digo, desorientados porque las estrategias se les agotan. Los políticos, con ese bajo perfil intelectual, y faltos de los más elementales principios éticos, se debaten bajo el insulto y la mentira para buscar su mejor acomodo personal. Los de a pie, indiferentes, recibiendo mensajes a través de las diferentes pantallas de TV, en espera de que les convoquen para asistir como autómatas a los colegios electorales. Es de suponer que por todo este desastroso proceso, en el que la manipulación se convierte en protagonista, los ciudadanos reaccionen, y veamos la próxima vez las urnas más vacías. Ya que no somos capaces de tomar las riendas, no nos dejemos utilizar, y que sean ellos, los de arriba, los que propongan nuevas fórmulas.


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