sábado, 5 de mayo de 2012

DE QUÉ SIRVEN LOS LAMENTOS


La proliferación de medios de comunicación de toda índole, y la facilidad de acceso a todos ellos, tiene ahora más que nunca una influencia capital en el modo de vida de los individuos de sociedades como la nuestra. La multitud de acontecimientos de carácter económico o político, por ejemplo, conviven en perfecta simbiosis con todos esos medios. La abrumadora información llega por todos los lados y a todas horas, es casi imposible aislarte.  Te despiertas por las mañanas con la radio y antes de bostezar un par de veces ya te han contado en varias ocasiones aquello que se repetirá hasta la saciedad antes de que regreses por la noche de nuevo a la cama. Luego echas un vistazo a la prensa escrita que te cuenta las mismas cosas. Vuelves a oírlo de nuevo en los informativos de varias cadenas de TV. Abres Internet y más de lo mismo. Desde una óptica esperanzadora, pienso que a la larga una buena parte de la sociedad terminará harta, yo ya lo estoy. Cuando la radio comienza a sonar a eso de las ocho me apresuro para darle al botón de “stop”; no compro periódicos en los quioscos; ya apenas veo TV; dedico un tiempo discreto a seleccionar las noticias en algunos diarios digitales de Internet. Y, sobre todo, elimino sin abrir los mensajes que por  email me llegan cargados de lamentos. Se me antoja que pueda ser ésta la manera más eficaz de combatir contra las intenciones de aquellos a los que se les ha encomendado que nos  adocenen y nos distraigan de nuestra realidad, o de huir de la ingenuidad de algunos que se conforman con propagar la inmoralidad o la desdicha.
¿De qué sirven tantos lamentos, o tanta información ante la que el espectador, oyente o lector nada puede hacer? ¿Alguien se ha parado a pensar que función cumple tanta queja a través de algunos medios de comunicación y, en particular, vía mensajes del correo electrónico? Que si el director de RTVE será nombrado directamente por el Gobierno del PP (es el último que me ha llegado, del que sólo he leído la cabecera), que si una carta de un funcionario denunciando las agresiones y los recortes, que si los hijos de los políticos ocupan puestos por enchufe, que si las cacerías del monarca cuestan una “pasta”, que si Urdangarín se ha apropiado indebidamente de un montón de millones, que si los políticos deberían rebajarse el sueldo, que si los actuales gobernantes mienten, etc., etc., etc.
Bien, todo ello es cierto, pero qué valor tiene que se nos recuerde con tanta asiduidad, sobre todo a quienes ya lo sabemos, a los que sabemos que estas sociedades están montadas sobre la injusticia y la desigualdad. ¿Qué se puede hacer cada vez que se te muestra una información de este estilo?, porque nunca te lo dicen, nunca te dicen qué acciones hay que llevar a cabo para combatir lo que se censura. ¿Saben los autores que lo más positivo que pueden originar es la frustración y la desesperación de unos cuantos?
¿Cuál es la otra cara de este tipo de actuaciones? ¿Perjudica esto a los que tienen el poder, a los que llevan a cabo todo tipo de tropelías? La respuesta a la última pregunta: en absoluto. Si así fuera buscarían la forma de evitar su difusión o de perseguir a los que lo generan. Los que gobiernan ahora se curan en salud con un factor de seguridad exagerado. Por ejemplo: tienen decidido, por lo visto, establecer normas para castigar a los que convoquen cualquier tipo de acto por las “redes”, algo tan aparentemente inocuo. Los desordenes callejeros, dicen, serán equiparables a actos terroristas.
Sin embargo, todo esto que se hace desde una doble vertiente, la simple información o la mera denuncia, sí que tiene consecuencias de lo más negativo. Supone la aceptación progresiva de esos impúdicos hechos, sin ir más allá de la ingenua satisfacción del receptor por el exclusivo conocimiento de lo que se cuenta. Es como una vacuna con la que nos vamos autoinmunizando, que nos va preparando para que vayamos asumiendo acontecimientos cada vez más escandalosos. A este tipo de información, a modo de denuncia, los periódicos de mayor tirada, todos en manos de la derecha, lo convierten en noticias sensacionalistas con el motivo principal de vender más ejemplares. Los programas televisivos supuestamente más críticos se regodean y se burlan, aunque de una manera “dulce”, de los actores de los desatinos y de las corrupciones,  con el ánimo de aumentar o consolidar una particular audiencia. La abundancia de mensajes de lamentos vía Internet es el consuelo de quienes se autoerigen en defensores de causas justas, pero desde el desconocimiento del suelo que pisan. A estas alturas aburren y, en ocasiones, se reenvían por la facilidad de la tarea, pero no despiertan ningún tipo de rebeldía; a lo sumo, como he dicho, generan frustración e impotencia, aunque, bien es cierto, que  cada vez menos. Son simples válvulas de escape. Yo, en mi línea, ya me niego al reenvío.
Los lamentos, junto a otras actuaciones, como las manifestaciones en la calle, no producen  ningún tipo de inquietud entre los que mandan; las admiten porque no hacen ningún daño, ni atenta contra sus intereses. Es la concesión de un espacio acotado y vigilado para el desahogo y el desfogue de la “plebe”. Las acciones deberían caminar por otras vías que fueran más agresivas contra los que abusan de una sociedad mansa. Mientras tanto habrá que recurrir a los clásicos: “Cuando la tristeza por la condición humana te conduzca a la oscuridad, suaviza tu ánimo y piensa que más merece quien se ríe del género humano que quien de él se lamenta” (Lucio Anneo Séneca, 0035).
Cuando lees estas cosas escritas hace casi 2000 años, junto a la actual falta de alternativas a una situación tan sangrante como la que padecemos, es inevitable pensar que el determinismo juega un relevante papel en la trayectoria de esto que se conoce como humanidad. ¿Habrá que esperar mucho tiempo a que las leyes naturales nos ayuden a mejorar nuestras actuales condiciones de vida?

2 comentarios: